jueves, 7 de abril de 2016

MIS POLÉMICAS ELECCIONES

MIS POLÉMICAS ELECCIONES

Una vez más fui alejado de los micrófonos de LV3, de cuando esa radio era integrante de la Cadena de Emisoras de Radio el Mundo de Buenos Aires. 

Llegué a ser un grano debajo del micrófono que le había florecido a LV3 de Córdoba, sin que lograran extirparme. Es peligroso durante la juventud tener una lengua incontrolada y alma de saboteador, o buscar la razón en medio de los que ya creen tenerla de antemano, que ésos no perdonan. Son tan cerrados que hasta pareciera guardaran celosamente el secreto del día que se van a morir para que nadie les pueda joder. Que nunca ocurriría, porque conviven sin afectos de ninguna clase con una sonrisa en los labios. La cordialidad ya está pactada de antemano, en mutua aceptación, sobre todo a la hora de prodigarse galardones, que andando el tiempo, y si no dicen nada importante, seguro le darán alguna estatuilla “a la trayectoria”, que es la dura habilidad anodina del mediocre. Todo con voz ridículamente postiza, por la gran ansia de que parezca natural. En radio (el más rápido y eficaz medio de deformación cultural y espiritual) se da la mayor cantidad de amigos que se odian, y también la paradoja de que quien realmente sabe no habla, y que quien habla no sabe.

Con todo, no se les puede guardar rencor, porque son inocuos: no pueden hacer ni bien ni mal. Su propia pequeñez los anula para grandes maldades y,  como sufren mucho por sus ambiciones desmedidas, es para comprenderles y rogar por ellos con profunda piedad. No han podido salir del círculo de su sabiduría de bolsillo donde se calla lo importante por desconocimiento y se grita lo superfluo, e invalidan su propio juicio al no poseerlo. Algunos pueden ser personas buenísimas, al no tener otro remedio. ¿Quién no quiere ser artista, locutor de radio... o hacer algunos pinitos en el mundo del espectáculo? Casi todos fuimos cegados por tentaciones... 

Corría el año 1972, Carlos Franco dirigía el programa RADIO VERANO '72 en carácter de animador. Yo también formaba parte del equipo como tertuliano.

Un día nos juntamos a comer el conductor del programa y yo. A medio almuerzo me dijo: 
- "Negro, está muy chato el programa... O anodino, o... ¡que sé yo! Para colmo, es en la hora de la siesta y no podemos dormir a la gente. Así que, o nos ponemos las pilas ¡o nos vamos a la mierda!". 
- "No hay problema" le contesté yo "¿Querés el monopolio total de la audiencia? Hagamos una elección al aire, pero te la tenés que aguantar porque está prohibido por la secretaría de Radio Difusión. Pero piensa que seguro que colapsamos la Radio y así te demostraré qué fácil es la tan codiciada audiencia de los profesionales del gremio".  
- "Seguro que no habrá problema, ¿no?... ¿No nos meteran en cana?" dijo él sorprendido.
- "¡Y... quilombo va a haber...! Pero no te hagás problemas que yo me encargo. SOY INDEPENDIENTE, no tengo relación de dependencia ni contractual con la Radio. Además estoy avalado por una cuestión ética, pues gané un concurso de oposición en el año '64, gracias al cual entré a trabajar acá."- asentí firmemente y seguí: - Sí, ya sé que a eso no le dan bola... y que algún culo tiene que sangrar y que el hilo se corta por lo más débil...
- Bueno... ¡adelante...! Hagámoslo... Pero vamos ya, que nos pondremos en pedo.- concluyó con el tema.

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- Buenas tardes amigos oyentes, Cuarto Oscuro de LV3, hoy podrán votar en directo (voto cantado) por qué candidato se deciden y por qué (voto razonado). ¡¡¡LLAMEN AL TELÉFONO DE LV3 Y PODRÁN SALIR AL AIRE!!!-

¿Se imaginan el pobre operador...? Que en esa ocasión era el desaparecido y querido Negro Ricardo Sandobal, que grababa todas las llamadas para evitar filtraciones de grupos terroristas, proclamas subversivas, chistosos de turno, guarangos y un largo etcétera. 

¡Se colapsó el teléfono de la Radio en menos de cinco minutos! Se la hago corta, ganó Perón, por supuesto. Algunos votaron también por Lanusse, otros por Tusam (el ilusionista de la época), etc. 

En tiempos de Lanusse, todos los programas eran grabados por los servicios de información. De hecho, el tercer cuerpo de ejército pidió mi cabeza a la Radio y más veladas amenazas que ya os lo contaré en otro relato. 

Un periodista y poeta que me estaba escuchando la tarde en la que hice "la elección", Francisco Berra, me invitó a callar. Sólo al mirarlo comprendí que lo mejor era apartar la palabra a un costado por temor a interrumpirle. Su decir quedo y lacio convidaba a deletrear la sabiduría. Entonces me di cuenta de que mi parloteo era un simple accesorio para las transmisiones deportivas. Como decía, me invitó a callar con estos versos sin dobleces:



AL QUE TENGO EL HONOR DE LLAMAR MI AMIGO:
 JOSÉ ADEMAN RODRÍGUEZ

Tenías la verdad a flor de labios
y ésa fue la vertiente de tus males;
en un mundo que está patas arriba
es malo andar diciendo las verdades.

Es malo para el lucro y el soborno,
es malo para el hambre de la carne,
es malo para el miedo que somete
y que degrada sin cesar la sangre.

Por eso José Ademan vas perdiendo
 terreno con tus crónicas radiales,
se quejan los que mienten por oficio,
se quejan un sin fin de miserables.

Porque el oro que compra las conciencias
no ha podido alcanzarte,
dicen los turbios mercaderes de atrios
que debes silenciarte.

Que debes poner fin a tus palabras,
¡que no salgan al aire!
Porque el aire es de todos y los justos
podrían escucharte.

Y no es bueno que arruines el negocio
de unos pocos rufianes.
José Ademan, no pierdas la cabeza,
¡mejor es que te calles!
(Córdoba, Francisco Berra)

Por eso, hay que tener la parla justa para intentar sobrevivir, nunca sobresalir, y ser paciente para esperar el hueco que por muerte o jubilación te dejarán los que ahora se reparten el pastel. ¡Y parece mentira! En un medio irradiador de voces donde paradójicamente hay que tener más orejas que labia para detectar el denso mundillo de intrigas donde uno habla delante de un micrófono, pero se habla mucho más detrás de uno. La radio no sirve de nada, porque se fomenta el vicio de hablar en un país donde lo que falta son hechos.  

Parece que la clave en un medio de comunicación no es lo que se quiere comunicar sino lo que se quiere ocultar. La base está dada en la autocensura, nefastos vigilantes de nosotros mismos y, paralelamente, virulentos alcahuetes del prójimo. Antes de entrar a trabajar en una emisora, se habla como todo el mundo. Al salir, se utiliza el tono del mundillo de la radio: ya eres ficticio. La primera preocupación es cambiar nombre y apellido; como la boludez que hizo la Susy Devall, alias “la muñequita sexy”, allá por los sesenta y pico. ¿Saben como se llamaba? Mirá que hermoso nombre: Blanca Blanco. ¡Para qué se lo habrá cambiado esta mujer!. Diferente es el caso del negro Claudio Salinas, que se llama Rosa Bustamante. Y Pablo Neruda, se llamaba Neftalí Reyes. ¡Y eso que era intelectual este gordo pelotudo!

Y la segunda preocupación es engolar la voz, ponerla hueca. Y con la jubilación, se recupera el lenguaje común, como al inicio. En las radios de Córdoba hablan en porteño y ante un porteño de pura cepa se achican en el ritmo, tono e intención de la palabra, salvo cuando cuentan chistes. El cordobés, en general, cuando no hace bromas es un taciturno.Y sonreir, siempre con sonrisa meliflua y velada; nunca la sonrisa suficiente del mordaz o el convencido, sino la atenuada y huidiza, pues sólo los que mandan sí pueden esbozar sonrisas a diente pleno, como Kennedy o Gardel. O detentar sonrisas y miradas que guardan secretos; uno de ellos puede ser el de tu cabeza. Porque ¿a cuántos chicos han frustrado? Al final después de ocho o diez años en la radio, sólo se tiene acceso a uno o dos secretos mayores de los mil doscientos cuarenta y cinco secretos menores que deambulan, que tal vez únicamente el portero los sabe. Pero había un señor que casi no sabía sonreir, pues la mejor sonrisa la tenía guardada dentro (él sabía que yo necesitaba un padre rígido, por ser un despelotado). Nadie dulcificaba el gesto como él cuando le soltábamos una broma. Ese hombre era mi jefe: Óscar Jorge Sosa, el mejor prosista que escuché en el periodismo deportivo. Como bien dijo cierta vez Torri, era un cara de malo con fondo de algodón. El decirle jefe nos nacía de lo más profundo de nuestro cariño y reconocimiento, porque es común escuchar la palabra “jefe” como una muletilla ayuda-cobardías muy utilizada por los obsecuentes, serviles y demás fauna de oléculos. Cierta vez, Pancho Berra le dio una lección de aplastante y pedagógica ironía a un “jefe” de esos que no sugieren, sólo prohíben. Éste había ordenado colocar un cartelito de reglamento interno de la emisora con el siguiente texto: Prohibido presentarse a trabajar sin corbata. Al otro día, llegó Pancho con la camisa abierta. 

- “Usted no sabe leer”, le increpó el director al punto.
- “¡Ah! ¡La corbata!... Mire jefe, acá está”. Y sacándola del bolsillo se la restregó púdicamente por las narices. “Como usted verá, señor director, no dejo de presentarme sin ella”.   

Seguro que Pancho pensó: “Yo trabajo con mi cerebro, que no necesita corbata”. Pero era tan respetuoso que jamás hubiera molestado a nadie con una ironía peyorativa.

Yo queria tener “enemigos” que me odiaran (pero dignos), ser el eje del despecho colectivo, la leyenda que nunca se escribió, el falso culpable de Hitchcok o  el bueno de la película; que “me aparten del caso” como a los héroes de las brigadas de homicidios, que al final tienen la verdad, entregar la voz y el carné de periodista (pistola y placa) y morir jugándome el puesto en acto de servicio. Pero que te echen por una alcahuetería de un compañero de “asuntos internos” es decepcionante... Me rajaron, me autoeliminé, me borré en decenas de rocambolescas situaciones. Me iba antes de pisar el umbral del despido sin jamás escribir una renuncia para no darle el gusto a nadie de decir “lo eché”. Apelaban al maniobrerismo injusto y cobarde, parece ser que adherirse a la verdad no es provechoso para nadie, no solo en la radio.

No reparé en que para decir cosas importantes, primero hay que ser “importante”. No se puede ser José Ademan Rodríguez queriendo ser Dante Panzeri. Al morirse me di cuenta de que él era el elegido, el único capaz de desratizar el infecto mundo del deporte profesional. Y también tener poder, porque ante éste la razón se aerifica, como todo lo de la radio. La conciencia no tiene peso ni poder. Es ahí cuando uno queda convencido de la propiedad de la insolencia, que nada, ni el poder ni el dinero, pueden ante ella, tiemblan... Como los déspotas, sólo se rinden ante las bombas de los terroristas o la militancia de la guerrilla urbana. Y, si no, los Pinochets o Videlas todavía estarían en su trono.




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