LA CAGADA
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Cagada reflexiva |
"Cagada" se utiliza para
exteriorizar virtud, mérito, estima, perfección, como también vicio, maldad,
corrupción o libertinaje. Esta (en apariencia) maloliente y humeante palabra
campea de forma impune y es empleada en todos lados, por el proletario de
tablón, en el claustro universitario, sin respetar ni al clero ni instituciones
militares. Pero "mierda" no es sólo una palabra: puede comprender
toda la historia de un país controlado por los anteriores.
Me acuerdo de la
tribuna: “¡Ché loco! Ese centrofóbal no levanta el oso, es un cagón”; y el otro responde: “No, lo que pasa es que el fulback lo está cagando a patadones”. En el
primer caso, sirve para denostar a un futbolista y, por contra, el otro
justifica un exceso de testosterona por parte del defensor.
“¡Ché loco! ¿Salís todavía con aquella mina?”.
“No, salí, casi me caga la vida, me largó. Menos mal que salgo con esta otra que me caga de gusto”. El primer
caso habla de una desairada situación amorosa y el segundo cómo cubrirse con
una relación salvadora.
Y
divagando en mis pensamientos ¿qué será de la negra Linsul? Allá por el 58, era
famosa en el barrio Clínicas. Una vez me dijo: “Negro, te recago amando”.
También me
viene a la cabeza en mis tiempos de universitario la clásica pregunta: “¿Cómo te fue en
el examen, Negro?” y es frecuente la respuesta ésa: “Cagué” o “Me cagaron”.
Y si uno
hace un macanazo, o comete un grueso error: “¡Qué cagada
hice!”.
En Córdoba
hay como una sublimación o entronización de la “cagada”. No en vano al inodoro
le llaman “el trono de la igualdad”.
Hasta en tu madre se “cagan”. Así muchos católicos (sólo de boca), de
ésos que se persignan y que al llegar las Navidades son como babosos adoradores
de pesebres, se “cagan” en Dios y María Santísima ante cualquier contrariedad.
Un coche, un reloj nuevo de marca les “caga” de gusto; la muela les “caga”
de dolor.
Aquel inflexible sargento dice: “¡Cabo! ¡A esta compañía me la tiene cagando toda la semana!”.

Con todo, me
parece que para nosotros es una elevada forma de expresividad popular, pues
está en el recuerdo de la gente. El pueblo lo dice con naturalidad, sin ánimo
de perversión lingüística, de cosa mala o fea: lo feo no existe si no va implícito
el deseo de que exista. A lo sumo, puede ser una palabrota, pero no una mala
palabra, igual que decirle “gordota”
a una gorda.
En nuestra
literatura tenemos aquella ingeniosa payada, creo que de Marechal:
“¡Aparcero Don Tissone!
Ya que
me lo pintan franco
Y cuando
todos lo creían derrotado, les responde:
Caga
blanco el tero-tero
Ya lo ha
dicho el payador
Porque
de juro no sabe
Cagar en
otro color.”
Acá, en España,
Camilo José Cela, en su libro Viaje a USA,
pg. 22: “Cagando raudas centellas, allá se va el avión”. Y en otro pone: “No te acojones, cagarrache, que no se brinda el triunfo
a los cagapoquitos, sino a los que
tosen fuerte y son capaces de romperle la cara al más pintado”. Y
Rafael Alberti tampoco perdió ocasión de “cagarse” en las flores y en la luna. Así puso en boca de uno de sus
personajes:
”No hay nada tan bonito como un
ramo de flores cuando la cabra ha olvidado en él sus negras bolitas”.
Y ahora que me
acuerdo de la anécdota aquella, durante la Guerra Civil española
de un contendiente a quien iban a fusilar. Les dijo a sus verdugos: “Podéis quitarme
mis bienes, podéis quitarme la vida, pero lo que no podréis quitarme es el cagazo que tengo”. Con ese
agónico rapto de humor, desarmó a sus victimarios, que sólo atinaron a “cagarse”
de risa.
O de otra
protagonizada por Di Stefano en Suiza, cuando jugaba en el Real Madrid, y el
entonces príncipe Juan Carlos. En el descanso, el partido iba 0 a 0. Di Stefano estaba
malhumorado. Apareció en el vestuario Raimundo Saporta acompañado por un joven
alto y rubio, quien comentó al jugador: “Saeta, están ustedes haciendo un gran esfuerzo, pero
todo es poco para los emigrantes que están aquí. ¡Hay que ganar!”.
Di Stefano levantó la cabeza y le espetó. “Ché pibe, ¡andate a cagar!”. Ese pibe llegó a
rey...
Hay
cagadas que son actos de justicia, como las de las palomas. Veo desde mi
ventana, en la fachada de la iglesia de Sant Andreu, cómo se acurrucan y se
arrullan decenas de ellas entonando el “Cucurrucucú”,
impecablemente vestidas con sus plumajes. Ésta es la parte bonita, pero si bajo
un poco la vista, ¡puaj!: paredes
y veredas todas salpicadas con excrementos de esos animalejos que arriba lucen
tan bien, tan poéticos, tan simbólicos... Recuerdo que cuando era niño rechacé
la idea de criar palomas por piojosas. Más tarde, leí sobre lo dañinas que son
para los sembrados: trigo verde, mieses maduras, todo lo arrasan. Y las hay tan
vagas que en lugar de hacerse su nido se establecen en los que han abandonado
otras aves. ¿Éste es el símbolo de la paz y el Espíritu Santo? ¡Una mierda!,
digo yo, vamos.
Vuelvo
otra vez la mirada a la vereda de la iglesia y me asaltan imágenes de Basora,
Sarajevo… igual de arrasadas y salpicadas pero no precisamente por palomas,
sino por los que como ellas proclaman la paz, destruyendo campos y derrumbando
ciudades. Pero hay algo que las distingue, las enaltece; son los únicos seres
que hacen lo que nosotros no podemos: consumar actos de justicia con sus
excrementos, salpicando con caca a los monumentos y estatuas de dictadores,
tiranos y déspotas, cual si fuera un divino acto fecal. Y una mancha de
excremento caída desde el cielo es más humillante y más testimonial que los
cordones humanos y los manifiestos de los pacifistas, que no sirven para un
carajo. Estas “cagadas” hieren más que las guerrillas urbanas y sin matar.
Hasta parece un bombardeo inteligente, no siendo más que una expresión fecal
que realizan por necesidad en silencio, dignamente. Tampoco se trata de
sostener como incautos aquello del desarme. ¿Se imaginan un desmantelamiento
total del arsenal bélico? ¡Argumentación para tontorrones! ¡Se desarmaría a los
países pequeñitos o débiles, a los que han agredido desde siempre las grandes
potencias. Éstas impondrían un rearme secreto, de incalculables proporciones
frente a quienes no tendrían ni un tirachinas para defender su soberanía. De
todas maneras, aunque se produjera el desarme total, cualquier cuadrilla de
homúnculos que saliera “colocada” de una discoteca te podría hacer papilla,
desde un coche a una familia, o una ciudad entera.
Vemos
cubiertos con sus desechos digestivos algunos malos recuerdos que nos deja la
historia. Ya que los recuerdos no tienen conservantes para el mal olor que da la
historia, apelan al mármol y al bronce. Comprobamos que pierde arrogancia el
gesto del brazo extendido hacia el cielo, que les embadurnan el caballo, las
botas, los galardones, hasta la punta de los sables tienen deposiciones
calcáreas, y la cabeza, la frente, la pose, los labios y el verbo mentiroso de
políticos falaces. En fin, de toda esa fauna que se perpetúa en plazas, parques
y placitas mas embarrados que la placenta de Adán.
Es
que ahí sobre todo, en las placitas del sol tibio mañanero, las de los viejos,
niños y madres que van al mercado, no encajan, no hay lugar para ellos; tal vez
sí para los músicos, los poetas y los maestros. ¡Pobre Strasera! Resulta que es
más duradera la sentencia condenatoria del esfínter de las palomas que la
resolución de un tribunal que condenó a los militares asesinos del proceso. La
levedad de una “caca” pesa más que las pruebas documentales de la acusación que
superaban los 400.000 folios, con un peso de 3 toneladas, el expediente más
voluminoso y pantagruélico en la historia de la justicia argentina. ¡Suerte que
a mi nunca me “cagarán” tan despiadadamente las palomas!
Creo que ya les expliqué demasiado… Si a alguien le interesa este tema, se lo dejo para que haga una "Tesis de mierda". Bueno, me voy a echar una “cagada”, ¡hasta pronto!
Increíble perlita la suya Ademan. Me cagué de gusto. Un cago de risa con la fineza de su pluma maestro.
ResponderEliminarGran abrazo
Gracias Gustavo, creo que entre tanta mierda, la única cagada soy yo mismo, pero con perfume de baldio de barrio y madreselvas en flor.
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