jueves, 9 de marzo de 2017

EL INICIO DE LA LIBERACIÓN



EL INICIO DE LA LIBERACIÓN


Después del día de ayer me quedé pensando que esto del feminismo, liberación, igualdad, justicia, postergación… con respecto al tema candente de la celebración del 8 de marzo, es muy raro… ¿Porqué no hay un día del hombre? Es una cuestión que excede la órbita de mis conocimientos.



¡¡Cómo empiezan a liberarse las minas!! Bueno… les cuento, en mi época de la adolescencia eran un prototipo de resignación, sin proyección social. No trascendían más allá del portal de su casa… Donde si salían era para barrer o tomar mate con las vecinas. Tenían las pupilas tristes, eran mujeres sin calenturas, con las pasiones mustias y olvidadas, mujeres (algunas jóvenes) a quienes de golpe las estropearon los años, porque sólo las convirtieron en productoras de hijos, leche y lágrimas.



Había morochas de Jorge Salcedo y Antonio Tormo, que nunca sabrían que Bruce Sprinsteng existió. Eran mujeres buenas, puras, que hasta se dejaban preñar sin amor, confiadas en que éste, el de verdad, viene después del desencanto. Además también creían que se puede perdonar. Eran las mismas que años después lloraron por Perón aquella fría mañana de julio del 74, amanecer que conmovió sus vidas de estar estando. Miraban desde la vereda, a veces buscando moretones (primeras señas de identidad puteril) en puntos neurálgicos de las chinitas que pasaban con cuerpecito trémulo, bracitos cansados, vestidito breve, como Lolitas nabokonianas, del cual asomaban escuetas sus piernuchas cubiertas con medias de su propia lívida piel aterida y tetitas cual dos duraznos pintones con la cáscara a medio pelar.



“¡Cómo cambian los tiempos, Pirica!” -le dice una vecina-. “Ahora son ellas las que buscan. ¡Se ve que no tiene a quién salir! Mira a su madre, se volteó a medio barrio”. (ya que en esos tiempos, las mamás acompañaban a sus hijitas a los bailes y reuniones en casa de familia.



Una mocosa caminaba impertérrita en medio de un penetrante perfume sensual que viene de la fronda del río, 


Como un retoño del deseo

a la hora en que se mueren las magnolias.

Y la pálida luz invernal se hace sombra o paraje

donde se exfolian las emociones escondidas,

la misma hora en que los pájaros comienzan a volar más bajo...



Se podía percibir en ella un decidido temblor de adúltera rumbo a la cita sigilosa; más que ir al encuentro de alguien, se escapaba de algo: quizás de su eterna condición de fámula[1]... Y el irrefrenable deseo de inaugurar a la mujer, el impulso secreto de poner en marcha la máquina reproductiva que sintetiza a toda hembra. Desgarbadas chiquilinas de mi época, cuando no eran tan desbragadas. Tenían el andar compadrón de barrio, de pelvis oscilante, reconocible de lejos, como los jugadores de fútbol argentinos. El cambio en las preadolescentes es meteórico, corto, como del brote a la flor. Pasan insensiblemente con total impudicia del chupete a otros vicios... En cambio, muchos de nosotros seguimos aferrados a la pelota de fútbol, aún de hombres. Muchas de ellas cursaban estudios comerciales en la Academia Pitman, preparación imprescindible para ser más tarde una mina burocratizada. Y si estudiaban inglés podían llegar a relaciones públicas (cuyo trabajo consiste en comer canapés, presentar productos y viajar en avión), la mejor manera para lograr relaciones íntimas con el gerente de la empresa. ¡Ilusas! Creerían terminar hasta de administrativas en una compañía petrolera. Ya en esa época, al igual que ahora, “sin el inglés no vas a ninguna parte”. Otras estudiaban para modistas por el sistema Teniente; de tanto darle a la Singer hilvanaban franelas íntimas mejor que los dedos del novio, que hasta ahí llegaban, en el resguardo celoso de sus virginidades (hasta pocas horas antes que las desvirguen). “No se lo preste hija”- era el consejo supremo de la madre. Puede que se les cruzara un Don Juan del suburbio y hasta harían la calle por él sin pedirle nada a cambio. De última, busconas, que más tarde hallarán la causa de sus traumas en lo que ellas mismas provocaron. Siempre burladas por la vida, nunca tuvieron una muñeca de trapo para jugar a mamás; lo utilizaban para baldear el patio de la patrona. Y claro, se enteraron antes de tiempo que los viejos eran los Reyes, y se sintieron engañadas toda su adolescencia el día que las desvirgaron sin verso previo. Las más acomodadas estudiaban teoría y solfeo, que sólo aporreaban el piano en un infinito “Para Elisa” por si algún chico “honesto y trabajador” les caía con fines matrimoniales como perita en dulce.



Y al pasar los años… ya nadie las soñaba. Todos las necesitábamos, pero esta vez como eje familiar. Ellas acudían con los brazos con colgantes lipídicos, espacios entre los dientes y blusas descoloridas en el sobaco por la aureola del sudor... Mujeres vestigios... Pobres mujeres de barrio, heroínas sin reconocimiento, con maridos albañiles que, en vez de cascos como ahora, usaban aquel birrete de papel de diario, y los domingos para ir a la cancha, en lugar de esos gorros payasescos, se ponían el pañuelo de los mocos con cuatro nudos en los extremos, para amortiguar la insolación...



Mujeres con eterno semblante de madres, que se contaban cosas, aguantaban cosas. "¡Hay que tener fe! ¡Dios aprieta pero no ahoga! "Mirá, mientras el dólar se mantenga", dicen a la vecina con las manos apoyadas en la escoba. “Sí, no ahoga, pero te parte en dos con un rayo”.



Los enanitos de yeso que estaban en casi todos los jardines ponían su oído atento: son los únicos que las escuchaban, con expresión inmutable, pero sin el bostezo asqueroso de los diputados cuando están en el recinto parlamentario (ésos nunca escuchan ni les interesan las necesidades de las gentes simples). Mujeres que en las pausas de sus parloteos, cual virtuosas esgrimistas de la escoba, iban acumulando hojarasca del otoño y haciendo montañitas, para luego encender fogatas con ellas; y el aire se impregna de un olor a resina mal quemada. "Y los chicos que no apaguen el fuego con los pies ni jueguen con él, que se mearán en la cama". Y el atropello de las colas buscando el kerosen en épocas de crisis...




En fin, que tiempos más distintos los de antes con los de ahora. Ya seguiré con la liberación de las mujeres según mi limitada experiencia en otros blogs, que ya es hora de comer y he quedado.






[1] Sirvienta.

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