EL INICIO DE LA LIBERACIÓN
Después del día
de ayer me quedé pensando que esto del feminismo, liberación, igualdad, justicia,
postergación… con respecto al tema candente de la celebración del 8 de marzo,
es muy raro… ¿Porqué no hay un día del hombre? Es una cuestión que excede la órbita
de mis conocimientos.
¡¡Cómo empiezan a liberarse las minas!! Bueno… les
cuento, en mi época de la adolescencia eran un prototipo de resignación, sin
proyección social. No trascendían más allá del portal de su casa… Donde si salían
era para barrer o tomar mate con las vecinas. Tenían
las pupilas tristes, eran mujeres sin calenturas, con las pasiones mustias y
olvidadas, mujeres (algunas jóvenes) a quienes de golpe las estropearon los
años, porque sólo las convirtieron en productoras de hijos, leche y lágrimas.
Había morochas de Jorge
Salcedo y Antonio Tormo, que nunca sabrían que Bruce Sprinsteng existió. Eran mujeres
buenas, puras, que hasta se dejaban preñar sin amor, confiadas en que éste, el
de verdad, viene después del desencanto. Además también creían que se puede
perdonar. Eran las mismas que años después lloraron por Perón aquella fría mañana de julio
del 74, amanecer que conmovió sus vidas de estar estando. Miraban desde la
vereda, a veces buscando moretones (primeras señas de identidad puteril) en
puntos neurálgicos de las chinitas que pasaban con cuerpecito trémulo, bracitos
cansados, vestidito breve, como Lolitas nabokonianas, del cual asomaban
escuetas sus piernuchas cubiertas con medias de su propia lívida piel aterida y
tetitas cual dos duraznos pintones con la cáscara a medio pelar.

Una mocosa caminaba
impertérrita en medio de un penetrante perfume sensual que viene de la fronda
del río,
Como un
retoño del deseo
a la
hora en que se mueren las magnolias.
Y la
pálida luz invernal se hace sombra o paraje
donde se
exfolian las emociones escondidas,
la misma
hora en que los pájaros comienzan a volar más bajo...
Se podía percibir
en ella un decidido temblor de adúltera rumbo a la cita sigilosa; más que ir al
encuentro de alguien, se escapaba de algo: quizás de su eterna condición de
fámula[1]... Y
el irrefrenable deseo de inaugurar a la mujer, el impulso secreto de poner en
marcha la máquina reproductiva que sintetiza a toda hembra. Desgarbadas
chiquilinas de mi época, cuando no eran tan desbragadas. Tenían el andar
compadrón de barrio, de pelvis oscilante, reconocible de lejos, como los
jugadores de fútbol argentinos. El cambio en las preadolescentes es meteórico,
corto, como del brote a la flor. Pasan insensiblemente con total impudicia del
chupete a otros vicios... En cambio, muchos de nosotros seguimos aferrados a la
pelota de fútbol, aún de hombres. Muchas de ellas cursaban estudios comerciales
en la Academia Pitman,
preparación imprescindible para ser más tarde una mina burocratizada. Y si
estudiaban inglés podían llegar a relaciones
públicas (cuyo trabajo consiste en comer canapés, presentar productos y
viajar en avión), la mejor manera para lograr relaciones íntimas con el gerente de la empresa. ¡Ilusas! Creerían terminar hasta de administrativas en
una compañía petrolera. Ya en esa época, al igual que ahora, “sin el inglés no
vas a ninguna parte”. Otras estudiaban para modistas por el sistema Teniente;
de tanto darle a la Singer
hilvanaban franelas íntimas mejor que los dedos del novio, que hasta ahí
llegaban, en el resguardo celoso de sus virginidades (hasta pocas horas antes
que las desvirguen). “No se lo preste
hija”- era el consejo supremo de la madre. Puede que se les cruzara un Don
Juan del suburbio y hasta harían la calle por él sin pedirle nada a cambio. De
última, busconas, que más tarde hallarán la causa de sus traumas en lo que
ellas mismas provocaron. Siempre burladas por la vida, nunca tuvieron una
muñeca de trapo para jugar a mamás; lo utilizaban para baldear el patio de la
patrona. Y claro, se enteraron antes de tiempo que los viejos eran los Reyes, y
se sintieron engañadas toda su adolescencia el día que las desvirgaron sin
verso previo. Las más acomodadas estudiaban teoría y solfeo, que sólo
aporreaban el piano en un infinito “Para Elisa” por si algún chico “honesto y
trabajador” les caía con fines matrimoniales como perita en dulce.
Y al pasar los años…
ya nadie las soñaba. Todos las necesitábamos, pero esta vez como eje familiar. Ellas
acudían con los brazos con colgantes lipídicos, espacios entre los dientes y
blusas descoloridas en el sobaco por la aureola del sudor... Mujeres
vestigios... Pobres mujeres de barrio, heroínas sin reconocimiento, con maridos
albañiles que, en vez de cascos como ahora, usaban aquel birrete de papel de
diario, y los domingos para ir a la cancha, en lugar de esos gorros payasescos,
se ponían el pañuelo de los mocos con cuatro nudos en los extremos, para
amortiguar la insolación...
Mujeres con eterno
semblante de madres, que se contaban cosas, aguantaban cosas. "¡Hay que tener fe! ¡Dios aprieta pero
no ahoga! "Mirá, mientras el dólar se mantenga", dicen a la
vecina con las manos apoyadas en la escoba. “Sí,
no ahoga, pero te parte en dos con un rayo”.
Los enanitos de
yeso que estaban en casi todos los jardines ponían su oído atento: son los
únicos que las escuchaban, con expresión inmutable, pero sin el bostezo
asqueroso de los diputados cuando están en el recinto parlamentario (ésos nunca
escuchan ni les interesan las necesidades de las gentes simples). Mujeres que
en las pausas de sus parloteos, cual virtuosas esgrimistas de la escoba, iban
acumulando hojarasca del otoño y haciendo montañitas, para luego encender
fogatas con ellas; y el aire se impregna de un olor a resina mal quemada.
"Y los chicos que no apaguen el
fuego con los pies ni jueguen con él, que se mearán en la cama". Y el
atropello de las colas buscando el kerosen en épocas de crisis...
En fin, que tiempos
más distintos los de antes con los de ahora. Ya seguiré con la liberación de
las mujeres según mi limitada experiencia en otros blogs, que ya es hora de
comer y he quedado.
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