martes, 12 de abril de 2016

EL PUEBLO NUNCA SE EQUIVOCA

EL PUEBLO NUNCA SE EQUIVOCA


He sacado en conclusión que eso de "pueblo” no existe, es una entelequia, una abstracción y no un concepto. En tiempos electorales suena a amorfo conglomerado de “giles”; lo usan, los que detentan el poder, para tirar discursos al bulto o negar la realidad de una sociedad con clases, derechos y deberes diferentes.  

El “pueblo” es el que más se equivoca. Sus ciudadanos tienen un arma invalorable, que por ignorancia los hace dueños del secreto más estúpido: el del voto. Es el sujeto del borreguismo y diluye las nociones de responsabilidad civil y humana en grandes mareas callejeras a la hora del escrutinio, el pueblo no cambia nada, ni siquiera la TV; lo único que pueden cambiar es el canal que están viendo. Es inducido siempre por mercaderes de nacionalismos, falsos ídolos, quimeras irreconciliables con la realidad cotidiana, etc., etc., etc. 

En la intimidad los capitostes de poder le denominan “la negrada”. Hasta en las manifestaciones “pacifistas” de los “no a la guerra” se demuestra lo inservible que es la oleada tumultuaria. Hay que blasfemar contra América, boicotear sus productos... total, que todos seguirán fumando Marlboro, bebiendo la cerveza del pico de la botella como ellos nos enseñaron, haciendo colas en los cines de la Warner, comprarán bragas y corpiños con los colores de su bandera, pondrán los pies sobre la mesa, comerán hamburguesas con Coca Cola, todo con la secreta aspiración de ser como ellos: dorados analfabetos del consumismo, divinizadores del objeto, marcados corderitos del mercado. Eso es lo que quieren los amos: el rebaño dócil, pacífico, con declaraciones estentóreas que no van más allá del grito o la “cacerolada”, que fue un invento de la derecha chilena pinochetista para expresar su repudio a la democracia de Salvador Allende. 

¡Que se rompan contenedores, se quemen algunos bancos! (serán siempre algunos infiltrados, utilizados políticamente, etc, etc, etc, etc... Como siempre dice la prensa comprada). En suma, la masificación obra en los cuerpos de poder como un antibiótico, pero sin la dosis a la hora justa, por lo cual se robustece, gana en anticuerpos. Es solo un pellizco, son moscas alrededor del león, pero como todo es relativo, no manifestarse también es contraproducente. La masa tendría que tomar estado de hervor, de efervescencia, rabiosamente destructora, ¡que arda la ciudad!, que sea un mal mayor para los criminales del poder. Única manera de meterles miedo en el cuerpo, aún a riesgo de que nos pulvericen. Haciendo caso omiso de la frase aquella del roble muy usada por los políticos argentinos, como Leandro Alem, “que se rompa, pero que no se doble”. No, no, ¡que no se doble nunca!. Porque a Hitler, que yo sepa, no lo sacaron con manifestaciones “democráticas”. A Sadam Hussein no lo invitaron a retirarse. Y los militares argentinos dejaron el poder porque los ingleses los cagaron a bombasos igual que a los anteriores. Cuando el Cordobazo, en el año 69, nunca se habló tanto  de “ gimnasia revolucionaria” o de “rebelión de las masas”, el tiempo demostró que las mejores masas de Córdoba fueron las del pan de azúcar o de la confiteria Oriental.

¿Quién sabe más mentiras que el pueblo que las vivió en carne propia? Y sin embargo, sigue sumando sentimientos y restando razonamientos, que ya lo decía Maquiavelo que el que quiera engañar encontrará siempre quien se deje engañar. ¿Y si todo el pueblo fuera culto? Sería insolidario, pesimista ilustrado y no optimista ilusionado, además votaría de acuerdo a sus intereses sectarios. En definitiva, siempre se cagarían los pobres que tienen que servir al mandamás, pues ellos no van a clase. El pueblo, en realidad, debiera ser una horizontalizada sociedad civil. 


¿Y la cursilería a ultranza de los que repiten la consabida frase (si ganan las elecciones): “¡EL PUEBLO NUNCA SE EQUIVOCA!”, por aquello de la “sabiduría” popular? Seguro ninguno del pueblo se cortó las manos luego de aplaudir a Galtieri en la plaza de Mayo cuando nos metió en la Guerra de las Malvinas. Típico de nuestro país: siempre se han coreado nombres ante cuyo eco meses después se suturarían los labios para no pronunciarlos. Nadie las agitó para defender a los tantos gobiernos democráticos derrocados (más bien expulsados y en algunos casos con balas de fogueo, pezuñazos en el culo o engañados en helicóptero), y nadie se las lavó al votar a Frondizi o a Arturo Illia. Algunos otros se las lavaron como Pilatos al no defender a Perón en el '55; fueron los mismos que se lavaron los pies el 17 de octubre de 1945 en las fuentes como sus fieles adeptos. 

Fue el pueblo de Alemania quien eligió a Hitler, el paraíso de Marbella el que eligió a Jesús Gil como alcalde, a Carlos "Méndez" los argentinos y a Angeloz los cordobeses. 

Coincidiendo con la caída de Perón, recuerdo que se me colapsó el alma, como si una noche negra se hubiese abatido sobre mis quince años. Muchas cosas le debía a Perón: una niñez digna, si por eso se entiende haber completado la primaria, usar zapatillas como la gente, y comer sin tener que estirar la mano; sin su llegada al poder no hubiese culminado el bachillerato, a la universidad ni la hubiese olido, ni me hubiera gustado el tango, pues todo eso tenía protección estatal para los hijos del pueblo y vimos cómo la secundaria en el Colegio Nacional (antes vedada para los de clase media) se transformaba en un fresco democrático que representaba a todos: el ropaje de los más acomodados, el hijo del zapatero con el chico huérfano, la picardía de los más callejeros, el buenazo con el compadrón, e infaltable siempre, el del remolino en el pelo, picante para los bollos ¡y los sandwiches!, el perfume favorito de media mañana, 50 centavos el de rasqueta con queso, mortadela y manteca y un peso el de jamón y queso. Tiempos en que se empezó a clavar el diente con más exigencia gracias a doña Petrona de Gandulfo y sus célebres recetas de cocina. En los barrios ya se veían muy pocos niños con el dedo gordo asomando, hasta se podía lucir un zapato de charol con medias Carlitos. Hubo uno que se autodesignó presidente de los argentinos: Arturo Rawson, comandante de ocasión de las tropas subversivas de 1943. Al tomar consciencia de su cargo, ya lo habían sacado de una patada en el trasero.

¿Recuerdan?… Así decían más o menos con voz grave: “Interrumpimos nuestro programa musical para dar lectura a un comunicado de las Fuerzas Armadas de la nación: “Ante el clima de inseguridad social…”. 

¿Y el pueblo? ¿Dónde estaba? Bien, gracias… A comer soberanos asados, encerrarse a jugar a las cartas y comprar fideos por las dudas, todo con música de Wagner y comunicados militares por Radio Nacional, y casi todos contentos, en una de esas, los milicos lo echen a su jefe. Por todo esto que les he reseñado, me atrevo a decir que el pueblo es el que más se equivoca.


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