HOMENAJE A FERNANDO RIOS
PALACIO
Es nuestro
embajador en Barcelona desde hace más de cuarenta años, pues tiene en su voz el
secreto de nuestros orígenes, los sueños que son de uno, es como un alquimista
del tiempo que revierte el presente convocando nuestras vivencias y nos
transforma el melocotón en flor de durazno…
Es cancerbero
de nuestros tesoros sentimentales y figura consular más que el consulado, que
nos representa (a veces) jurídicamente como organismo encargado de regularizar
nuestra situación legal como emigrantes o residentes, siempre ajustándose a
leyes, normativas, convenios bilaterales, etc. etc. Fernando nos representa
emocional y espiritualmente… Si al fin y al cabo un consulado no es más que la
firma y sello al pie de un documento. Los consulados no rubrican las tristezas,
ni dan respuestas a la moral vencida, ni remedios para los que venimos enfermos
de adioses… Cuando uno
lo escucha descubre que la doble
nacionalidad sólo existe en los papeles. A
veces canta… a veces no…
Aquí les envío
un escrito muy certero de un gran amigo mío llamado Kuki, en donde explica por
qué Fernando “a veces canta… a veces no…”.
“Cuando se han acallado los ruidos de cuchillos, tenedores y copas…
Cuando suena la música del
tango…
De
entre los olores de comida, alcohol y tabaco, como en un sueño de vaya a saber
qué irrefrenable locura, emerge su figura circunspecta, alargada, con pelo y
ropa negra, con rostro esculpido por el cincel de muchos sufrimientos
disimulados por la sonrisa del artista… Ése es, ahí está el cantor de tangos,
sacerdote de templo desconocido que en liturgia mágica con voz grave y bien
templada dice la verdad del tango, ése es nuestro cantor, Don Fernando Ríos Palacios.
Con su canto nosotros “los de
antes”, “los de siempre”, los de los ojos con bolsas, indudable estigma que
deja el paso del tiempo, volaremos en silencio hasta ese estado dicótomo del
alma mitad placer, mitad dolor: la nostalgia; desde ahí soñaremos eso que fue,
que ahora no es, pero que puede volver a ser, porque la vida del hombre es una
historia con repeticiones.
Ahí está nuestro cantor, ser
humano interminable; de la mano de su duende nocherniego podemos recorrer todas
las estancias de la música ciudadana popular del Río de la Plata, para captar lo que
ella representa como parte de la cultura de un pueblo y la forma de entender y
sentir la vida de sus gentes, música que no pocas veces ha sido menospreciada
por los voceros estúpidos de un intelectualismo bastardo.
Ahí está nuestro cantor, sin
mecenas ni propagandas, sólo tiene su voz y su mensaje; detrás de él no hay
Ministerios de Cultura, ni Cancillerías, ni Consulados, sólo lo ayuda el
esfuerzo de la caja escuálida de algún boliche en decadencia.”
Ahí está nuestro “guapo[1]
del 2000”,
rapsoda marginado y abandonado por no purificarse en la pila redentora del
mundo elitista y volátil de Borges, y de Piazzola; su soledad es el precio que
le impusieron pagar por no aceptar la deformación conceptual de esa música que
los progres pretenden llamar tango, que en honor a la verdad debe entenderse
como “paratango”, porque no tiene nada que ver con la línea de los auténticos
poetas y compositores del pueblo: Flores, Contursi, Manzi, Discépolo, Cadícamo,
Troilo, Piana y otros.”
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