UNA VIDA A PANZA
LLENA
Mea culpa, yo pecador… me confieso ante Dios y ustedes por alardear de estar
bien comido en medio de un mundo que está lleno del hambre, angustia y guerra.
Cuando era niño en el catecismo, el padre Juan nos hacía entonar el “Yo pecador…” y por eso siento la
necesidad de confesarme.
Poco a poco he ido aprendiendo de lo que la vida me ha
dado.
El argentino es muy afecto a relacionar todo con la
comida. Por ejemplo, utiliza los piropos gastronómicos. Son muy típicos de
nuestro país, que por algo fuimos modelo de exportación de alimentos: “Esa mina está papa”, “¿Sabes que a la Zully se la morfa el Cayo?”,
“¡Qué pechugona era la Nonocha!”, “¡La
Chirola sí que era
churrasca!”, “¡Y que pan dulce!”,
se dice al culo de una mujer (al que aún le llaman cola por creer que culo es
una mala palabra); paradojas de gente que nunca pasó hambre, y entiende que
para amar hay que estar bien comido.
Aquí en Barcelona, el niño dice “pene” con toda
naturalidad; para nosotros la sinonimia del vocablo es fuente inagotable de
asociación con embutidos, hortalizas y frutas: chorizo, chunchula, nabo,
zanahoria, banana, batata, carne en barra, pedazo... Algo parecido se da en
Andalucía con los apodos de cantaores y guitarristas del flamenco, pero
asociando la comida con el arte: Camarón de la Isla (los japoneses, que todo lo imitan, crearon
el camarón de Fuji, que terminó con las camaritas de móviles), Tomatito, El
Cigala, Manzanita, Perejil de Triana, Romero de Macarena, Machaquito de Allioli,
Juanito el Dorao, Charco la Pava,
el Pescaílla (viudo de Lola Flores y uno de los más grandes guitarristas)...
La bagna cauda, por poner otro ejemplo, es una fiesta de jugos gástricos,
y también terapia de grupo, pues cuántos entuertos, conflictos y depresiones se
han curado (al menos temporalmente) chupando y comiendo con la gente y el
paisaje adecuado, porque a veces se come bien pero la compañía no te ayuda a
hacer una buena digestión. Es una de las dietas más saludables pues, salvo lo
hipercalórico de la crema de leche y lo hipertensivo de la sal de las anchoas,
posee la propiedad anticolesterol del ajo y el poder de arrastre intestinal de
las hortalizas y las verduras. ¡Y el vino! que puede terminar en caricia o
eructo (por eso de que el ajo repite), pero ¡qué importa! si es bienhechor,
elimina los radicales libres de oxígeno que envejecen y, al ser vasodilatador,
protege las coronarias (esto no lo difundáis mucho, pues un día habrá un hombre
que le dará treinta y siete puñaladas en la oreja a la mujer). Pero la mejor
manera de prevenir un infarto es morirse de cáncer.
La bagna cauda es además democrática, respeta las
autonomías: con total libertad picas lo que se te antoja, carne de pollo o
verdura, ¡y encima te babeas, te relames! Ni te joden como cuando se comen, por
ejemplo, pastas: que los tallarines tienen que estar "al dente", o
que no hay que cortarlos pues es una herejía, deben enrollarse en la cuchara. A
pesar de todo lo expuesto hay gente que la rechaza, pues te dicen que todos
revuelven en la misma olla, o que da mucha sed al otro día, por las anchoas, o
que el repollo les carga de gases... Cada uno con sus razones que merecen
respeto. Ya se sabe, en cuestión de gustos... hay demasiado escrito, aunque las
papilas gustativas de los argentinos tienen tendencia monogastronómica vacuna,
que obra como “vacuna” contra la variedad dietética.
Hasta se puede decir que "nuestra bagna cauda"
es una exteriorización de respeto por los valores patrióticos. Y a pesar de que
es de procedencia italiana, de la zona del Piamonte, la hemos adoptado como
comida nuestra ya que hay muchos italianos viviendo en Argentina, eso si, adaptada
a nuestros productos autóctonos.

Un pecado típico, en Argentina, cuando se hace un asado,
es la previa… Que si un poco de salame, que si unas aceitunitas, que si unos
trozos de queso… ¡total! Que antes de empezar con la carne, ya te has llenado
ocupando casi toda la capacidad de tu estómago y ya estás saciado, lo cual te
lleva a no poder disfrutar lo que realmente ibas a comer lleno de ilusión.
En Barcelona, al
ir a cenar a un restaurante acompañando a gente que está de paseo, he
descubierto que existen tres categorías de personas (uno de los lugares donde
mejor se conoce a una persona es en la mesa de un restaurante y con la carta en
la mano). Un simple test permite saber si el sujeto en cuestión es: un
ignorante total (a), una persona de
mundo (b), o es un reverendo pelotudo (c).
- Si se le invita
a comer un “suquet de peix”:
a)
No le gustará y
dirá que le tiene “idea”[1]
a los bichos, y pedirá un bistec con patatas o rabas.
b) Lo degustará con fruición y encima acotará que, sin
estar mal, le apetece más el que preparan en Pòsit de Arenys de Mar, donde supo
ir en una visita anterior, dando la impresión de que comidas de ese tipo las
degusta 4 o 5 veces al mes.
c)
Lo comerá, pero afirmando que lo preparan
mejor en Mar del Plata.
- Al servir el
camarero un vino blanco, pongámosle Viña Esmeralda:
a)
Pedirá cubitos
para agregarle al vino y, luego de un sorbo, apuntará que es más “lindo”
(palabra genérica argentina para designar cualquier cosa, sea persona u objeto)
el Bianchi Chablis o un Suter etiqueta marrón.
b) Antes de cogerlo del cubo con hielo, preguntará si es
cosecha del año. En caso contrario, se decidirá por un Monopole.
c)
Se abstendrá de
beber porque no hay sifón de soda, o pedirá, de muy mala gana, agua con gas
para añadirle.
Además no comprenderán nunca que la comida no se
compara: se disfruta y punto. Pero lo más indicado es comerla en su lugar de
origen, salvo genialidades como mis empanadas de marisco, que
son únicas, una joya gastronómica, un paraíso para tus papilas gustativas.


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