jueves, 3 de marzo de 2016

SOLEDAD

SOLEDAD


¿La soledad es aburrida? 
No hay una igual a otra: es mía. Para mi, la soledad es una letanía festiva de lo que vas dejando, una fiesta del divorcio de todo, una despreocupación beneficiosa donde no me siento ni viejo ni joven en un estado atemporal, porque el tiempo ya me devoró hace años. Si le das la vuelta es como una nupcia de ausencias queridas (y malqueridas), pero no tolero ni advenenizos ni presencias residuales, salvo las dos personitas que me acompañaron en esta mi soledad: el Kiko y el Zurdo Pequeñitos, surrealistas, siempre alegres, aparentemente minúsculos, lastimados uno por un bisturí y el otro por un cromosoma improcedente. Ellos me enseñaron a desentrañar los misterios de la comunicación: el Zurdo se desesperaba en cada intento foniátrico por hacerme reír, mientras que el Kiko repitía y repitía lo que no nos atrevimos o no supimos entender. “Hace un día precioso, ya verán como viene alguno... y lo jode” les dicía a ambos.

Me compensa con creces el hecho de pensar si me han abandonado o nunca estuvieron a mi lado los que aparentemente lo estaban.  Los que han desistido de vivir conmigo (yo el primero) no será coherente que asistan a mi entierro. 

Me iré sin dramas, con la calavera bien alta y sin saludar a nadie, 
como un mal artista abucheado por el público,   
reducido en una cajita de madera parecida a la de los anillos y chucherías oxidadas.
Cajitas que ya no cantan. 
Ya no guardo rencor, 
no es de persona de bien. 
Nada de juegos maniqueos a estas alturas, 
clasificar burdamente a la gente en malos y buenos. 
Y conste que todas las sociedades albergan en su seno a malísimos e hijos de puta
Algunos moderados, sí, que la van de buenos por aquello de la simulación, 
porque los buenos y buenísimos sólo se ganan la soledad.

Se pasó el tiempo de pensar en los demás o alguien que me necesite. Tengo que priorizar el yo, elegir entre mi mundo y el de los otros. 

Acusadoras están las plantas que nunca regué, empresa que para mí equivale a barrer el Sáhara. Creo visualizar mi propia aura: si vierasn qué blanca es, igual de blanca que la palangana donde me bañaba mi madre, aunque también la veo rosada o celeste, como si me hubiera impregnado de todo el cielo mientras ella me frotaba. Me sigue la súplica mansa de sus ojos que me llaman desde un retrato y ella refulge con un canto de eterna comprensión en medio de otras fotos, de poses y risas. “A ver, por favor, Luis, Luis, whisky, whisky... Sonrían que parecen mómias”, “¿Caben todos?”, “¡Eh, Nonocha, arrimate un poquito más! ¡Y tu ponte abajo, Kiko, si no, no sales hombre... Te tapan!”. 

Me gustaría que ella me escuchara: “Mamá, ¿te casaste enamorada? Te pregunto porque en una foto sonríes tan contenta, tan feliz y en otra tu mirada es una negativa”. 

Escombros de un instante... 
Está su mirada en la fotografía. 
Pero no hay quien me pase la mano por el lomo. 
Es inevitable mirar las imágenes, 
todo debe estar en su lugar: 
la montaña de Estartit, el Rockefeller Center, la Casita de Disney de Bariloche, 
los verdes de Iguazú con su garganta del diablo, 
los cactus de Humauaca, el Kiko con sus papás, 
los gomeros de la Recoleta en Buenos Aires y todos, 
todos los días en largos ejercicios de meditación 
me dispongo a acordarme que tengo que olvidar. 
Portarretratos que dejan de estar bien escuadrados; 
nadie los acomoda y se caen, como uno. 

 
Y el Kiko, siempre el Kiko,
inolvidable "monguito" hermoso.
Me gustaría probar de nuevo,
estar ahí otra vez.
Todo huyó de mí...
La vida no da segundas oportunidades.
Luis, Luis. Pónganse más juntos”.
Sólo en las fotos estamos juntos...
Cinturas enlazadas, cabezas reclinadas...
Whisky, whisky”...
En las manos, tiernas caricias que se posan en el hombro de todos,
como si fueran a morir de esa forma,
cobijados, aunque sólo sea un momento,
un “click”...
más parece una promesa inalterable de permanecer así para siempre.
Las fotos...
como si fueran las únicas sensaciones de guardar un mundo ya desaparecido.



La soledad supone estar arrinconado donde nadie te ve y ponerse una máscara china inalterable fijando el gesto en la total estabilidad, con mirada de profunda reflexión y la comprensión de todo, sin la complicidad del llanto o la risa, los dos clásicos más ficticios de la emoción. Giras la llave de tu casa al entrar, acudes rápido al titilar del contestador automático y compruebas que nadie te ha llamado, ni siquiera el piadoso “Hola. Era para saber cómo te iba”, o el pretexto de preguntar por algún libro olvidado. Y siempre uno piensa que alguna mina pegadita al teléfono te puede sorprender con un “oye, que pasa que no me llamas,? He estado pensando en tí”. Esos que no te llaman son los mismos que te ven de cuando en cuando y te dicen “Cuidate, Negrito”, como un aviso de que tenés que ir armando el equipo para el viaje final. "Cuidate"... como me rompen las p... ¿Qué me cuide de qué? ¿Me ven cara de fiambre? ¡Qué se vayan a cuidar a la concha de su hermana!, cómo no me dice “che negro, venite ya! que tenemos un asado, viene el Zurdo, la Colorada, el Nestor y la Viviana que traen un regalo sorpresa y la Arian que ha hecho un libro con tu Blog y las fotos!”. Hay días en que termino agotado, luego de terribles reuniones conmigo mismo. 

Hasta tengo el teléfono cortado... Después de todo, mejor para hablar conmigo: estoy en mi misma línea, así  “me porto bien” en la obligada vida contemplativa y ascética del que con los años tiene la transparencia de la vejez y los santos. Soy de vidrio o invisible, un apacible desertor del fugaz esplendor de amores pasados que se hicieron mialgias. Puede llamarme una que quiere engancharme para hacer “pareja” y planea viajes conmigo, haciéndose la dura, ¡encima!. También alguna desesperada de amor a quien hace rato se le fue el tren. "¡Nena, que no vengo de la guerra!".


Estar solo me realza los años cuando otros creen que el pasar del tiempo es la regresión. No tengo temor a perder ya nada; estoy jugado con todo ganado y perdido. He obtenido más de lo que merezco: viajé cuanto se me antojó, dormí todo lo que quise, convertí el trabajo en un divertimiento y hasta canté tangos porque no me lo prohibieron. 

Por dos años estuvo viviendo conmigo el “Cara de Prócer” (Jorge Morello), en carácter de amigo, valet y mayordomo, además de secretario y chofer particular. El fue conductor de fórmula1, ingeniero técnico y poseedor de una prodigiosa capacidad artesanal, solo deciros que hasta me instaló los aditamentos imprescindibles para el funcionamiento de la clínica. Creo que ningún potentado ni gobernante de la tierra dispuso de un ladero con semejantes facultades.

Tuve todas las oportunidades para ser feliz. Soy así, ¿qué voy a hacer?. Muchos días trabajo demasiado; sé que hay que tener dinero para comprar afecto y compañía. Es la única manera, ya lo sé. Seguiré solo, es mi sino, como mi vieja, que murió con un canario al fondo de un garaje. O como mi padre, a quien tal vez lo velaron las estrellas sin ninguna puerta donde llamar. Es bueno ser consecuente con lo que uno es por herencia. 

En la soledad asumo toda mi importancia, sin apelar a una última medida, porque esto es de desesperados. Debes ser digno, ya que es la cimera expresión de la química del espíritu,  la venganza sutil del mundo que yo me construí,  lo que merezco. Muchos me dieron partes enormes de sus vidas sin siquiera yo aportar un poquito. Eso es lo que hay. ¿Cómo  no quererla? O aceptarla, al menos. Lo contrario sería no aceptarme a mí mismo. No se la olvida, como al hambre, al contrario de los gratos recuerdos que hacen aflorar amores e ilusiones, que esos sí son fáciles de olvidar. Se prende a las carnes, es impía y tiene rostro inmutable, no tiene ni un sí ni un no, es lineal, no te miente, es irrebatible. Son silenciosos toques que me preparan para poner la rúbrica a mi vida, para comprobar que te sobra distancia y te queda ya poco tiempo, sin temor a que me suceda algo, pues ya me sucedió bastante. 

En mi soledad viejos dolores se acostarán conmigo, con mis porquerías y mis llagas, como una versión doliente del que asumió su condición de sentenciado. Los hechos más importantes de nuestra vida al igual que los de la historia están construidos por despropósitos e imprudencias, siempre se han engarzado por pasiones de bajeza insuperable. Al mundo del solitario hay que buscarlo en los armarios cerrados: hay camisas y pañuelos de colores y risas guardadas por si acaso, pasos amortiguados que no vuelven pero hicieron mucho ruido al irse, carpetas amontadas y cajitas con anillos olvidados. Es mi triunfo personal, juego morboso que en apariencia da pena ante el que se cree feliz y aceptar con placer lo que el destino te da. Mi meta es ser merecedor de mi soledad. A veces, saco de paseo la risa guardada cuando voy al fútbol los sábados por la tarde y me siento niño, chillo, grito, puteo, robo el champú en la ducha; mis compañeros creen que me río de ellos... son solo el blanco donde tiro mis pesadumbres y lastres. Estoy preparado para cualquier desenlace inevitable, brutal o inconsciente, mas nunca lastimero: natural, natural... Será como la primera oportunidad que te da la muerte o la última de la vida, olvidando todos los días lo que no pudo ser y resignarse, que si todo pudo ser de otra manera tampoco hubiera sido tan así

Sé que es ardua la tarea, pues ocurre que intentando el olvido se ahonda el recuerdo y se corre el riesgo de que afloren mesas navideñas con copas acomodadas en manteles bordados y gente que llega envuelta en villancicos y cargada con paquetes. El milagro del nacimiento del Niño para renovar la fe empresaria del Corte Inglés.  

Pasa el tiempo... el arbolito te sigue acompañando con su luz intermitente. Te dice que tienes que seguir, que no te apagues, que así es la familia, hoy un , mañana un no... No la apagues nunca y si lo tienes que hacer intenta prenderla otra vez. Pasan los años y sigo sin entender concretamente porque se quedan solas las personas, que cruel designio los lleva a eso, salvo los que lo eligieron voluntariamente. Estar solo es un poco condición de ser un “dejado por uno mismo”. Siempre lo fui, ni viudo ni separado, situaciones tan comunes en los ilusos que creyeron en proyectos a largo plazo encerrados en un "sí quiero". Es ser el centro de gravedad de lo que pasa y lo que no pasa en lo engañoso de un “día tranquilo”, goteo lento de tardes prolongadas hasta el insomnio, que me hace ver el marco geográfico de donde vine, capturando toda una vida con veranos eternos. Siendo el revés de mi historia, como si luego de andar mucho dieras vuelta al calcetín, esta soledad mía no da volteretas de viernes a lunes, es como un adiós con vuelta olímpica de certeza y rotundidad. A diferencia de los adioses de un andén, no tiene pañuelo que se aleja y se hace un puntito. Me hace disfrutar de un lacerante sentimiento trágico, no a la manera de los místicos flagelados a látigo que claman por la redención, sino como algo inconfesablemente dulce, una sutil venganza. Miras viejas fotos eludiendo fijar la vista para que no duelan los recuerdos con presentes que ya no están. 

Todo te demuestra que aquello de la experiencia puede no servirte para nada y que el balance de la sabiduría te lleva a la condición en la que estoy ahora: la de un solitario. Hay que darse ánimos, pensar que la vida es como el álgebra, da un signo positivo final, por la combinación de muchos negativos. 

Mi soledad es igual que el interior de mi nevera: las manzanas están arrugadas, la leche agria, las bananas con la cáscara de ébano, las mermeladas con hongos a flor de cucharadita, ajos con cabezas jibarizadas y dientes cariados y algún jirón de calzoncillo envolviendo los cubitos de hielo. ¿A dónde fue a parar mi fama de picante para las minas? Se ha convertido en un abominable tesoro de calcetines y camisetas restregadas debajo de mi cama. 

Y el gato (vivo siempre en mis recuerdos), mi preciado gato y despreciado por los invitados. Él que siempre se interpone en mi camino y trepa husmeando el frío y mi calor también. Sé que siempre estará en mi cama, palpandolo a mi lado... allí estará con su pelaje más tibio que la indiferencia de una mujer de ocasión. Gracias a él, tengo: la cortina rasgada, el sofá rascado y la mesa rallada;. todo eso que disgusta a las visitas. Tanto mejor: no volverán. Son pocos los que vienen: fisgonean, huelen el comedor, hacen valoración de mobiliario y tocadiscos para deducir mi “nivel”... Por eso me divierte mucho ver al gato en el sofá presidiendo un bostezo como si quisiera tragarse la última estrella que corre detrás del tren de Sant Andreu del Palomar. 

La aceptación de las cosas como están es lo más inteligente (adaptabilidad al medio). Incluso ya no espero nada... jamás esperé, ni siquiera a mi padre cuando era chico, con lo que me hubiera gustado esperarle a la salida del cole... aunque tardara mucho, que así nos pareceríamos más.

 
 





 

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