EL CARNAVAL COTIDIANO DE
LAS RAMBLAS DE BARCELONA
LAS RAMBLAS DE BARCELONA
El Carnaval cotidiano de las Ramblas de Barcelona es quizás el más auténtico del mundo, sin necesidad de harina, ni narizotas, ni coloretes, ni falsos Chaplines... Como es vía de paso, participa todo el mundo. Y algunos no lo hacen por pura diversión, sino para poder comer.
En ese paseo se anda con los pasos desandados, como surgiendo de las catacumbas hacía las candilejas. Son los superhombres de la substistencia, como el rapsoda de cinco duros por sesión. Pintores que crean paisajes y figuras con tiza en el suelo, amenazados por el cielo gris envidioso de colores, que al desplomarse en chubasco los reduce a baldosas.
Iniciando el carnaval ramblero, está el verdadero mirador del paseo: el bar Zurich que hace esquina con la calle Pelayo. En ese pequeño rincón geográfico puede caber de golpe la totalidad. Toda una juvenilia extranjera se concentra allí, con chicuelas que encienden un Marlboro poniendo cara de sensual felicidad, como les enseñaron en los anuncios y no porque estén satisfechas. Seguro que el progreso se llevará este bar, como a todas las cosas bonitas, como a la mayoría de los bares y cafés de antes, en los que la línea de gestación de reflexiones está marcada por el café, el cigarrillo y el periódico, a día de hoy, reemplazado este último por el teléfono móvil; y pondrán en su lugar establecimientos para aplacar sólo la necesidad de comer y beber, donde jamás se podrá dirigir una palabra amiga o un gesto tierno.
En ese paseo se anda con los pasos desandados, como surgiendo de las catacumbas hacía las candilejas. Son los superhombres de la substistencia, como el rapsoda de cinco duros por sesión. Pintores que crean paisajes y figuras con tiza en el suelo, amenazados por el cielo gris envidioso de colores, que al desplomarse en chubasco los reduce a baldosas.
Ahí deambulan...
los que presumen de la altivez de ser un desperdicio,
los abanderados del "¿qué me importa?",
los que un día patearon los ideales,
los que creen en el ideario del alucinógeno,
los irracionales de ración salteada,
gordos de ilusión que se morfaron todos los amagues de
la vida
y pasaron de largo...
y los apátridas sin rumbo de nieve adivinada
que entonan
el himno triunfal de la derrota.
Por allá van
Tarzanes de taco alto, el marmota y la gacela de yeso y carmín; y son cómplices
el Nocturno de Chopin y el Sur de Anibal Troilo.
Cupido, cansado y vejete,
colgó las flechas gastadas de plástico de “todo a cien” (porque hace rato se le
acabaron las del amor) y trabaja en la sucia vereda de un pub ofreciendo
tarjetas de bajo precio.
En un rincón, pudoroso, un marqués de Sade se azota
con la cadena del inodoro, mientras le regala el látigo al Zorro, luego de
pegarle a San Francisco de Asís.
Altanero va un "príncipe" de cartón ante la
mirada confusa de un mendigo de verdad y un trilero con magia engañosa entre
los dedos distingue de reojo a su próxima víctima. Más allá está Elvis Preysler
crucificado con monedas, que a sus pies resucitan un menú. Y pasa ingrávido
Gardel con tranco lerdo, suspendido en globos de colores, dejándose aconsejar
por el Capitán Timo...
Los excéntricos Elvis y Gardeles, reafirmando lo perpetuo
entre lo perecedero de cliks fotográficos e intentando lo imposible del Más
Allá, fracasaron en su intento de ser oficinistas y se plegaron a ese paseo en
forma de enorme serpiente de cabeza curiosa y cola de nostalgia. Tanto uno como
el otro entran al procenio desde las bambalinas de algún quiosco, o
aprovechando el barullo de una sinfónica de hojalata y tapas de olla, o el
tumulto del mercado de la Boquería...
Esculturas vivientes que al son de un
monedazo cobran animación para morir en tres segundos.
Iniciando el carnaval ramblero, está el verdadero mirador del paseo: el bar Zurich que hace esquina con la calle Pelayo. En ese pequeño rincón geográfico puede caber de golpe la totalidad. Toda una juvenilia extranjera se concentra allí, con chicuelas que encienden un Marlboro poniendo cara de sensual felicidad, como les enseñaron en los anuncios y no porque estén satisfechas. Seguro que el progreso se llevará este bar, como a todas las cosas bonitas, como a la mayoría de los bares y cafés de antes, en los que la línea de gestación de reflexiones está marcada por el café, el cigarrillo y el periódico, a día de hoy, reemplazado este último por el teléfono móvil; y pondrán en su lugar establecimientos para aplacar sólo la necesidad de comer y beber, donde jamás se podrá dirigir una palabra amiga o un gesto tierno.
Por suerte, aún quedan los jubilados
que van contentos a matar el tiempo,
sin saber que es este último el que lo
liquida todo;
en informal debate delante de la boca del metro,
discuten temas
remanidos con la fluidez del tribuno
al que nunca le publicaron una carta en el
correo de lectores,
o del futbolero que jamás digirió la derrota del club de
sus amores
pero sin embargo sigue siendo fiel sin cambiar de divisa partidaria.
Al final de las Ramblas, quizás un argentino se morfe
un churrasco como si se comiera su país en el viejo fondín del paraguayo. Una
sueca cabecita loca con sabor a arenque y tatuaje se pira por un tango. Algún
polizonte porteño enamorará a una niña que pinta en los mosaicos de las
Ramblas...
Colón recoge sus
mensajes para proyectarlos con su brazo extendido al otro lado del Atlántico y
con su dedo fundamental pareciera marcar el
camino de regreso a los inmigrantes; él se olvidó de precisarles que la
colonización no era al revés, que el oro y la plata no estaban de este lado del
Atlántico. ¿Cómo explicarles a los magrebíes, que se jugaron la vida en las
pateras? ¿Y a los argentinos, que son pícaros y cruzaron el Charco "haciendo
autostop"? ¿Quién mejor que Colón (a quien no pidieron papeles), viejo conocedor
de mares, soledades y hambrunas, para asumir la responsabilidad de los parias
indocumentados ante la falta de claridad de las leyes de extranjería? Sería al
único que le darían pelota, porque los indios lo descubrieron a él.
Un aire
gélido que viene del Empordà empuja a los emigrantes hacia el Sur junto a
trozos de contratos temporales y panfletos antiracistas. En tanto, sigue
inmutable Cristóforo y nos avisa que la fiesta ha terminado tanto para
cristianos como paganos, protestantes y protestones, donde uno se siente un
poco el otro, donde el yo se asimila al tú. Es una relación de vecindad
efímera, como si se apretujaran por venir de muy lejos, como extramurados del
mapamundi. Alguien, de repente, le tira un monedazo; como ocurre con las
estatuas de las Ramblas, Colón cambió de posición sin que nadie lo viera:
recogió el brazo entumecido por cientos de años y se durmió de un tirón dentro
de una golondrina.
A la derecha del monumento,
el puerto, mastodontes con pañuelos y bramidos, y grúas apocalípticas ponen en
clima a los estibadores de adioses... A la izquierda, la Barceloneta sigue
tostando sus arrugas al sol allí por donde Can Costa sentaba sus reales de
gamba y centollo; ahora está un poco más coqueta con su cristalería de
Maremagnum. ¡Ay qué ganas de romper todos sus espejos para poder mirarnos a
nosotros mismos! Desde ese vértice del loco genovés, pongo los labios en la
palma de la mano y soplo un beso hacia la otra orilla...
Un ente clinudo y
ciclotímico te mira pasar como si el mundo estuviera en otro barrio, con cara
de póquer acentuada por saudades…Son de la gente que se van con la música y la
cama a otra parte. Cerquita nomás, hay otros que se apoyan en alguna campanada
del Gòtic, donde el sol, a hurtadillas, les da su luz sesgada para que no se
pierda el hechizo de las sinfonías de silencio impregnadas en ecos de sardanas…
Alguna tenora le pondrá alas a las espardenyes con sueños de bolets.
Relumbra
algún sombrero invertido a las plantas de un artista que toca la flauta y un violoncelo que parece cargado de
la fatiga del mundo se queja de la estridencia de un acordeón y vuelve a
potenciarse con los trinos de la
Rambla de los Pájaros, que hacen escala en la fuente de
Canaletes: así vuelven y nunca morirán.
Artistas de la
calle… No sabemos de dónde vienen, no importan sus nombres. Me regalan su son,
color y libertad, me enseñan que el aire es de todos. Tal vez sueñen con el
Palau de la Música
o el Museu Picasso, mientras apuran un bocata, que el hambre es anterior al
arte. De ahí quizá saldrá el bardo que salvará a la humanidad de tanta mierda y pólvora.
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