miércoles, 25 de mayo de 2016

SIN ESTA PERSONA NUNCA HUBIESE HABLADO POR RADIO

SIN ESTA PERSONA 
NUNCA HUBIESE HABLADO POR RADIO

El escrito de hoy extraido de La Voz del interior fue realizado por Gustavo Farías.

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Rubén Torri: Tuve que mentirle a mi familia para ser relator


De la Fábrica de Aviones a la radio. A los 85 años, asegura que el secreto de la vigencia es hacer lo que a uno más le gusta.

 

La rutina se cumplió durante un largo mes. Rubén Torri se ponía su mameluco con el que había trabajado durante los últimos 15 años en la Fábrica Militar de Aviones y se marchaba... ¡a la radio!

Sí, en la historia del decano de los relatores radiales de Córdoba, aquellos 30 días de 1962, fueron el punto de inflexión para el despegue de su carrera profesional hasta ­convertirlo en un referente indiscutido de la profesión. Fue como una ­moneda al aire que buscaba su destino en un cara o ceca. O como dice él, “el momento de dejar de ser pito para convertirme en corneta”.

A esa altura de su vida, con 32 años, casado y con hijos, se jugó una parada brava: dejó el oficio de tornero y un cargo en la fábrica y abrazó hasta hoy, con 85 años, la pasión del relato deportivo. Para ello debió recurrir a una mentira piadosa para evitar el disgusto de su esposa y de su madre, que nunca hubieran aprobado la opción de dejar un trabajo seguro por una aventura incierta. Pero un día la farsa del mameluco se descubrió y con la nueva profesión “blanqueada”, Torri remontó vuelo a su ilusión.

“Me había ido de la Fábrica y no le dije nada a ellas. Durante un mes, salí de casa con mi mameluco y me cambiaba en la oficina de un amigo", cuenta Torri.

“Me había ido de la Fábrica y no le dije nada a ellas. Durante un mes, salí de casa con mi mameluco y me cambiaba en la oficina de un amigo, en el centro. Hasta que un día, en un cumpleaños, un tío mío (“el Payo”) que también trabajaba en la fábrica, me preguntó delante de todos que cómo se me había ocurrido renunciar con 15 años de antigüedad.

Ahí tuve que dar explicaciones, ­pero después del mal trago, me ­convencí solo: Rubencito, vas a ser corneta”, cuenta hoy, a 53 años de aquella decisión.

“Hacer lo que a uno le gusta es el secreto para mantenerse vigente”, arranca de entrada mientras mezcla su taza de café en el Bar Richmond, a metros de la tradicional esquina de General Paz y Colón. Y enseguida se emociona con esos días de incertidumbre que marcaron un antes y un después en su vida.

“Yo estuve 15 años en la Fábrica Mili­tar de Aviones parado al lado de un torno, porque en realidad soy tornero. Pero un día ‘el Tábano’ (apodo de Salomón Melnik, jefe suyo en LV2, donde se había iniciado en 1954), me dijo: ‘¿Sabés una cosa, Gardelito? Lo hacés bien al boxeo vos. Pero... ¿qué querés ser? ¿pito o corneta?’. ‘Corneta, le respondí. ‘Entonces salí de la fábrica y dedicate a esto’, me replicó”.

–Madurar esa decisión fue toda una apuesta y un desafío.
–Claro, es que en esos años yo le daba de comer a los chicos con mi sueldo de la Fábrica y salir de ahí era una locura. Pensaba que me iba a matar mi mujer y también mi madre, que tenía el orgullo de decir eso de “mi hijo trabaja en la Fábrica de Aviones”. Yo era jefe de sección y con 15 años en el puesto, y tenía que gestionar un permiso para irme un año sin goce de sueldo. No fue fácil encarar al comodoro a cargo y decirle que me quería ir, pero le expliqué que deseaba hacer otra tarea. “¿Y a que se va a dedicar?”, me preguntó. “Periodismo deportivo”, le dije y le conté que ya lo venía haciendo, que relataba peleas de boxeo. Resultó que el tipo era fanático del boxeo, me había escuchado muchas veces y no sabía que trabajaba conmigo. Me contó entonces que andaba buscando alguien de relaciones públicas y me hizo una muy buena propuesta para que me quede. Yo ganaba 450 pesos y me ofreció 850 y auto. Era un ofertón, pero le expliqué que me sentía más feliz en lo otro y me dio la licencia.

"Yo ganaba 450 pesos y me ofreció 850 y auto. Era un ofertón, pero le expliqué que me sentía más feliz en lo otro y me dio la licencia", recuerda Rubén Torri.




–Mal no le fue, porque enseguida vino la chance de trabajar en Buenos Aires al lado de grandes figuras.
–Sí gané un concurso para relatar box en Radio Rivadavia, gracias a una “trampita” de Horacio García Blanco, un amigo que era parte del jurado. Raúl Platte (gerente artístico de LV3) me dijo un día que me buscaban de Radio Rivadavia. Pero como ahí eran de hacer bromas pesadas, no me la creí mucho. Me insistió en que los llame y me atendió un locutor (Alberto Chitro), que me dijo que agarre lo que tenga a mano y viaje urgente a Buenos Aires. Seguía sin creer porque una vez a un técnico le hicieron creer que lo habían llamado de Radio El Mundo y eran todas macanas. “Usted va a venir al Hotel Cambridge, Tucumán y Florida, y va a encontrar una reserva a su nombre. A las 13.30 lo espera José María Muñoz”, me explicó. Fui con el taxi, entré con el bolsito en mano, bien cabecita negra y dije que tenía reserva con mucha timidez. El portero revisó el libro y dijo “aquí está”. Ahí se me aflojaron las piernas. Me llevó a la habitación, le di una propinita y cerró la puerta. No me olvido más que me tiré en palomita hacía la cama y dije “Torri, sos corneta”.

Periodista de raza. Rubén rescata la figura de su esposa, Ana Rosa Ibáñez (murió en 2013), como el pilar de una profesión que le “roba” mucho a la familia. (Foto: Pedro Castillo)

La frase ilustre


Un brevísimo recorrido para unas fotos en el centro de la ciudad, bastan para descubrir el personaje al que se acompaña. “¡Hola, Cepillito!”, lo saluda un peatón, mientras otro se presenta y le recuerda una pelea de box en el Córdoba Sport. Enseguida otro le pregunta donde dejó “la lonita”.

–Sus frases marcaron época. ¿Era un desafío suyo el hecho de imponerlas?
–La verdad que hice algunos eslogans que me robaron el apellido. El maestro Fioravanti me había dicho una vez que copiara lo bueno y dejara de lado lo malo de los demás relatores. Lo de “cepillito” nació en Villa del Dique, un verano, al pie de la montaña. Allí entraban como tiro las radios chilenas y yo escuchaba los partidos que producían ellos. En Chile son muy pecho frío para relatar, pero tienen una terminología exquisita. Yo me iba con un cuadernito y una lapicera y anotaba. Y una de las que más me llamó la atención fue cuando el tipo dijo “avanza Toro por la derecha, sale el defensor a su encuentro y lo derriba con foul. Le pasó la garlopita”. El término me encantó y cuando se vino la temporada decidí utilizarlo. Pero me olvidé de anotarlo en el vidrio de la cabina, en cancha de Belgrano y no lo recordé cuando se prestó la ocasión. Bajaron un jugador cerca del área y yo arranqué diciendo “derribaron a Fulano al borde del áreaaaaa”, alargando la “a” mientras trataba de recordar el término. Ahí improvisé el “cepillito abajo” y lo miré a Tito Paz y me dio el OK. En 60 años de carrera clavé seis o siete eslogans. No es fácil imponer una frase que pegue en la gente. A los 30 días de eso, la frase me sacó el apellido.

Recuerdos imborrables

–Usted se adaptó a varias épocas de la profesión ¿Extraña algo del periodismo “de antes”?
–Extraño el respeto. Jamás me valdría de filmar a alguien para mandarlo en cana en la televisión o en radio. Ese tipo de periodismo lo detesto. Una vez, en 1974, me pasó una increíble en Junín, transmitiendo Talleres contra Jorge Newbery. Ese día ganó la “T” 1-0 con un golazo de Willington desde mitad de cancha. Y mi comentarista, el Negro (José) Ademan Rodríguez, dijo: “Debo decirles a ustedes que Willington es un adúltero. Aquí en Junín anda de novio con la pelota”... En Córdoba, a la mujer de Daniel se la contaron cambiada y entonces, cuando volvimos, Daniel se me vino al humo y me dijo “che cu..., ¿qué dijeron por la radio?”. Le expliqué e incluso lo mandé a Ademan a hablar con la mujer, pero lo sacaron cagando diciéndole “usted debe ser igual que él”. Después tuve que ir yo, y le dije a la señora: “Mire yo tengo algo sagrado, que es mi madre. La Virgen María es sospechosa al lado de ella. Le juro por ella que las cosas fueron así”, y le repetí la frase. Por suerte me creyó. El respeto hoy no es lo que más domine en el ambiente.

A la hora de recordar coberturas, Torri no duda en elegir como favorita a la tercera corona conseguida por Santos Laciar, en Reims (Francia), cuando venció por nocaut a Gilberto Roman. “Ese día me quebré, no pude seguir relatando, la emoción me quebró y me hizo llorar. Si hasta Ademan lloró, y mire que había que hacerlo llorar a ese”.

El grabador se apaga y Rubén agradece. Saluda y saca el suyo, con cinta, preparado para alguna nota. Como lo hizo ayer, como lo hará siempre.

 Gustavo Farías, Córdoba

(Para mi el mejor periodista 
deportivo de Córdoba)

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Corría el año 1963, nunca imaginé que trabajaría en la Radio, solo era un audaz aspirante a periodista deportivo. Y a esa edad la audacia coge de la mano a la torpeza...

Prioritariamente, intuía que la radio era un gran medio para educar a la gente, pero el que intenta hacer radio educativa se encuentra sin nadie que le escuche, por eso de “los niveles de audiencia” y “el gusto popular”. Lo que “la gente quiere”... como si a un farmacéutico se le pide droga y te da droga. Los que hacen radio son un poco monitores de conducta. Por lo menos se debería advertir sobre la insanía de lo que se difunde, como en los paquetes de cigarrillos: “El contenido de este programa perjudica seriamente la salud mental de la población”. Es cuando la voz tiene que ser grito. 

Suerte que me hallé con un tipo como Rubén Torri (como dije anteriormente, para mi el mejor relator de boxeo en la historia de la radiofonía argentina). A su lado, durante casi quince años, aprendí lo que no se puede aprender en toda una vida en cursos de comunicación o facultades de Ciencias (???) de la Información. Ya las mejores clases las había recibido de niño al escuchar a Fioravanti en los partidos del domingo. 

Es de reconocer que los que saben usar la parla justa vienen de la calle; animaron bailongos de barrio, presentadores de concursos de Misses, recitadores escolares, han vendido en los ómnibus hojitas de afeitar ...“para la barba del señor y las piernas de la patrona, que quedarán hechas una seda", "Peines y lapiceras que escriben en cinco idiomas y pintan todos los colores", “Su atención, por favor -al estilo sala de embarque- Soy padre de diez hijos, no tengo trabajo y no cobro paro, apelo a la buena voluntad de todos ustedes con una pequeña ayudita", "Para ustedes la última novedad del mercado... todo por un peso; y por el mismo precio se incluye esta finísima pulsera de oro para quedar bien con su suegra, y todo por un peso! Un miserable peso, parece mentira, compruébelo usted mismo”. Esa es la mejor universidad. 

Al menos yo vendí uvas a los 13 años (un solo día, pero me quedó la cara de curda); a los 20 y pico, vino Montonero, y me preparó para lo que era la radio. Nunca supe si valía o no, creo más esto último, pues el que vale realmente, al final se sale con la suya, y solo los incapaces o débiles se entregan. Ahí está demostrado con las trayectorias de gente que apostó a una vocación con perseverancia y férrea voluntad como Victor Brizuela, Norma Landi, Alfredo Díaz, Ricardo Sandoval, Eduardo Curuchet, Antonio Testa, Enrique del Campo, Ramón Cordeiro, Sergio Villarroel, Rubén Camino. En veinte o treinta años no ha habido ninguno que les hiciera sombra en Córdoba en lo que hacían. A parte de eso, con muchos de estos tuve contacto a nivel personal, y de mucho respeto y cariño, aunque no hayamos sido compinches. 

Siendo estudiante de odontología, una de mis primeras prótesis dentales se la realizé al papá del negro Brizuela, allá por el `64. 

Pobre Rubén, las que me tuvo que aguantar a mi el locutor Tito Paz, cuando llegábamos a las transmisiones del Luna Park sobre la hora... Y las veces que lo metí en un campo minado porque el anunciante tal o cual lo presionaba con retirarle la publicidad por mis críticas empapadas de irreverente ponzoña. Qué jodidos todos los fines de semana, ponerle unas gotas de miel al veneno de un mocoso estudiante que no era un profesional de la radio; si él no se hubiera cruzado en mi camino, no hubiera durado ni un año en LV3. Formábamos un lindo "matrimonio" de relato y comentario, donde él representaba el rol de "conyuge moderador y paternalista", aportando el recato prudente y doméstico como freno de mis excitaciones, fiebres y arrebatos verbales. En suma, el que me devolvía a los cauces del equilibrio luego de mis obscecados deseos de libre albedrío con los adjetivos, para desesperación de los directivos que no tuvieron más remedio que aguantarme, pues entré a la radio gracias a que gané un concurso en el año '64., sin merecerlo, porque el exámen escrito lo copié todo, y como sé que el hombre en si no es bueno ni generoso, para dar, en aquel instante, confié en la capacidad del que me daba la espalda, pero yo sabía que ganaría igual improvisando en el oral, ya lo hacía desde niño. Me computé para hablar sin parar durante 20 minutos. “Hágala simple, Ademan”, me recomendaban los capos. ¡Simple! ¡Cómo si fuera fácil! Simple era Discépolo, que con dos versos pintó un siglo (de hecho, toda la historia del hombre) en el tango Cambalache. Aunque se quedó corto, porque los inmorales no “nos han igualao”, nos han “superao”.

La primera vez que tuve contacto con Tito fue un viernes por la noche, iba a hacer mi  debut en el boxeo, me encontró en una de las oficinas de la radio, sin más me dijo: "Hola negro", como si nos hubiesemos conocio desde siempre "Preguntále al “jefe” (Chino Torri) en que podés serle útil, si no necesita algo, ordenar las tandas publicitarias, etc." Me estaba enseñando el camino de la humildad y el saber estar, expresándose con tono y acento nochero (que es idioma universal). De entrada tuvimos la química del entendimiento. 

¡¡Y las noches de boxeo en el Córdoba Sport Club...!! con su olor denso de maní tostado y el praliné que vendía el ñato Astrada en la puerta, de la que emanaba un rumor transformado en bufido, en chaparrón sonoro en forma de U gigantesca que envolvía todo el ámbito derramándose en la calle Alvear, por cada piñazo errado, de cuando su tesorero, Luis Luján Tejedor, expresó que a la institución la dejó bien parada (porqué vendió hasta las sillas). Y el “Chino” Torri, gran intuitivo, que abarajaba las piñas en el aire para mandarlas al éter por L.V.3. 

En muchas situaciones, nuestro "matrimonio" se convertía en un "menage à trois", pues también entraba en danza el negro Tito Paz. Con él, me perdía en el tiempo y en el espacio, en inolvidables tertulias de esa época cuando a uno le enseñaban cosas (como qué es lo que no se debía hacer), porque se creía que aún servía para algo eso de aprender a través de las palabras. A pesar de que los “modernos” digan que una imagen vale más que mil de ellas, creo que algunas no pueden ser expresadas por mil imágenes.

Aprobábamos en base a opiniones con fuerza de ley, como la de que “El que chupa Coca-Cola no puede ser buen periodista”, que eso lo daba el automatismo del alcohol; un doble magisterio para valorar oficios y profesiones. Nunca faltaba el grupito de amigos que te hacían creer que uno es el mejor a cambio de alguna entrada de favor, cosa que tácitamente aceptábamos con inigualable sentido del ridículo. Compinches que nos decían, para nuestro consuelo, que éramos unos genios incomprendidos, razón por la cual a Fioravanti actualmente no lo hubieran escuchado. 

En fin, cenáculos y tertulias de heliófobos, noctívagos y nictálopes, sabiamente prolongadas que te obligaban a decir: “¡Carajo! ¿Qué estoy haciendo a estas horas?" momento en que el sol siempre aparece y los amantes tienen que retornar a sus casas. Pero no nos quedábamos hasta tan entrada la noche sólo por los tragos, sino porqué a eso de las tres venían las musas a decirnos lo que necesitábamos para estar animados, o reinventar la esperanza que muere horas más tarde.. porque la emoción se lleva muy mal con la pasión. Todo me llega del fondo del recuerdo.

El escenario eran los bares, esos de busecca y vino en pingüino (santo grial de las misas herejes), reductos del reaje más representativo de la noche, como el Torino frente a la estación del Mitre, cuyo dueño, el gallego Sebastián, tenía siempre el escarbadiente hecho escobilla jugando entre los labios y la rejilla en el hombro, repasando siempre el mostrador. Allí germinaron las utopías y las vulgares comedietas de nuestras vidas. Tanto podíamos hacer el vermouth en Chilecito y cenar en Kurdistán, como podíamos tomar un colectivo, bajarnos a cenar en Bell-Ville y desayunar en Fraile-Muerto, hasta perder la identidad y farfullar palabras en ugandés: ¿Gutabino nego?” “Chi guta. Los codos flaquean y se caen al querer apoyarse. Era el momento de irse, instante en que el patrón comienza a apagar las luces y las sillas se van poniendo boca abajo sobre las mesas. Al retirarnos de las guaridas tintofílicas no nos despedíamos como el resto de los mortales, sino que se montaba todo un ceremonial; pararse cada 20 o 30 metros para despedirse por enésima vez, donde 3 o 4 formábamos un círculo a la manera de un conciliábulo ambulante de abrazos y besos. 
 
(Tito Paz y Ruben Torri)
Tito fue el locutor deportivo por excelencia en Córdoba. Cual pregonero que da vida a los productos publicitarios que a su vez dan de comer a todos los de la radio. Tenía voz de nicotina y esqueleto sentimental, prolijo corte de pelo, uno o dos dientes ausentes de su sonrisa (pues es vulgar en un bohemio reirse con todos los dientes), ojos duros e infantiles, arrugas como navajazos en la frente y sus manos trazando metafísica en la dialéctica de las cuatro de la madrugada, atrapando sensaciones y arrojando anécdotas miles con sus modales de noble caballero que sabe comer Choripán sin mancharse jamás la camisa, ni hablar con la boca llena y la cabeza vacía. Era lector empedernido. 


Para nosotros, acostarse a medianoche era como negarse a desflorar la madrugada que te invita:


- “Muchachos, ¡vamos! Alcemo el gallo, que es muy tarde”.
- “¡¿Que va a ser tarde?! Lo hubieras pensado más temprano...”.

Teníamos un código de honor y discreción: al hablar de relaciones con mujeres, consideramos siempre que el verdadero caballero es aquel que pierde la memoria.

Hubo momentos ingratos en mi periplo radiofónico. Cuando alguien me atacaba (casi todos), tenía ganas de decirles a todos, indiscriminadamente, dirigentes, colegas, oyentes, etc.: “¡Ustedes, todos ustedes, y el mundo me importan un carajo!”. Esa es la verdad. Por eso podría decir: “Me arrepiento”, o disculparme… Pero era más fuerte que yo. “¿Y quién mierda son ustedes para suavizar mi expresión? ¿Son carmelitas descalzas, acaso? ¿O angelitos? Sólo sé que me agreden como lobos rabiosos, porque les tiro a la cara lo que son: unos mediocres que morirán víctimas de sus propios miedos. Son conscientes de ello, lo saben, y no tienen ideas ni para protestar. Son sólo un cilindro, un ente que come, bebe, fuma y tiene adentro un hueco, un tubo con recovecos asquerosos de glándulas y mucosidades que tienen que llenar con mujeres putas y palabras de Dios, dinero y poder para sentirse satisfechos".

 Luego, dormir. El resto de ustedes es “lo que dura”. Me he dirigido a grandiosas minorías en las cuales no les incluyo.Pero de cada rincón siempre hay algo que pugna por salir: la bestia. “Son muertos, están podridos por dentro, y me putean, pero a la vez tienen necesidad de escucharme. Y muchos no se animan a ello, pues les pongo el dedo en la llaga y en el culo… Pero claro, ustedes dirán que la culpa no la tiene la llaga sino el dedo que la toca. Yo no puedo cambiar de oyente, usted puede cambiar el dial para eludirme; pero tenga en cuenta que en tanto usted se embola o se divierte, o aprende escuchándome, comiéndose un buen asado, yo me las banco encerrado en una cabina hablando pelotudeces para estúpidos como usted”. Tampoco nunca lo hice... porque Torri era un tanto como los maridos antiguos: fervorosos creyentes de los matrimonios prolongados, creyentes de la buena fe, siempre poniendo en orden a la loca de la casa que era mi conciencia. Él antes de las transmisiones realizaba en el hotel metódicos ejercicios de respiración, esos del yoga. Los mios eran de conspiración. Nunca fui de los comentaristas digamos “exitosos”, ni mucho menos; sólo unos pocos oyentes me escuchaban complacidos. No me preocupaba mucho; estaba convencido de que se podía distinguir entre dos tipos de escuchas: los inteligentes y la mayoría. En esta última se incluyen la mayoría de las “marujas”, amas de casa a quienes los programas matutinos de las radios las distraen con tonterías de sus tareas específicas importantísimas: lavar, planchar, cocinar, chafardear, ir de compras... Y encima hablando por teléfono les llenan el programa a quienes realmente tendrían que realizarlo. 

Yo la jugaba de rebelde, como un culo de mal asiento. No sería del Madrid ni del Barcelona; o mejor: sería del Barcelona en Madrid y del Madrid en Barcelona, por llevar la contra nomás.

 Nunca les agradecí, a mis pocos oyentes, esa atención públicamente. Pensé un día en hacerlo, hasta diagramé mentalmente de qué manera, usando el factor sorpresa. Era algo así:
-  “Hoy quiero referirme a un personaje que tiene y siempre ha tenido fe en mí, que pone su mano para brindarme alegría, paz, y sosiego, conoce mis virtudes y debilidades; si desfallezco me empuja con una palabra, un gesto o un silencio; estuvo, está y estará; lo necesito, es cosa mía; sin esa persona mi vida sería distinta, pues llena mis momentos y me ayuda a ser lo que soy y seré; está conmigo en su casa, el bar o el banco de una plaza. Usted no es un radio-escucha cualquiera, es infinitamente superior a la gran cantidad de borregos analfabetos que pierden el tiempo con los programas de mayor audiencia. Por eso y tantas cosas más, le digo: “Gracias, mi amigo oyente”. 

De incomprendido a negado fueron pasando los años... y ahora, cuarenta años más tarde, desde Barcelona, con olor a jazmines, calas y margaritas, les estoy relatando parte de mi vida.




 

 

 

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