martes, 24 de mayo de 2016

LA FINAL DE LAS "ESTELADES"

Dentro de un periodismo deportivo español, obsecuente y mediocre, he leído la crónica de un aficionado catalán, objetiva y concreta sobre un partido de fútbol que él denominó "La final de las estelades". Se destaca por ecuanimidad y sensatez en el tratamiento del mismo; por eso se lo publico en mi blog. Pertenece a Ivan Perea, vecino mío.


LA FINAL DE LAS "ESTELADES"

La final de las esteladas Así debía pasar a la historia este partido, la final de la edición de la temporada 2015-16 de la Copa del Rey. 

Una vez llegado el encuentro, lo futbolístico no nos dejó indiferentes, y la épica de un Barcelona mermado por la (justa) expulsión de Mascherano poco después de la media hora de juego cambió al instante de bando la vitola de favorito, obligando al Sevilla a buscar de frente la victoria ante diez, y dejando la esperanza de éxito del conjunto catalán en manos de la épica. A partir de ahí un seguro Ter Stegen, Gerard Piqué erigiéndose en un omnipresente muro infranqueable y un Messi más trabajador en defensa, pero igual de clarividente en los metros finales, secundaron a un Andrés Iniesta que sentó cátedra, excepcional en la lectura de juego, en la interpretación de los tempos que el partido requería en cada momento. 

Aguantando los 90 minutos ante un Sevilla poco fresco, la expulsión de Banega ya en el descuento igualó las fuerzas, y el Barcelona dominó la prórroga de inicio a fin. Justo vencedor, con el talento de siempre y un punto más de sacrificio de todos. 

Hasta aquí lo futbolístico. Pero el futbol, como diría aquél, es el futbol y sus circunstancias. Y las circunstancias que rodearon la previa de esta final tuvieron como gran protagonista una bandera. ¿Increíble?, ¿absurdo?, ¿lógico?, ¿triste? Depende de la óptica, como tantas otras cosas. 

Si nos situamos un poco históricamente, desde que en España se instauró de nuevo la democracia, tras la muerte del dictador Franco en 1975, hubo grandes esfuerzos por mantener un clima de trabajo hombro con hombro entre estandartes sociales, políticos e incluso culturales tremendamente distantes entre si. El catalanismo, sin más siempre ha estado presente desde entonces, aunque desde que tengo recuerdos más o menos sustanciales sobre lo que acontecía en mi país, el sector independentista de la sociedad catalana, aquellos que renegaban de España, eran minoritarios en el contexto de la población en los años 80 o 90, pero suficientemente importantes como para ser visibles y tenidos en cuenta. En ningún caso se trataba de un porcentaje residual. 

El aumento social del independentismo en Cataluña ha transcurrido de manera clara en los últimos diez años, hasta llegar a nuestros días, en que es difícil hablar de porcentajes, pero seguramente no menos del 40% de la población vería con buenos ojos la desvinculación de Cataluña con España. En este contexto socio político, el Fútbol Club Barcelona siempre ha sido de algún modo, un estandarte de Cataluña, un embajador, un espejo en que mirarse. Siempre ha habido esteladas (bandera creada hace algo más de un siglo, en la época en que coincidieron en el tiempo el despertar cultural del catalanismo con la descolonización de las últimas grandes colonias de la corona española, especialmente Cuba, bandera con la que guarda una evidente y no casual semejanza). 

Una vez contextualizada la bandera, ésta, instaurada hoy en la simbología satelital futbolística culé, ha sido protagonista. No es nuevo. La UEFA ya multó al club por mostrar su hinchada en la pasada final de la Champions dicha bandera, que obviamente, pues se trata de una reclamación sobre soberanía, no es una bandera “oficial”. La respuesta de la afición tras confirmarse la multa podía tomar dos sendas: guardarse sus reclamaciones para otros ámbitos y dejar las banderas en casa, o, como era de esperar, que el número de esteladas en el Camp Nou se multiplicase. Así fue, hasta tal punto, que la UEFA se vio obligada a firmar una tregua con el Barça para evitar un choque entre el club y la organización continental que no beneficiaría a nadie. 

Y así, llegamos a la semana pasada, y a pocos días de la final, la delegada del Gobierno en Madrid (donde se jugaba la final) decidió prohibir las esteladas en el estadio, equiparando esta bandera a otras prohibidas en los campos de España, como la esvástica o la del tercer Reich. Parecía tan absurdo como políticamente orquestado, pero a menudo se dice en Cataluña que determinados actos, afirmaciones o decretos, políticos como judiciales, en pos de la lucha contra el independentismo creciente, tiene un efecto contrario, como apagando el fuego con gasoil. Numerosos políticos de partidos de todo tipo se mostraron en contra en Catalunya. Incluso el presidente de la Generalitat de Catalunya y la alcaldesa de Barcelona anunciaron que no asistirían al encuentro, que esta era intolerable. El presidente Bartomeu se declaró indignado por todo esto. 

Dos días después, tras diversos tejemanejes judiciales, por parte del club como de otros grupos, un nuevo decreto “legaliza” de nuevo la entrada de la bandera de la discordia. La justicia española hacía el ridículo (una vez más). A partir de aquí, debates por doquier: libertad de expresión, violencia, política y deporte… palabras para llenar espacios de periodismo deportivo. Mezclar deporte y política es tan absurdo, como inevitable. Tan estúpido como heroico. Tan recurrente como peligroso. Al fin y al cabo, nos sentimos identificados por diversas razones con deportistas o equipos. A veces son razones románticas, a veces puntuales por nuestra necesidad de situarnos al lado del débil (véase la simpatía despertada por el reciente campeón de la Premier League, el Leicester) o incluso por razones político-ideológicas (me viene a la cabeza el Sankt Paulí, un club alemán de segunda división con miles de simpatizantes en toda Europa por sus estatutos abiertamente antifascistas). 

A nivel mundial, a menudo nos sentimos atraídos por aquellos que dominan el panorama mundial en eses momento; por eso Barcelona y Madrid despiertan pasiones en todo el globo. Pero una vinculación clara y evidente, la de sentir los colores, es la proximidad. Nos es más fácil vincularnos con lo más cercano. A veces eso es cercanía, otras patriotismo, otras patrioterismo y a menudo estupidez, las que nos hacen seguir a tal o a cual escuadra, o equipos nacionales. Las hinchadas de la Copa del Mundo se dibujan como paradigma de esto. Pero parece evidente que para los barcelonistas más cercanos geográficamente de Barcelona, los catalanes por extensión, se ha instaurado en parte sustancial de su masa social, esculpida en 117 años de historia del club, esa imagen de estandarte de Cataluña que ejerce el Futbol Club Barcelona. Y como tal, la estelada es ya un símbolo tan interiorizado en la grada barcelonista que todo intento de prohibirla no hace sino darle más fuerza. Se dice que el Barcelona es más que un club, en parte por su historia, en parte por sus valores, pero seguramente lo substancial de esta frase recae en el hecho de ser un referente de un país, Cataluña, que a día de hoy, sin estado, está convulso. 

Es sintomático, el club vive el momento más glorioso de su historia, mientras que el país avanza, sin un rumbo demasiado claro, pero con una evidente necesidad de cambio. Y en esos vasos comunicantes, un objeto, un trapo coloreado con motivos geométricos concretos, se ha convertido durante una semana en protagonista. Tanto ruido y tantas portadas para acabar siendo una final más del laureado pasado reciente de este equipo, con sus hinchas y las esteladas. Pero el partido ya estaba bautizado, y así quedará: la final de las esteladas.

Ivan Perea, Barcelona 2016

1 comentario:

  1. Te felicito Ivan por expresar de una manera tan clara un estado de cosas...un saludo

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