viernes, 29 de enero de 2016

EL DEBUT DANZANTE

A mi no me gusta bailar... Ni de adolescente siquiera. Solo me gustaba jugar al fútbol y agarrarme a piñas. Pero debuté "bailando" por primera vez con 16 años en el cine Plaza de Río Cuarto para los Carnavales del 56, que fue acondicionado para convertirlo en una gran pista de baile.

La pantalla dio lugar a un escenario ocupado por la jazz Los Cuervos. ¡Y la voz inigualable del Negro Adolfo Tissera que te convidaba a viajar por la piel, "sentado en los glóbulos rojos hasta la estación del beso"! Crenchas azabaches como alas de cuervo tenía el Negro Tissera, como buen cantor de Los Cuervos. Fue como entrar en un universo encantado. Lo único que había  presenciado eran los bailes de pueblo, ésos de típica y característica, con el ritmo inocente y bullanguero de pasodobles y tarantelas, y los tradicionales tangos y valsecitos criollos, todo con luz plenamente delatora. ¡Pero esto otro...! 

            No sé, me sentí hombre de repente... 
Un hombre que iba a emprender un viaje alucinante ¡al fondo de las hormonas! Me sentí turbado, con miedo; peleaban en mi interior el hombre que nacía y el adolescente que se iba. Esa noche era el gran desafío: tenía que bailar, "cueste lo que cueste", y demostrarme a mí mismo que podía. La orquesta desgranaba un pegajoso bolero, y me dije: "¡Ahora Negrito! Si total hay que hacer un suave vaivén para simular que sabes bailar. Ella no se dará cuenta que no sabes, pues las exiguas figuras coreográficas del bolero caben en una baldosa". Era ese instante en que uno se da cuenta que la desnudez comienza cuando dos personas se miran por primera vez desde el fondo del rubor. 

Y no sé cómo, por instinto de novato, me encontré de golpe con ella en el medio del salón. Las luces bostezaban, haciéndose más tenues al conjuro de la lánguida melodía. ¿Qué preguntarle? "¿Qué estudias?", como se estilaba para romper el hielo. Nada, no me salía nada... "¿De qué signo sos?" Muy boluda la pregunta para iniciar mi portentosa aventura de querer ser hombre. Sin decir nada, nos enlazamos... Le ceñí la cintura, sin apretujarla. A medida que la luz se iba apagando, hasta quedar como una penumbra coloreada con difusos matices, se iba encendiendo el fervor de la "franela" de los que nos rodeaban.
             
Un diablillo sabedor y picaresco me musitaba al oído: "No, Negrito, no tengas prisa. No hagas como los otros. Es vulgar. Seduce con seda, que para eso tienes piel suave de color morenito que enloquece a las gringas". (la chica era rubia). Y siguió: "Recuerda eso que te conté una vez, que una mujer es como una tórtola: si la apretujas mucho puedes ahogarla, y si es muy leve el contacto se te puede volar. Apriétala lo justo, lo necesario". 

Ella rodeó con su brazo izquierdo mi nuca robusta, y una dulce cosquilla me corrió por la espina dorsal, en tanto las yemas de los dedos de mi mano izquierda "hablaban" con las de la derecha de ella de cosas que los de mi edad no entenderían; las manos se estaban besando, y nos tirábamos "efluvios" que ascendían hasta su larga cabellera rizada, que parecía una guarida de mi mejilla ardiente, cubierta con gotitas de sudor. Comenzaba a destilarse mi virilidad. No había comunicación verbal... aunque no importaba. Siempre hubiese querido estar así...

Una serpentina que voló de una de las mesas se enrolló en su pelo. Retirando el brazo de su cintura, se la quité con el mismo cuidado que uno pone para eliminar una partícula de la conjuntiva ocular. Y se me ocurrió, mientras, revolverle el pelo. "¡No! Es expresión de chicuelo eufórico y tontorrón", me dije, desistiendo de hacerlo. ¿Y qué hacer con mis manos, sus encantos y mis dieciséis años? Lo importante es que era feliz. Flotaba. Y mi timidez se hizo roce. Y ahora sí comprendía a los poetas cuando hablaban de la suavidad del roce cual "si una paloma peinara la cabeza del león", y todas esas cosas que me hacían reír, pues no creía que existieran. 

No le revolví el pelo... Bajé mi mano hacia la "pelusilla" que se distribuía del temporal hacia la base del occipital. Luego la abrí más; es chiquita mi mano, pero la transformé, por obra y gracia del deseo, en un gran cuenco tibio donde ella encajó su cabeza. Y noté como si quisiera acurrucarse... Ojos cerrados ambos, donde nada se ve ni se habla... sólo se perciben sensaciones y latidos de enorme oleaje venoso. La atraje más hacia mi hombro derecho, acariciándole las hebras de su pelo; así, quietita, en un concierto de silencio sólo alterado por el gangoso sensualismo del saxo. Me hubiese gustado besarle la frente con la misma ternura con que una madre pone los labios en su bebé para comprobar si éste tiene fiebre, pues noté que ella ardía. Pero no hubiese podido: era casi de mi misma talla. Sagazmente se encogió un tanto para permitírmelo. Mi rodilla era una almohadoncito de contacto inevitable, sin pretensiones de ganar terreno en la entrepierna, a pesar de que era la hora en que los hombres encajaban el muslo en el pubis de ellas y se engarzaban con ambos brazos por un dictamen calenturiento. 

Hora clave... 
Hora clave de cuando el locutor, micrófono en mano e impecables solapas brillantes, sellaba los encuentros: “Estimado público, a continuación seguirán bailando ustedes al compás de selectas grabaciones." Momento en que las palabras no dicen nada... 

Una pareja contigua nos dio un suave empujón, sin querer nos desequilibró un tanto. En lo que dura un relámpago recompusimos la obra de arrumacos para ya pegotearnos... Y apartándome un poco por instantes podía entrever la turgencia de sus pechos que, subiendo y bajando en placentera disnea, se insinuaban debajo de la blusa. ¡Con qué ganas se la hubiese levantado! No hacía falta, no; su piel era la mía. Y llegué sólo hasta el broche del sujetador; sentí que me captaba al estrechar fuerte mis dedos entrelazados con los suyos, tensos los nudillos, como si quisieran albergar la misma sangre, o si uno quisiera entrar en el otro, por una extraña osmosis de encantamiento. Se hacía realidad aquella letra de tango: "Fuimos dos, pero tan juntos que sobraba un corazón". Sí, no era exageración; es verdad que se siente eso. 

Como vestía un saco de media estación (el único que poseía), no podía sino presentir sus senos, más que contactarlos... Y comencé a ascender de la cintura hacia arriba, como si le contara las costillas una a una; y las pestañas también le hubiera contado si hubiera sido yo más alto. "Pronto finalizará esto", pensé. "Cuando vayamos afuera, le pondré el abrigo, como en las películas, por el frío del sereno". 

Se entregó en mi hombro, cual si hallara en él un refugio para que se duerma. En tanto yo soñaba que mañana nos despertaría el sol y que el primer hilo de luz juguetearía como un nene rubio entre los dos. Le recorrí las cejas con el borde de los labios apenas entreabiertos, en un engendro de beso breve... Y bajé por el filo de la nariz... Eran labios merodeadores de los suyos, a punto de explotar en la descarga carnosa. ¡Si descendía un poco más hacia su boca...! ¡Con qué ganas hubiera roto el cerco de mis inhibiciones e irrumpido en su deleitoso antro esmaltado y húmedo de dientes y lengua! Y cubrirlo todo y hurgarla, invadirla, frotarla... no sin antes tomar entre mis labios temblorosos su labio inferior más pulposo y retenerlo, en suave impronta, con aterciopelado mordisco, como haría la pinza de los dedos de un coleccionista para sujetar el ala de la mariposa sin que se le vaya el pigmento... Era cual un armiño dócil que se adaptaba hasta quedar fusionada, tan dócil que no pensé en eso de que la resistencia de una mujer excita a los hombres, dándoles ese punto de macho áspero que les aúpa para conquistar.

Ni siquiera llegaba a concebirla como a esas mujeres de las películas sentadas al borde de la cama que llega con su hombre luego de una fiesta, quitándose los pendientes mientras vuelve la cabeza en suave oscilación hacia uno y otro lado, para después quitarse los zapatos de tacón con la primorosa pinza del índice y el pulgar. Y encima, otra vez el diablillo sabedor y picaresco que me dice ya en tono más admonitorio: "No, Negro, no persistas con tus labios hasta que no se te moje ella abajo, en sus repliegues íntimos de mujer. Poné el freno de mano, no vayas a patinar. Atóntala con tu labia, que no advierta que tú cedes. Dilata la entrega. A la mujer no le gusta la cosa fácil, como dada "ya hecha". Que se vaya desvistiendo mentalmente mientras le hablas de amor. Así lograrás el desnudo mental previo, que es lo más difícil de lograr en una mujer sensible. ¡Tranqui, Negrito! Hay que mecerla con palabras. Ya en su momento harás resbalar todo el afán. Das sensación de hambriento, no de romántico. Y los apetitos se hartan; los imposibles, jamás". 

Iba yo dispuesto a torcer el rumbo de mis labios en mi turismo epidérmico, buscando la neurálgica línea perfumada que va de la comisura de los labios al oído, e intentar la cima del lóbulo, cuando llegó el final del bolero; era la última pieza de la noche que decía adiós a todos, nos despegamos, así, sin más... Ni quién eres, ni de dónde, ni cómo te llamas, si casada o soltera... ¡Nada! Le acompañé hasta su mesa. Un hombre de una mesa cercana le hizo una seña; ella asintió con el gesto, alzó la cartera y se perdieron en el tumulto, buscando la salida. Yo me quedé con su perfume en mi mano izquierda y unas hebras de su pelo en la solapa, con doliente expresión de Victor Mature, el sufrido masoquista de la épica cinematográfica en color. ¡Hacía un calor ahí dentro! Al salir, el soplo de la madrugada se llevó el perfume, y a las hebras de su pelo les pegué un manotazo con rabia. Sólo guardé una: con ella tejí el primer desengaño amoroso. Nunca más la vi... Me consolé pensando que una sensación tan hermosa no debe tener segunda parte, es irrepetible, y que hay mujeres que merecen ser soñadas, antes que amadas. 


Tal vez fue mejor así... Se cumplía aquello de que la mejor historia de amor es la que nunca se llevó acabo en la realidad... Y si la encontrara nuevamente ¿qué actitud tomar? Difícil saberlo después de haber obrado como un pusilánime y mejor no decirle nada, porque nunca te salen las cosas de lo que uno tiene diagramado mentalmente por los nervios que implicaría semejante encontronazo.

La realidad significó que me fui a pie desde la plaza hasta la calle Sadi Carnot 14.840, cerca de la Maipú, donde vivía en 1956. ¡Una enormidad! pero no tenía para el taxi y ómnibus no corrían por ese lado (tampoco tan enormidad... Todos los días caminaba desde mi casa hasta el Colegio Nacional: 27 cuadras de ida y 27 de vuelta. Y dos veces por semana hasta el Club Estudiantes, que eran otras 54). Aquella noche había fracasado. Los frustres e ilusiones muertas de la adolescencia no se superan así nomás, como no puede uno reponerse del terrible shock que es la entrada en la vejez. Con el ánimo bajoneado, por el camino pensaba que si tuviera dinero comería un sandwich, compraría el lucero del alba suspendido del pecho del cielo para colocárselo en el pelo, en lugar de la serpentina, ¡y hasta regresaría en taxi! No lo hice: me lo puse en el bolsillo para otra ocasión. Desde aquella noche mandé a la gran puta madre que lo parió al diablillo sabedor y picaresco, y yo me convertí en un malvado hijo de puta con casi todos las que se me ponían a tiro, no respeté vírgenes ni desvirgadas, putonas ni lloronas, espirituosas y humedosas, chupacirios y chupapijas, querindongas[1] y malqueridas, que despues llorarían la “tragedia” de haberme conocido. Gracias que nos les permití que me conocieran a fondo. Lo cierto es que nunca engañé: todo ocurrió porque me tentaron sin enterarse que vengo de antiguos dolores y oscuras visiones de historias rurales. No seré reconvertible pero me reconozco.


[1]Queridas a quienes les gusta la poronga.
 



 

 

martes, 26 de enero de 2016

PEGADO AL RING, UN POETA HABLABA DE BOXEO



PEGADO AL RING, UN POETA HABLABA DE BOXEO 


Imagen de arriba (de izquierda a derecha): Eduardo Ovelar (locutor comercial), Ruben Torri (relator), yo y Kitty Montoya.
Imagen de abajo (de izquierda a derecha): Ruben Torri, yo, José Garro, Farid Salim y  Jaime Gine.


Es el mismo de siempre o parece serlo. Aquel que la afición deportiva de Córdoba, más precisamente los amantes del boxeo, escuchaban subyugados sus atrapantes comentarios radiales allá por la década del 60 y fines del 76.

Fue el creador de un estilo de las transmisiones a la vera del ring del Córdoba Sport o del Luna Park que los veteranos no olvidarán jamás. José Ademan “El Negro” Rodríguez marcó una época con el valor agregado de la voz cortante, emotiva y sin altibajos de su compañero en los relatos: Rubén Torri.

Y ahí está. Otra vez de regreso de Barcelona donde vive desde hace casi veinticinco años a escasas horas de su enésima vuelta a España donde ejerce su profesión de odontólogo. Sus amigos de siempre, los que no faltan nunca al asado de la despedida y algunos familiares forman una rueda íntima en el patio del restaurante de la Avenida Olmos al 300. La noche preanuncia la lluvia de verano, la nostalgia es inevitable, más todavía si estamos a pocos pasos de esos recuerdos envueltos en guantes de ocho onzas que rondan fantasmagóricos por la calle Alvear.

Se lo ve con menos pelo, con esas canas que se vienen con los años y un par de Kilos de más (aunque amenaza que a la mañana siguiente saldrá a trotar acompañado por “El Beto” kandalaf) pero siempre con una catarata de palabras escapándosele durante la velada extendida, como si tuviera un micrófono en las manos.


Nació en Rio Cuarto el 14 de febrero de 1940 (El Día de los Enamorados, recuerda con una sonrisa pícara) y se recibió de dentista el 24 de junio de 1969, aniversario de la muerte de Carlos Gardel, subrraya por si alguien de su laya pudiera omitir semejante fecha. No hay caso, es el mismo de siempre, aparentemente más reposado que sin embargo se deshace en cumplidos y lisonjas desatando su verba florida cuando la fotógrafa llega para la nota.





  


De izquierda a derecha: Nelson Ribera, (yo), Nicolino Locche y 
Rubén Torri (compañero y maestro mío durante 15 años).

-“Negro” (el cronista lo conoce de aquellos tiempos heroicos del periodismo deportivo), ¿qué es la bohemia?


- Es un estado de insensatez muy dulce… Dicen que nadie se olvida de los ojos de la primera novia y nadie podrá ser pintor si no sabe pintar su aldea. Son las pequeñas cosas de la infancia y quien olvida eso no sirve, responde con sus metáforas siempre a flor de labios.

Rodríguez fue, es y será un bohemio con todas las letras. Brillante expositor que improvisa su prosa sin parar, sea hablando como en los viejos tiempos por la radio o en la rueda amiga del café. Trabajaba con seriedad y al mismo tiempo divirtiéndose en sus años mozos. Hoy no alcanzarían las hojas de un libro para contar todas sus anécdotas y como periodista deportivo oral se inició en el oficio por casualidad luego de que el doctor Carlos Hairabedián, por entonces ex relator sesentista de la ex Radio municipal, que usaba el seudónimo de Carlos Garó, descubrió sus cualidades en un reportaje.  

Mientras estudiaba en la ciudad de Córdoba jugaba al fútbol con “Mingo Ceballe en El Arañado” para rebuscarse unos pesos. Por fin colgó la camiseta Nº 8 y empezó su carrera en LV3 al acceder, por concurso, a la radio que entonces funcionaba en el primer piso de San Martín 70. Pronto se ganó el puesto de comentarista en las transmisiones de exteriores en el Córdoba Sport y el Luna Park, con la voz grave e inconfundible de “Tito” Paz en los mensajes comerciales.

Pero llega el momento en que las cuentas no cierran y José parte a Barcelona, era el tiempo en que escaseaban los dentistas en España.

Sobresale de inmediato en la nueva profesión y hoy está al frente de su propia clínica que permite a este hombre siempre joven de 60 años, divorciado, 2 hijos, dos veces al año pasar unas breves vacaciones en su Córdoba querida.

El periodista nace en la calle, con picardía, con esa cosa de chiquilín de barrio, por eso lo asocio al fútbol. Por eso en la poesía como en el fútbol es imposible encontrar claves para llegar a la profundidad. Es como pretender atrapar a un colibrí que cuando éramos niños nunca lo podíamos agarrar”, explica para los iniciados.  

La gente que se hizo en la radio en nuestra época animaba bailongos en los barrios o vendía bolígrafos y peines en los ómnibus. Era gente que tenía facilidad para el chamuyo y además el argentino es muy hábil para la tertulia, por eso la gran cantidad de psicólogos. Así nació el periodismo deportivo radial”, revela sin eufemismos.  

El deporte, el fútbol, la política, la sociología, son tópicos ineludibles en una charla con José, como que las citas poéticas tampoco pueden faltar: “La televisión contribuyó a aburguesar al espectador y a matar un tanto el sentimiento del hincha que actualmente va a la cancha no tanto por la pasión, por el goce estético de ver un buen partido, sino que acude directamente a agredir creándose una patología colectiva”, razona, para cerrar el enfoque así: “Influyen muchísimos factores. No es culpa de los dirigentes solamente, es el sistema de la globalización que ha creado valores meramente utilitarios. Se sabe el precio de las cosas pero no el valor de las cosas”.  

Y sigue sin parar: “Una vez se le preguntó a Ulises Barrera, años atrás, qué iba a pasar con el futuro del boxeo? contestando que moría en el 2000 y la profecía no resultó. Se recordará también, en otro plano, aquellos augurios que anticipaban que la industria japonesa barrería a la norteamericana y todo ocurrió al revés. O que el socialismo era como una mancha de aceite que se entendería por todo el mundo y cuando cayó el muro de Berlín ningún intelectual de izquierda se rasgó las vestiduras reconociendo el craso error”.  

Luego de refutar el audaz anuncio de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia (“las ideologías no podrán morir nunca”, asevera), se despacha con una singular y controversial teoría acerca de la vida: “El primer contacto que tiene un niño al nacer es romper el sonajero, tirarlo al suelo. Me parece que el hombre nace con un trazo genético definido de ser violento y agresivo y aquí está la gran equivocación sobre la inocencia del niño. De su pretendido candor que es una venta demagógica de infantilismo para dar de comer a la industria del juguete. En la sociedad de occidente y en otras también se privilegia al niño manipulándolo a través de los grandes holdings de la tontería”.  


Poco afecto al post modernismo, a la tecnología de punta y a la robótica (“Esto está matando todo”), el ex comentarista deportivo acude a un anuncio que en su momento, “desde Salta formuló el ex presidente Menem ante niños desnutridos sobre la construcción de una plataforma de lanzamiento para una máquina aérea que iba a llegar a Japón en pocas horas. Un absurdo, como el de ese otro funcionario que envió computadoras a una escuelita de Las Altas Cumbres en la que no había energía eléctrica. Se pretende meter la cibernética cuando ni siquiera hay una tiza”, explica indignado.

Será por eso que desgrana a continuación un dolido rosario de imputaciones, que resumido  en afirmaciones lacerantes, encerraría en un párrafo la mirada que tiene de la Argentina actual: “Los políticos que son corruptos, los funcionarios que son incompetentes, además de groseros, traidores, hipócritas, estafadores, travestidos ideológicos y tránsfugas”, son culpables de  una situación que “ha llegado al colmo que cada vez que vengo a la Argentina la encuentro peor. Cada vez hay menos ricos con mucho más dinero y muchos más pobres.

   
- Rodríguez escribió en Barcelona su autobiografía en un grueso volúmen. ¿Porqué?
- Para matar la tristeza. Uno tiene miedo de morirse y teme que nadie te dé una palmadita y te diga chau Negro. Y vos querés dejar algo para alguien, para tus hijos, para un amigo.

Y se hizo madrugada y la lluvia llegó y la guitarra de Fermín “Checho” Solohaga sonó alegre y melancólica a la vez. Algunos de los amigos se animaron a cantar la despedida del amigo que siempre vuelve. Ese que alguna vez armaba sonetos pegados a un ring, que no se olvida del potrero ni de Goyeneche, ni de Pugliese y Troilo. Que es el mismo de siempre, que no sólo parece serlo. 

- Sos amante de los recuerdos “Negro”...  
-“Y si, totalmente, y como dijo Borges, el hombre es memoria”, replicó con una sonrisa y se fue con la lluvia... 

Volverá cuando sea agosto.
Augusto Argañaraz

Rubén Torri, Oscar Bonavena y yo

 Cuando el ringside era una vidriera      (apartado)

Con los últimos coletazos de la época de oro del boxeo argentino eran diversas las emisoras porteñas que transmitían los sábados del Luna Park.
Alrededor del cuadrilátero, en la primera fila del ringside, los comentaristas con cartel reunían a su alrededor a decenas de atentos oyentes al término de la pelea de fondo.

LV3, como radio del interior, disponía de una cabina en lo alto del pullman del tradicional estadio de Corrientes y Bouchard. Una noche Rubén Torri se encuentra con la novedad que Juan Carlos Lectoure le “fabrica” un espacio al relator cordobés y al comentarista José Rodríguez junto a los grandes bonetes del periodismo argentino.

Al segundo sábado de ocupar LV3 su espacio a la vera del cuadrilátero, los fanáticos porteños se apiñaron en torno a José Ademan Rodríguez sin perder detalles de sus comentarios, olvidándose de los ilustres Ulises Barrera y Horacio García Blanco, ante la maliciosa mirada de “Tito” Lectoure.


(Artículo públicado en el La DiaroVoz del Interior. en Córdoba, Argentina. '80)
 

viernes, 22 de enero de 2016

ODA A LA EMPANADA

Creo que las empanadas de marisco son una creación culinaria de mi autoría. Un catalán agradecido que las probó me envío esta nota tan gratificante. La tituló: Oda a la empanada





ODA A LA EMPANADA

Buenos días, tardes o noches, ignoro la hora y el día que se te entregará este email.
Bueno, también podría llamarse una Oda a las empanadas Mediterraneas.

Si, digo Oda, en Honor y Gloria al descubrimiento gastronómico que aquella memorable noche nos hiciste apreciar. Ahora conociendo que estas lejos no puede quedar en mi olvido el acontecimiento gastronómico que nos ofreciste aquella noche.

Hagamos memoria.................Dolors mi cuñada nos anuncia, venir a cenar que el Negro hará empanadas, bien pienso yo, y allá vamos.

En el camino y con el apetito abierto uno ya conocedor por Fernando de las empanadas, va recordando el aroma que se aprecia en una casa en la que se están cocinando las benditas empanadas, bueno inicialmente ya tenia en la mente la fragancia del orégano que es sin duda una aroma muy profunda que domina bastante en la empanada, el ají, el huevo, la carne no tienen aroma, la cebolla si, pero lo que mas nos inunda el paladar es el orégano, esta flor tan aromática.

Sorpresa, al llegar Dolors nos dice, las empanadas son de Marisco, yo digo santo cielo, hubiera que haber venido en ayunas y así comería mas. Esto si fue una sorpresa de las grandes, nada de orégano, la finura del marisco del Mediterraneo, mar casi cerrado de aguas muy saladas te permiten este único sabor, no ocurre en otros mares con menos densidad salina, no es lo mismo.

Sentados en la mesa cual escolares muy educados esperando la entrada triunfal de la bandeja con las empanadas recién salidas del horno (como debe ser, no fritas).

Ante tal espectáculo, pensé, tomarlas con tenedor, pero es como herir a alguien que aprecias, pues no, había que tomarlas-acariciarlas con los tres dedos, apreciar el tacto de la masa y con solemnidad introducirlas en la boca.

Inicialmente el crujido de la masa, horneada en su punto y seguidamente dejar que fueran resbalando encima de la lengua estos trocitos de gamba, de cigala, de calamar, minúsculos pellizcos de rape y no olvidar los pedacitos de sepia, si, si, sepia comprada con piel, que aquí le decimos (sucia), reconocer en aquel momento el sabor de mar que tanto penetra ocasionado por el contenido marrón de la vesícula de este molusco y que tu sabiamente aplicas en el sancocho o sofrito que envuelve todo el contenido.

Las papilas se dilataron y pobres de ellas ya pedían auxilio, el buen vino las encogía y así otra y otra empanada.

En aquellos momentos es cuando uno piensa que Dios no fue justo al crearnos, de qué me sirven en aquel momento tener diez dedos y una sola boca, yo hubiera preferido en aquel momento tener nueve dedos y otra boca para seguir disfrutando.

Nada más querido amigo, estos son los momentos que debemos disfrutar y aprovechar acompañados siempre de las personas queridas, eso si, REPITIENDOLOS.
Desde Barcelona un abrazo con todo el calor, para ti y los tuyos


Escrito por: Antonio (Cuñado de Dolors)


miércoles, 20 de enero de 2016

MI AMIGO NUEVO

 Y enlazando amigos nuevos, este escrito realizado por Mario Skladanowski (uno de los mejores reporteros gráficos del mundo) se refiere a mi querido hijo Kiko.


MI AMIGO NUEVO 


Hoy tengo un amigo nuevo... otro regalo del Negro
y como nunca me alegro, de haberlo conocido
porque es distinto mi amigo, es un ser muy especial
es difícil de explicar, la amistad que el entrega
el cariño que me entrega, cuando el me nombra a su modo
si es música, que se escucha, cuando él me dice... PONONO

Es atento, inteligente, simpatico y servicial
y no demora un instante, en ponerse a acomodar
si una mesa se ha ensuciado, porque se desayunó, 
o después que se almorzó, él comienza el acomodo
poniéndose muy feliz, cuando limpio queda todo.

Con el control hace zaping, parece malabarista
en un rato mil artistas, pasan por la caja boba
pero su atención es toda, el volumen va en levante,
si en OPERACIÓN TRIUNFO... Canta David Bustamante.

Así pasó muchas horas, en un diálogo con él
me cuenta que va a un taller, que tiene varios hermanos
que de casa se ha mudado, y por todos muy querido
por las horas que he compartido, a Ustedes yo les explico
Yo tengo un amigo nuevo... ES MI GRAN AMIGO KIKO

Al ser más dulce, con mi admiración por su
personalidad, que atrapa...
MARIO (El PONONO)
Abril 2002


 Lágrimas y risas

EL RETRATO DE...

Esta mujer que me dedicó esas líneas era una poetisa de barrio de Córdoba, ya fallecida, muerta casi en la indigencia y el desamparo total. Ella está viva dentro mío. Se llamaba Raquel de Reyes y creía en la gente. Es una de mis riquezas.
 
EL RETRATO DE...


Quisiera decirle: "¡qué tipo macanudo es usted!".

Decírselo de frente, verbalmente, pero no puedo. Estoy inhibida.  

Es que resulta más fácil insultar a una persona que decirle cuánto lugar fue capaz de ganar en el terreno de nuestro afecto, por temor de que nuestras palabras sean confundidas con elogio, o lo que sería peor, con la servil adulación.  


Está hecho para dar, DAR, DARSE... única consigna del AMOR VERDADERO hacia la humanidad.

Para él, la vida es un juego equilibrado donde danzan el trabajo, el deber, lo cotidiano (que con su sutil inteligencia tiñe de humor, para quitarle ese no sé qué de grisáceo que tiene a veces lo cotidiano, que por ser repetido suele abrumarnos). Y esos "diez minutos buenos que tiene la vida" (como denomina él a ese salirse un rato de la realidad y meterse en la fantasía).

Lo presiento humano. Lo siento humano. HUMANO (con mayúscula). Se expresa por medio de su profesión, ésa que eligió.  

Su manera de persuadir, y quitar el miedo al dolor, al guardapolvo blanco, al sillón (que no es otra cosa que una camilla o mesa de operación con asiento).    

Sobre todo, esa voz, suave y sugestiva, a la que me animó a denominar "VOZ CON MÚSICA"...  

Lo experimenté en mi misma, y espié cómo trata a los demás seres humanos. Sé que no es una máscara, que él goza con ser así y cosecha a mares por ser así. Por el agradecimiento mudo que lee en los ojos de los pobres, a los que diariamente trata.  

Ese haber ascendido en el espiral esotérico de colores superiores, que lo hace flotar por sobre el absurdo, las pequeñeces de los necios, los chatos convencionalismos.  

Ese aceptar a la gente como es, con sus errores y aberraciones, sin pretender cambiarles.  

Pero yo sé que no sería capaz de ser amigo de los malditos. De los locos, sí, pero no de los destructivos conscientes, que no saben dar, sino destruir. De los neuras, sí, porque su intuición aguda le hace adivinar, tras un gesto, un rictus, o a veces un pliegue demasiado marcado sobre una boca, cuánto pudo haber llorado (hombre o mujer), ese ser humano que en este momento está sentado frente a él.  

Lo que más aprecio de él es ese hacerlo todo, cualquier gesto, cualquier acto por pequeño o grande que sea, sin marcarlo con la solemnidad. Como por ejemplo: invitar a la señora que limpia el consultorio a tomar una cerveza en un negocio del barrio. Eso sólo lo haría un político que está buscando votos para trepar a gobernador o presidente de estado. Pero él no busca nada de todo eso. Todo lo hace de la manera más natural del mundo. Quizás la charla de la viejecita le gustó y quiso demostrarle su estima, compartiendo con ella una cerveza.  

Hoy llueve, estoy contenta. Tengo un amigo nuevo y rico, rico por dentro, claro está...  

Entonces, como no sabría decirle de frente cuánto le aprecio, lo que pienso de él, he tratado de hacer su retrato, un poco torpemente quizás...Ustedes habrán adivinado ya que se trata del retrato del Dr. Rodríguez, el dentista nuevo que tuvo la suerte de obtener nuestro barrio.  


Escrito por: Raquel de Reyes. '78