Es de señalar que
para el argentino madrugar no es vocación ni obligación de trabajar, ni empezar
la faena desde la alborada y también es ser “ligero” para sorprender con malas artes, es joder al prójimo; de ahí
el tan conocido “te madrugué”, justifico y aplaudo al madrugador forzoso, el
que duerme en cama ajena, ése sí se levanta antes del alba.
A los tipos que
alardean de dinero, pregúntanles si trabajan los lunes por la mañana. En caso
afirmativo, se revelarán como pobres esclavos. Los tipos inteligentes y ricos
no cometen la grosería de trabajar los lunes. Yo no soy rico, pero considero
que laburar los lunes es una explotación de uno mismo, olvidando que la
autocompasión es necesaria. Me convenzo para revalorizarme de que los demás
trabajan para que yo pueda dormir. Y soy yo mismo el que me fijo mis días
laborables, festivos y de luto, porque nunca me sentí sometido por ningún jefe,
patrón o director. Mejor así, pues no hay peor amo que el que ha sido esclavo.
Y llegué a la conclusión, hace ya más de veinte años, que no tenía que ajustarme
a semejante deshonra: aguantar los nervios tensos de los lunes y sus lunáticos,
el mal humor columpiándose en los párpados inflamados, y evitar el “hola” cavernoso que emana de una
cara constricta, que más que saludo es como un eructo duodenal. ¡Hasta parece
que tuvieran pelos en el corazón! Ya demasiado los veo en semana a la hora en
que se baja la basura. En la búsqueda del dinero se oxida el espíritu y la
cordialidad y la simpatía se agotan. Una fiesta con amigos es una continuidad
del trabajo; más que compartir, la usan para enganchar clientes o adeptos y no
tienen espacio para la sinceridad como acto común.
La gente que trabaja los lunes me
recuerdan a los cerdos apretujados en los camiones que circulan por las
autopistas y a las horas puntas de los metros, como en una lata de sardinas,
salen despedidos como la pasta dentífrica al oprimir el tubo; magma en torrente
que baja y sube escaleras y saltarán las barreras ¡rapados, sudacas, argelinos,
okupas!, adolescentes de arito y sucia prepotencia, como sentando un principio
rebelde de que la sociedad ordenada es propia de la globalización.
Ya habrás oído alguna vez algo sobre la austeridad y el sentido ahorrativo de los catalanes. La Colorada, como buena catalana, responde al dicho aquel de que "Los catalanes de la piedras hacen panes". Ella tiene su lado platónico con sentido práctico: "hace crecer la guita mojándose en lágrimas". Me hace acordar a su ídolo y paisano Joan Manuel Serrat. Cierta vez le preguntaron si podía nombrar las tres canciones que más recordaba, y contestó: "Las tres primeras que me dieron más dinero, gracias al cual pude hacer las demás", que sería algo similar a la posibilidad de enamorar a la mujeres que te gustan con la guita que te dejó una mujer rica... Se comenta que, allá por los 70 y pico, el cantautor del Poble Sec recomendó al papá de Diego Armando Maradona que su hijo nunca dejará de joder con la pelota.
El gato...
Mi gato siempre puntilloso y sin perder la elegancia, como buen felino, sorteando jarrones, copas, floreros, a veces rozándolos tenuemente sin romper nada. Cuando toca lo que no corresponde, dispara asustado por su desacierto. Él simboliza el revés de los políticos que disfrutan tocando lo que no corresponde...
Los amigos que me conocen (ninguno) sostienen la tesis de que si todo anda bien, por suerte para mí; y si algo andaba mal, la Colorada lo iría arreglando. Su signo es el laburo; ella disfruta más remando que tirada en un yate, salvo cuando pasa largas temporadas con su amiga de Altafulla. Gran amante del verano, más que importarle el país donde estabamos era la locura por el sol, lo suyo son los viajes alrededor del sol (debe ser porque yo no la puedo calentar mucho... de bronca sí). Creo que la bandera que más le place, al margen de su querida "estelada", es la argentina por tener el astro rey en el medio. Y yo que pensaba que era un sol para ella... Encima, fuí incapaz de pintarle la paz desde la sombra de un pino, como esos que hay en Altafulla. ¡Tantas veces me ayudó a vivir la vida alegremente, contándole las pecas...! Y me ayudará, sobre todo, a morir tranquilo, que es lo más difícil en la vida, pues es en los portales de la parca donde todos te abandonan.
Por eso, tomó cuerpo la frase esa:
“¿Te gusta Plácido Domingo? ¡Mucho más que el puto lunes!”. Quedé desafectado de esa humillante obligación
y me declaré en estado de vagancia indefinida, enmendando una clásica frase:
“Dime lo que no haces y te diré
quién eres: un tipo inteligente”. Soy a la pereza lo que Leonardo Da Vinci a la
creatividad. Y me pongo contento haciendo fiaca los lunes por la mañana, como
un bebé al que le arrimaran la teta de
Gina Lollobrigida y bien llenito, luego ella me dará golpecitos en la espalda
para que eructe como todos los bebés, con la diferéncia que tratándose de la
Gina sería un bebito diferente o un aristocrático gran mamón. Más tarde
invadiéndome una dulce modorra de articulaciones estiradas hasta el infinito,
me aferro a una almohada gorda y blandita, y me revuelco en la cama tibio y
jocundo. Y no es una fiaca vulgar, de simple comodidad, es un protestón de
pancarta, una magnifica rebeldía que me eleva por encíma del rebaño, segregando
una profunda filosofía que me hace sentir diferente.
¡Uff! ¡Qué
desgracia, suena el timbre de la puerta! Me salta el corazón, no, no es nadie,
es el del anuncio de tv que lleva pizza a domicilio. Además, tengo todo el
cubrecama para mí porque estoy solo. ¡Y me importa una mierda el mundo! Hasta me es antipática la porteña calle
Corrientes, “la que nunca duerme”. Desentraño el enigma de las pirámides que no
resolví cuando las visité: una vuelta a cada una equivale a la misma distancia
desde la calle Ocaña Norte hasta la entrada a la cancha de Belgrano. Tracé
parámetros teóricamente imposibles, como medir mi capacidad de sufrimiento,
entre mi ignorancia, el saber científico y la Cruz del Sur, que no os voy a
revelar, para que siga siendo enigma, como el del Santo Grial .
¡Lunes agorafóbicos, lunes de
orquídeas! Me transfiguro, no soy Ademan Rodríguez, soy un ademán flemático...
Para el resto no existo. Ese día más que el bien hacer hay que interpretar el
buen yacer. Me autorizo a mí mismo el franco de decúbitos dorsales y ventrales.
Ahora entiendo, casi con certeza, por qué la época de bebé es la más feliz: por
dormir mucho y todo lo que uno quiere, calentito. De adulto, uno se nota
siempre fatigado, por contraste y odia el frío; por eso hay mujeres
superinteligentes que cuando se casan lo tratan al hombre como a un bebé. ¡No
me vengan con el cuento de la teta y el
Edipo de lactantes! Simplemente, de pendejito uno se siente seguro por dormir
mucho y calentito y de grande tiene miedos por dormir con el culito destapadito. Dormir, dormir… Mi hobby, mi sueño de toda la vida, mi adicción, mi locura. A veces
creo que sin dormir no sería nadie, me convertiría en un hombre desgraciado. Es
como si me revolcara en el líquido amniótico. Con razón placer viene de
placenta. Algo así, tan dulce, debe ser el suicido con barbitúricos... y tan
fácil es morirse así en relación a lo difícil que es vivir. Es cierto y si es
tan jodido vivir, ¿para que hacerlo?, o sera por eso que siempre algún boludo o un profundo filósofo, (que en eso se dan la mano) te
largue en un velorio aquello de “ ...no somos nada, Doña...” relativo todo esto, ya que si el muerto es Pelé, Fleming, Sabin o Tarzán, no se le puede
decir eso a la madre.
Mi cuerpo descansa de las malas posturas. Soy
el amo del ying y el yang. Más que pensar en hacerme budista,
me solaza el placer íntimo de sentir cómo me crecen las uñas de los pies. Mis
líquidos corren a su aire. Me abandonan los miembros en mórbida miastenia.
Duermo con la laxitud de los santos y los muertos incinerados. Solamente las
personas puras como mi Kiko al final de la jornada duermen como un niño de
pecho. Gozo los diálogos eufónicos del pulso superficial que responden a los
más profundos de la expulsión ventricular. Lunes que se cuela dentro mío...
Tantea mis huesos, se instala en mí, en mis riñones, me aferra a la tierra. Y
me arrepiento los lunes de haber trabajado los restantes días de la semana.
Atiborrándome de bostezos, lo que haga falta... doce, catorce horas.... para
mantener el divino sopor.
Son cuatro horas menos en Argentina:
cuatro horas más para dormir. Mañana hay que adelantar la hora. Serán cinco...
Hasta que los Estados Unidos no digan lo contrario, que en esto del día y de la
noche aún no se meten, por ahora sólo se
ocupan de retrasar el euro... ¿Por dónde andará el boludo de la propaganda de Camel? ¿Qué andará buscando? Desde
la cama marco directrices a mis enfermeras, a las que, por vago, conveniencia y
comodidad, delego responsabilidades. Lo más probable es que termine en la
situación de aquel personaje de Dickens, esclavo de sus dependientes, cierta
vez mi hijo Néstor me reprochó “ tenes que fijarte en las cuentas papá...”, se nota que
no me conoció nunca!, cualquiera sabe que soy de hablar, no de contar (cuentos
si!) me gusta tanto la contabilidad como al Zurdo una película de Ingmar
Bergman. Soy un revoltoso provocador
dadaista de la inactividad. ¡Lunes de regocijo sólo al pensar que vendrá
otro lunes! Claro, no hay más remedio: tendré que aguantar el martes, lindo día
para mandar todo “a la miércole”. ¡Qué gusto da descubrir un lunes que en la
heladera hay una sopa del sábado, no por lo rico de la sopa (que se hace más
gustosa y concentrada), ¡sino más que nada porque es un lunes!
Dicen que dormir es perder horas de
vida. En parte es verdad. También me quejaré como todos de lo de siempre: la
brevedad de la vida. Pero, qué quieres que te diga: dormir es mucho dormir. Se
hace camino al dormir. Pongamos mejor que soy un muertoide que respira lo
justo o un vivaracho que se resiste a respirar el aire innoble de las
chimeneas, caños de escape y otros gases ciudadanos. Si me llaman por teléfono,
profanan el abismo de mi sueño, igualando a Lord Carnavon en la cámara
mortuoria de Tuthankamon.
Para saber qué pasa
en nuestra esfera llena de achaques, escucho la radio. Está nevando; a la
nieve, los hombres del tiempo le llaman estrafalariamente el blanco elemento... Pero las observaciones meteorológicas no
hacen declinar mi férrea adhesión a Morfeo. Solamente una vez escuché un
pronóstico de certeza de labios de uno que predecía el tiempo: “Esta noche... es Nochebuena y mañana es
Navidad”. “Los presuntos atracadores tenían acento suramericano”, sin distinguir un pito entre un canario, un
chileno, un argentino y los que simulan ser tales. “El Barcelona asombró a propios y extraños con su derrota”, como
si fuesen propietarios de la gente o se refirieran a extraterrestres. Y aún
siguen preguntando al invitado la planta, árbol o animal en que le gustaría
reencarnarse. Afuera hace mucho viento... Mi pensamiento sigue ahora los
círculos concéntricos del agua de un estanque. Arrojo un objeto; no sé bien qué
es, si un anillo, un paquete de cigarrillos abollado, una vileza ajena, una
ilusión bien pesada que no pude sacar a flote y se hundió...
Un cronista
financiero explica que “Hay que ajustar las variables y los parámetros”
(??????????????). Los periodistas no comentan sino que “analizan”, haciendo girar
el mundo entre sus lenguas, como en “estado de asamblea permanente”, conformando una “mesa de trabajo” para referirnos que el
gabinete gubernamental tiene hoy una “reunión de trabajo” o que tal sindicato tendrá una “comida de trabajo”, al escuchar tan
reiteradamente lo de “trabajo”, apago el aparato y sonrío satisfecho... ¡que
bien se está!. Hasta me he enterado que los japoneses ya dormían en
las empresas para quedar bien con el patrón (¡qué boludos!). ¿Ése es el concepto de la libertad
y del Estado del Bienestar? ¡Que me chupen un huevo! El italiano Cesare Pavese tituló uno de sus libros Trabajar cansa. ¡Que me lo diga a mí,
flor de pelotudo!
Lunes de orquídeas... Lunes
metafísicos, trascendentes, trascendentalísimos. ¡Lunes de antes de Cristo y
después de Cristo! Así debió quedar Dios cuando descansó, con la vista en el
cielo raso. Puedo dar vida a lo que no existe, captar lo que olvidé o me pasó
de largo. Los vientos de la historia, los soplan las minorías los días lunes.
Afuera, un ejército de hombres, como una casta de miserables atrapados, carne y
mugre, trabajan colaborando con el mundo a cavar su propia tumba, segregando la
vida que se va. Son los topos, que ignoran que los pozos de petróleo, los
bombardeos y los refugios nucleares se comienzan por arriba; ellos empujan
desde abajo en un trabajo ciego. No saben que si algún día se produce una
revolución, ésta será el fruto de una trabajosa educación del hombre, no del
trabajo en sí mismo, en su vulgar expresión, menos de grupos con fusil
escondidos en el monte, enfrentados a ejércitos de radar y misiles.
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(cerdos apretujados en los camiones o metros a horas puntas) |
Tántalos que
se vuelven tontos de bajar y subir y no arribar jamás en la escalera de la vida
donde unos escalan los peldaños y otros los trepan sin que estén bien dadas las
reglas del juego. ¡Si por lo menos alguno tuviera la originalidad de bajarlos
de espaldas! Currantes como termitas que empujan, cuyo logro más preciado es
estar en nómina, tener actualizado el carné de conducir, recibir el aguinaldo
y poner el culo en
alguna playa durante el estío. Gente que permite pensar que en el mundo hay dos
clases de personas: los que tienen dinero y los que no saben ni lo que quieren.
Clase media saltando entre un campo minado de tributos y créditos, intentando
ahorros que dan pena. Víctimas de la productividad que llevan a la rastra el
escepticismo del talentoso frustrado, que esperará con avidez saber qué tal
sirven el menú en el bar restaurante más próximo.
Y no quiero hablar del olor
mierdebundo a sudor. Algunos estarán placenteramente tirados como yo, en este
lunes, como los chanchos revolcándose en el barro para hidratarse la piel.
Trabajo, laburo, sacrificio… ¡La gran mentira de los explotadores y líderes del
borreguismo humano! Hasta un jesuita (con el respeto que me merecen) asesinado
en Bolivia en 1980, Lluís Espinal, compuso la letra de una canción titulada Gastar la vida, donde señaló que Dios
nos la ha dado para gastarla, no para economizarla en un estéril egoísmo. Yo me
pregunto: ¿es que se puede gastar la vida? Sí, gastar se pueden gastar muchas
cosas, unos jeans, por ejemplo, el
último petardo en Nochevieja, sabiendo que después vendrá lo de todos los días,
la rutina, que ésa sí te gasta y te desgasta. Pero la vida… Gastar es una
palabra poéticamente desafortunada. Para gastar la vida sólo se requiere
cantidad de tiempo, no calidad de horas. Implica esfuerzo sostenido e
inclaudicable, cosas muy alejadas de la dulce reflexión de los lunes y mi
camita de bebé. ¡Hasta se puede gastar soñando algo hermoso entre las sábanas
un lunes por la mañana, sábanas donde aún se huelen los restos del final de
semana con el sinsabor de la rutina hebdomanaria por venir! ¡Ni palabras se
pueden gastar! “Sóc catalana. Ya te lo he dicho una vez.”, me dijo una amiga.
Esto pone en evidencia el practicismo de las mujer catalana.
Si uno se explota a
sí mismo se está adiestrando para explotar a los demás. Lo lógico es tener
dinero para no trabajar (o trabajar menos) y no trabajar como un burro para
tener dinero. De ahí aquello de: "No hay montaña tan alta que no la suba
un asno cargado de oro". A ciertos tipejos impertinentes que me preguntan:
“¿Cuánto ganas?” les contesto: “Mucho más de lo que te figuras y menos de
lo que supones”, respuesta atinada que los deja en pelotas, pues si presuponen
que ganas mucho, pueden suceder tres cosas: que te envidien, te menosprecien o
te mangoneen. No es más libre el que más dinero tiene, sino el que menos lo
necesita (premisa rectora de mi vida desde que tuve uso de "sinrazón"). Sólo la
suficiente guita para vivir, pues lo que sobra es para presumir. Y como bien
dijo una colorada: “Quien poco desea está lleno de todo”. Gran verdad esto
y como que Dios está solo, tan lleno de todo pero solo. Y finalizó diciendo: “Mi marido
trabaja como si siempre hubiese de vivir y vive como si pronto hubiese de
morir”.
Ser rico por mi
formación y condición es saber que hay un festival de Tango en Buenos Aires o París,
tomarme un avión y volverme al otro día, sin que eso altere tu pulso económico
o el de los demás. O irme en motoneta de Río Cuarto a Gigena para sentir a
Troilo como hice con 17 años.
Ya habrás oído alguna vez algo sobre la austeridad y el sentido ahorrativo de los catalanes. La Colorada, como buena catalana, responde al dicho aquel de que "Los catalanes de la piedras hacen panes". Ella tiene su lado platónico con sentido práctico: "hace crecer la guita mojándose en lágrimas". Me hace acordar a su ídolo y paisano Joan Manuel Serrat. Cierta vez le preguntaron si podía nombrar las tres canciones que más recordaba, y contestó: "Las tres primeras que me dieron más dinero, gracias al cual pude hacer las demás", que sería algo similar a la posibilidad de enamorar a la mujeres que te gustan con la guita que te dejó una mujer rica... Se comenta que, allá por los 70 y pico, el cantautor del Poble Sec recomendó al papá de Diego Armando Maradona que su hijo nunca dejará de joder con la pelota.
El gato...
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(Benefactor de los curdas) |
Me fijo
en su cola, que hace de hipnótico péndulo, a un lado y a otro... Parece que mi cuerpo
todo se balancea en una hamaca paraguaya en el deleite. Y ¡qué finura! Suerte
que es gato y doméstico... Si fuera perro, vendría de la calle con olor
fétido, pues es costumbre entre ellos husmearse el ojete, como
señal de saludo. Semejante grosería es impensable en un minino. (Un gato es gato; no hay gatos policías,
como los perros, en cuya especie también existen los asaltantes y los asesinos.
Las excepciones son el San Bernardo, benefactor de los curdas y el perrito de
la casa discográfica RCA Victor, a quien le gustaba la música de tango). Mi
gato juega con un
bollo de papel como haría Romario con la pelota... ¡Cómo se
enloquece! Pero más lo hace si reflejo las gafas en el techo con la luz de la
mesa de noche. Se puede transformar en Jerry Lewis mezclado con Cantinflas. Es
capaz de deslizarse (más que caminar) sobre el teclado de un piano sin que
suene ninguna nota (que además no sonaría por la sencilla razón de que no
tengo piano…).
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(¡¡¡Grande Pichuco!!!) |
Mi gato siempre puntilloso y sin perder la elegancia, como buen felino, sorteando jarrones, copas, floreros, a veces rozándolos tenuemente sin romper nada. Cuando toca lo que no corresponde, dispara asustado por su desacierto. Él simboliza el revés de los políticos que disfrutan tocando lo que no corresponde...
Me entrego a una
suerte de abstracción “kantiana”, es decir, me coloco de canto, en posición
fetal. No me hallo… ¿Busco un espejo? No, no hay ninguno. Extiendo ahora las
piernas. Así con el gato acurrucado, hago castillos en el aire, me la sobo algunas
veces y otras también, piedra a piedra que inundan los cuerpos cavernosos
hasta la erección de mi músculo favorito, que hay que poblar de sensaciones la
soledad. Según el doctor Schweitzer hay dos maneras de huir de la miseria
humana: tocar el órgano y observar los juegos de los gatos. “Juego de manos,
juego de villanos”, solía decirme una
vecina solterona, que así terminó... Las manos, las manos...¡Las manos
siempre! Nos marcan como seres inteligentes: con las manos se hace el pan, se
escribe la primera carta de amor... Y con las manos se vuelve también al toque
adolescente del buen hurgador de venas en torrente: ¡mejor pájaro en mano que ciento volando!
Me voy un rato de
mi en transmeditación y trato de
pensar en tercera persona para darme aires de divo, como la María Callas, pues
me parece que últimamente estoy pecando de excesiva humildad y eso me puede
perjudicar, y me digo: “Ademan sí que se lo pasa bien... porque él sabe; está
en el ajo”. Aparte, en caso de equivocarme, me descompromete: “ Lo ha dicho
Ademan... no yo”
Vacilo en mis
sueños. Un desasosiego hace disparar mis alertas de macho argentino... Un rostro
antipantoja (lampiño y angelical) me sobrecoge y me transfunde su aliento de
eunuco fresco: era Leonardo di Caprio. ¡La puta que la parió, a la ambigüedad! Entonces juego a que soy
un nene aventurero montado en avioncito del parque y le tiro rosas encarnadas a
las chicas del barrio que tienen ojos de kiwi cortado axialmente; soy el dueño
de la sortija. Y
pulso botones que exhalan ventiscas de un pulmotor de juguete que levanta las
polleras de las nenas; las transformo en la mujer de rojo y danzan para mí. Es
como si no estuviera sobre el colchón, sino encima de un muelle montoncito de
pretérito… Reflexiono sobre las cosas más idiotas, pues esto de pensar siempre
lo mismo revela o una fijación obsesiva, o una carencia absoluta de ductilidad
mental. Y sólo hay una manera de no pensar: matarse laburando, sin dejar
espacio a la soledad.
Estaba como
retroproyectado, como quien conduce un auto pero mirando sólo por el espejo
retrovisor... El pasado no puede ser una constante... Atosiga, aburre, abruma.
Es renovar madejas con viejos tejidos o vivir reculando como Clemente o Bilardo
cuando van ganando 1-0; es cobardía para afrontar las cosas que te plantea una
vida nueva; es como una paranoia que no se puede metabolizar, por eso los
constructores son felices: derrumban el pasado y lo reemplazan por centros
comerciales. Aunque sí, se pueden optimizar los recuerdos para que sirvan de
abono de proyectos.
Y como todo es cosa
de mis indetectables genomas y cromosomas, no podía eludir mis cogitaciones
eurodepresivas. Todo por creer que el aislamiento y la soledad hacen que uno se
encuentre con uno mismo... ¡Lo grave es que después no podía salir de mí mismo!
Algo parecido debe ocurrir con las sectas: se sabe cómo se entra, pero luego no
se sabe nunca cómo se puede salir. Es más, tenía mi “propia secta”, poblada de
inverosímiles engendros anárquicos que se acostaban conmigo los domingos por la
tarde. Hasta que la consciencia me pegó un grito: “¡Negro, deja de pensar! Ven a ver qué hermoso sol hace para ir en
bici hasta la Villa Olímpica. ¡Levántate y verás qué día espléndido!”.
El aislamiento y la soledad en cierta gente
provocan un incremento de las tentaciones hedonistas y deseos subliminales, que
no alcanzan el umbral para hacerse manifiestos en el mundo bullicioso de todos
los días. Es lo que a veces podría suceder en los retiros y ejercicios de
devoción de las religiosas, a las que, buscando purificarse a través de la meditación,
les suceda lo contrario: que despunte la temerosa inquietud de reflexiones
“inconvenientes” y la referencia vaga de placeres inconfesables; que una
impertinencia de pecado agite la quietud de sus oraciones perpetuas y sientan,
en el silencio del claustro, la turbulencia de lo animal que somos, un himno de
la sangre con acordes de cantos gregorianos... Que impalpables sugerencias besen
sus bocas saturadas de celestial aliento, y que se planteen la gran duda de que
si algún día se quitan la ropa indebidamente tal vez no pueden ir al cielo.
La madurez la inventaron para jodernos la vida a los muy
corridos, más que nada a la hora de la capitulación del pito, cuando toman preeminencia dos apetitos
compensatorios: comer y recordar.
Los amigos que me conocen (ninguno) sostienen la tesis de que si todo anda bien, por suerte para mí; y si algo andaba mal, la Colorada lo iría arreglando. Su signo es el laburo; ella disfruta más remando que tirada en un yate, salvo cuando pasa largas temporadas con su amiga de Altafulla. Gran amante del verano, más que importarle el país donde estabamos era la locura por el sol, lo suyo son los viajes alrededor del sol (debe ser porque yo no la puedo calentar mucho... de bronca sí). Creo que la bandera que más le place, al margen de su querida "estelada", es la argentina por tener el astro rey en el medio. Y yo que pensaba que era un sol para ella... Encima, fuí incapaz de pintarle la paz desde la sombra de un pino, como esos que hay en Altafulla. ¡Tantas veces me ayudó a vivir la vida alegremente, contándole las pecas...! Y me ayudará, sobre todo, a morir tranquilo, que es lo más difícil en la vida, pues es en los portales de la parca donde todos te abandonan.
¡¡VISCA EL PUTO LUNES Y SIGAN TRABAJANDO TOTS ELS CATALANS!! Que sino yo no podré cobrar mi querida pensión ni disfrutar de mis hermosos lunes de orquídeas.
(es ironía, no se me enfaden)
(es ironía, no se me enfaden)
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