jueves, 16 de febrero de 2017

UNA VIDA A PANZA LLENA

UNA VIDA A PANZA LLENA

Mea culpa, yo pecador… me confieso ante Dios y ustedes por alardear de estar bien comido en medio de un mundo que está lleno del hambre, angustia y guerra. Cuando era niño en el catecismo, el padre Juan nos hacía entonar el “Yo pecador…” y por eso siento la necesidad de confesarme.

Poco a poco he ido aprendiendo de lo que la vida me ha dado.

El argentino es muy afecto a relacionar todo con la comida. Por ejemplo, utiliza los piropos gastronómicos. Son muy típicos de nuestro país, que por algo fuimos modelo de exportación de alimentos: “Esa mina está papa”, “¿Sabes que a la Zully se la morfa el Cayo?”, “¡Qué pechugona era la Nonocha!”, “¡La Chirola sí que era churrasca!”, “¡Y que pan dulce!”, se dice al culo de una mujer (al que aún le llaman cola por creer que culo es una mala palabra); paradojas de gente que nunca pasó hambre, y entiende que para amar hay que estar bien comido.

Aquí en Barcelona, el niño dice “pene” con toda naturalidad; para nosotros la sinonimia del vocablo es fuente inagotable de asociación con embutidos, hortalizas y frutas: chorizo, chunchula, nabo, zanahoria, banana, batata, carne en barra, pedazo... Algo parecido se da en Andalucía con los apodos de cantaores y guitarristas del flamenco, pero asociando la comida con el arte: Camarón de la Isla (los japoneses, que todo lo imitan, crearon el camarón de Fuji, que terminó con las camaritas de móviles), Tomatito, El Cigala, Manzanita, Perejil de Triana, Romero de Macarena, Machaquito de Allioli, Juanito el Dorao, Charco la Pava, el Pescaílla (viudo de Lola Flores y uno de los más grandes guitarristas)...

La bagna cauda, por poner otro ejemplo, es una fiesta de jugos gástricos, y también terapia de grupo, pues cuántos entuertos, conflictos y depresiones se han curado (al menos temporalmente) chupando y comiendo con la gente y el paisaje adecuado, porque a veces se come bien pero la compañía no te ayuda a hacer una buena digestión. Es una de las dietas más saludables pues, salvo lo hipercalórico de la crema de leche y lo hipertensivo de la sal de las anchoas, posee la propiedad anticolesterol del ajo y el poder de arrastre intestinal de las hortalizas y las verduras. ¡Y el vino! que puede terminar en caricia o eructo (por eso de que el ajo repite), pero ¡qué importa! si es bienhechor, elimina los radicales libres de oxígeno que envejecen y, al ser vasodilatador, protege las coronarias (esto no lo difundáis mucho, pues un día habrá un hombre que le dará treinta y siete puñaladas en la oreja a la mujer). Pero la mejor manera de prevenir un infarto es morirse de cáncer.

La bagna cauda es además democrática, respeta las autonomías: con total libertad picas lo que se te antoja, carne de pollo o verdura, ¡y encima te babeas, te relames! Ni te joden como cuando se comen, por ejemplo, pastas: que los tallarines tienen que estar "al dente", o que no hay que cortarlos pues es una herejía, deben enrollarse en la cuchara. A pesar de todo lo expuesto hay gente que la rechaza, pues te dicen que todos revuelven en la misma olla, o que da mucha sed al otro día, por las anchoas, o que el repollo les carga de gases... Cada uno con sus razones que merecen respeto. Ya se sabe, en cuestión de gustos... hay demasiado escrito, aunque las papilas gustativas de los argentinos tienen tendencia monogastronómica vacuna, que obra como “vacuna” contra la variedad dietética.

Hasta se puede decir que "nuestra bagna cauda" es una exteriorización de respeto por los valores patrióticos. Y a pesar de que es de procedencia italiana, de la zona del Piamonte, la hemos adoptado como comida nuestra ya que hay muchos italianos viviendo en Argentina, eso si, adaptada a nuestros productos autóctonos.

¿Y El asado? que si con juguito, o más seco; o que para desarticular el pescado hay que hacerlo con el cuchillo aplanado... No hay nada frito, ni se sazona con mayonesa, ketchup o mostaza, que son los aditivos comunes a toda comida insípida o descastada.

Un pecado típico, en Argentina, cuando se hace un asado, es la previa… Que si un poco de salame, que si unas aceitunitas, que si unos trozos de queso… ¡total! Que antes de empezar con la carne, ya te has llenado ocupando casi toda la capacidad de tu estómago y ya estás saciado, lo cual te lleva a no poder disfrutar lo que realmente ibas a comer lleno de ilusión.

En Barcelona, al ir a cenar a un restaurante acompañando a gente que está de paseo, he descubierto que existen tres categorías de personas (uno de los lugares donde mejor se conoce a una persona es en la mesa de un restaurante y con la carta en la mano). Un simple test permite saber si el sujeto en cuestión es: un ignorante total (a),  una persona de mundo (b), o es un reverendo pelotudo (c).

- Si se le invita a comer un “suquet de peix”:
a)   No le gustará y dirá que le tiene “idea”[1] a los bichos, y pedirá un bistec con patatas o rabas.
b)  Lo degustará con fruición y encima acotará que, sin estar mal, le apetece más el que preparan en Pòsit de Arenys de Mar, donde supo ir en una visita anterior, dando la impresión de que comidas de ese tipo las degusta 4 o 5 veces al mes.
c)    Lo comerá, pero afirmando que lo preparan mejor en Mar del Plata.

- Al servir el camarero un vino blanco, pongámosle Viña Esmeralda:
a)   Pedirá cubitos para agregarle al vino y, luego de un sorbo, apuntará que es más “lindo” (palabra genérica argentina para designar cualquier cosa, sea persona u objeto) el Bianchi Chablis o un Suter etiqueta marrón.
b)  Antes de cogerlo del cubo con hielo, preguntará si es cosecha del año. En caso contrario, se decidirá por un Monopole.
c)   Se abstendrá de beber porque no hay sifón de soda, o pedirá, de muy mala gana, agua con gas para añadirle.

Además no comprenderán nunca que la comida no se compara: se disfruta y punto. Pero lo más indicado es comerla en su lugar de origen, salvo genialidades como mis empanadas de marisco, que son únicas, una joya gastronómica, un paraíso para tus papilas gustativas.

Dicen que el plato más sabroso, es el hambre. Los platos más típicos de cada país, fueron inventados en épocas de guerra y falta de recursos, como la Pizza en Italia o la tortilla de patatas en España (ambas de moda y auténtico lujo para los turistas que presumen de internacionales).



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