martes, 5 de abril de 2016

ARGENTINA, PAÍS VIOLENTO

ARGENTINA, PAÍS VIOLENTO

El nuestro es un país violento con la sonrisa de Gardel. Y, si tenés dudas, no hace falta remitirse al encono de unitarios y federales. Tan violentos somos, que siendo presidente Lonardi, luego de la revolución del 55, éste lanza la famosa frase conciliadora: “Ni vencedores ni vencidos”. Le costó la cabeza. Fue destituido por Rojas y Aramburu, que lavaron con sangre y soda cáustica todo lo que oliera a peronismo. Más que revolución libertadora fue revolución fusiladora, donde Pedro Eugenio Aramburu legalizó, en junio de 1956, a través de un decreto, la matanza de 27 argentinos sin juicio previo y causa justificada; y condena a muerte de 8 militares por expresa resolución del Poder Ejecutivo Nacional, violando la autoridad del consejo de guerra reunido en Campo de Mayo y presidido por el General Lorio, que había fallado la inocencia de los acusados.

En 1966 el presidente Onganía recibió como “campeones morales” (en aparente condición de mártires) a los jugadores de la selección argentina que habían agredido a un juez, ya que le habían escupido en la cara de un intérprete y armado una refiega de once minutos de duración en Wembley con motivo del Mundial de Inglaterra. 

Los restos del púgil Óscar Natalio Bonavena, que muere asesinado en un burdel de Estados Unidos, son envueltos con la bandera argentina, con la presencia de las más altas autoridades del gobierno. Al boxeador Carlos Monzón, que fue condenado por asesinato, me dijeron que le levantarán un monumento. El técnico Bilardo, único facultativo del mundo que renegó del Juramento Hipocrático pues recreó la Ley del Talión pero a niveles anatómicos más bajos (en vez del “ojo por ojo, diente por diente” introdujo lo de “tibia por tibia, peroné por peroné”) cuando “dirigió como técnico” (como dicen los periodistas deportivos, porque ni son técnicos ni dirigen) al Sevilla, vomitó ante las cámaras de televisión lo siguiente, a raíz de que un jugador del equipo rival se encontraba en el suelo y el aguatero del equipo andaluz le ofreció agua: “A ése no le den ni agua, al rival hay que pisarlo”. Un jockey peruano, Jacinto Rafael Herrera, flaquito, sencillo, morocho y de ojos achinados, se arrimó a Buenos Aires con un récord extraordinario y un don de gentes descomunal. Se halló con el rechazo virulento de los jockeys argentinos, que le agredieron hasta llegar a apagarle la luz al cruzar el pasillo del hipódromo. Él no movió ni un músculo facial. ¡Cómo nos van a querer nuestros “hermanitos” latinoamericanos! 

Andando en la historia, el General José María Paz se preguntó una vez ¿por qué no nos querían nuestros hermanos latinoamericanos, o por qué nuestros ejércitos no han tenido homenajes de gratitud?. Y da a entender el célebre “manco” de un “algo” repulsivo de nuestros guerreros y gobierno; que “al paso que hacían el bien, tenían la funesta habilidad de revertirlo de formas desagradables para perder el derecho del agradecimiento”.

No se puede ser pacifista ni moderador en medio de tenebrosos necrófilos. Los restos de Eva Perón, mutilados y profanados, vuelven a nuestro país luego de veinte años; el mismo día fueron devueltos los de Aramburu, que aparecen en una ambulancia, como en una exhumación de viejos odios o un réquiem con partitura de la más escabrosa indignidad (muy humana, por cierto). En Argentina, cuando alguien importante muere, se le “perdona” la vida. 

El argentino es el revés de la erótica en la osamenta. Tiene como lastres tristones de tango. Es como si estuviera permanentemente en estado de tensión, creando mundos de la nada, siempre tenso, como para atajar un penalty e intentando crear impacto, ya sea con dinero, alardes, tretas o labia. Por eso no me gusta ir a los clásicos asados de la clase media en Argentina. Y quizá habrás notado que cuando lo hago siempre voy acompañado de un cantor y a ser posible con una guitarra. 

La otra manera de divertirse, pero ya fuera del clan, son los bailes de cuarteto. El prototipo argentino de larvada violencia está en la clase media. Bien merecido tiene el sambenito de tristes, no les vibra el cuerpo como a los brasileños con el samba, o a los venezolanos con la salsa, o a los colombianos con cumbias, o a los chilenos con sus cuecas; los gitanos transforman sus penurias con flamenco, los italianos se agitan con tarantelas, los campesinos bávaros que llegan a Münich temprano a vender lechones chupan cerveza y cantan con acordeón desde las diez de la mañana hasta las diez de la noche. ¡Y no hay otra! En Argentina, salvo que te vayas a la casa de algún amigo, como en mi caso a la de Hugo Kobylanski, siempre tendrás canto y baile: pasodoble, mazurca, sirtaki, havaneras, borombombón, balalaika, fado, tango, sevillanas, twist, pechito con pechito, rock, sardana... y está terminantemente prohibido hablar de viajes al exterior, ya que cuando entras te dan un billete para hacer viajes al interior de uno mismo transportado en carcajadas. Mucho menos hablar de política, sobre todo si hay radicales o peronistas: ya pasamos el 2000 y no hay duda de que los radicales apoyaron el golpe militar contra Perón en el 55; y los peronistas el del 66 contra Illia; y en el 76 todos, todos, apoyaron el golpe militar. Eso, creo, es suficiente. A pesar de haber llovido mucho, aún no se les borró el “maquillaje de demócratas” (demócratas de pacotilla). Es mejor peronacho conocido que radical por conocer, y viceversa. 

Y para violencia argentina, la más cotidiana: la cohabitación matrimonial (no coexistencia). Ésta es la dicotomía conyugal para los maridos: 
            - O se atiende a las mujeres, o se juega al fútbol.
            - O se atiende a las mujeres, o se va de pesca, caza, etc.
            - O se atiende a las mujeres, o se comen asados.
            - O se atiende a las mujeres, o se va a reuniones.
            - O se atiende a las mujeres, o ¡se van con la amante!

Borges para interpretar la crónica negra de la historia argentina opinaba como si viese (pero todo a la inversa). Esto dijo en el año 1979, refiriéndose a la dictadura del proceso militar: “Creo en esta etapa de la Argentina porque se trata de un gobierno de caballeros, y no un gobierno de truhanes y rufianes como el que soportamos hasta 1976”. Y luego de ganar los radicales en 1983, deslizó: “Es nuestro deber de argentinos sostener a este gobierno, que por lo pronto es un gobierno de caballeros, no de gansters ni de militares”. 

Y con estos pocos argumentos, de todos  los que ha vivido nuestro país, se ve de forma clara que ha sido un lugar sembrado con violencia. Hasta en el fútbol hablamos de que "¡¡hay que poner huevos!!" en vez de divertirse y devolverle el sentido lúdico, aquel que tuvimos entre los años 30 y 55, periodo en el que fuimos los mejores del Mundo.

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