GORDOS DESPRECIABLES
LOS DIRIGENTES GREMIALES
Tengo que
aclarar que mis mejores amigos han sido los “gorditos” de mi niñez y los gordos
de mi vida adulta, personajes que quiero y me llenan de gozo, y son un canto al
optimismo (divertidos, tiernos, artistas…).
En argentina
decir “gordo” es como llamar “negro”, ambos se aceptan como cosa cariñosa, en cambio,
en España suena a mofa, a áspera ofensa o degradación social…
A mi nunca me
llamaron “gordo”, pero si “fatiga”… Pues era igual a mi patria: tierra
joven, pero fatigada. Es que... como buen criollo, hacía honor a los que
dicen injusta y ligeramente (a veces) que la Argentina es el único
país del mundo donde los vagos pesan más de 80 kilos; a estos tipos si Dios en
lugar de árboles, plantas y flores les hubiera puesto fábricas tampoco hubieran
laburado (porque ni para tocar el violín ponen el hombro). Pero hay que darles
la razón, si echamos una semblanteada a sus dirigentes obreros, donde nadie
guía ni señala nada: todos acompañan. Si viera a alguno en la cola del ómnibus
un día de lluvia o que mueven un dedo por algún mendigo, creo podrían alcanzar
la dignidad de “compañeros”. De momento, son como enormes bolas de sebo,
irredentos gordos con alma de choripán y pretensiones de caviar, con un 80% de materia grasa, un 20% de inutilidad y sólo dos neuronas: una para comer y otra para cagar.
Hasta son capaces de confundir el cubismo de Picasso con la revolución cubana,
o creer que un bogavante es un náufrago de moda, o que el poeta Lorca es la
ballena asesina. Ni sabían para qué podía servir el Tribunal de “La Haiga” (La Haya).
Puede que todo haya
sido debido a la gran inflación de la época del Proceso y otros demócratas de
pacotilla, que cambiaron el nuevo modelo corporativo y corporal del proletario.
Los bebés de inusuales dimensiones nacían con quince kilos por término medio;
las cesáreas se practicaban desde la tiroides hasta el bajo vientre. Algunos
pensaron que gestaciones tan atípicas se debían a un exagerado consumo de
farinaceas en vista de lo inalcanzable que era la carne en el país de la carne.
No obstante, Eva Perón les llamaba cariñosamente “Mis grasitas”. Otro hubiera
sido el destino del país y del peronismo si hubieran reducido esa grasa
sobrante de “los grasas”, de la cual surgieron cabecillas como Lorenzo Miguel y el Gordo Triacca, sindicalistas que fueron verdaderas armas de
destrucción masiva para la educación gremial del pueblo, para ser más claro,
Perón quiso hacer realidad la tercera posición, pero con negros de cuarta.
Una vez me tocó
viajar con el Gordo Triacca en aerolíneas. Viajaba toda su prole también, con
un loro y una gallina clueca. Era tan “grande”, que él solo ocupaba dos
asientos del avión.
La “gordura” es,
precisamente, el mejor síntoma de flaqueza argumental ante la patronal; les
invalida su traza de sobrealimentados ante los explotadores. Parecen la
antítesis del hambre, la crisis y el derecho al pataleo. Son el estigma de un
sindicalismo ineducado por la benevolencia de una tierra tan fértil que les
hurtó la posibilidad del amor al trabajo… Seguro no quedarán en la historia,
pero, eso sí, tal vez al escultor Botero (maximalista y animalista) se le
ocurra un día inmortalizar sus pantagruélicas formas en un monumento al
trabajador desconocido. Según mi opinión (no “opinión personal” como se dice,
pues se entiende que es de uno la opinión y no del vecino), todo movimiento
sindical obrero necesita en determinados momentos históricos un mártir como
revulsivo de consciencias, y difícilmente surge uno en medio de individuos que
viajan en primera clase en los aviones y juegan al golf. Se dice que siguen
divididos… ¡menos mal que no se multiplican!
Creo que Agustín Tosco, el líder sindical por
antonomasia, jamás tuvo un coche de su propiedad. En su modestia laburante
nunca se enteró de que fue como el creador de una incorrupta estirpe
sindicalista. A la sola enunciación de su nombre, se creaba una afinidad
espiritual con sus seguidores, obreros y estudiantes. Ejercía un sacerdocio
liberador de mameluco[1] desde
la dialéctica marxista. No importa si se equivocó o no: fue un ejemplo.
Me refería a los
gordos... No se sabe bien si son reflejo del país, o el país es el reflejo de
ellos, creando una contradicción entre la carne y el espejo. Muchos de ellos
son iguales a los bebés: comen bien, se hartan, para luego lloriquear (sobre
todo si tienen que cambiar el auto), que el que no llora, no mama...
Gigantescos bebés que, antes que reparar el viejo andador del hermano mayor,
pretenden el cochecito. Total, los del gobierno les han dicho: "Andamos mal, pero vamos bien."
(???????).
Crecer no es ir
aplicando al sujeto una lente de aumento cada vez más poderosa. Si hacemos este
experimento con un bebé, nunca tendremos un hombre... sino un bebé gigantesco,
pues el crecimiento es transformación. Regálale a esa gente toda la riqueza del
narcotráfico, del Vaticano y los bancos suizos juntos para que se la repartan y
seguro dura lo que un helado de chocolate en la puerta de un colegio; tirarían
la casa y la vergüenza por la ventana (mejor que un tornado) y terminarían de
fisiócratas sin tierra. Sus cagadas y despropósitos no servirían de abono para
el agro, pues el “mierdaje” social no vale como sucedáneo del estiércol. En el
mundo sindical y político, el que acumuló mucho dinero seguro a alguien cagó, y
el que lo heredó tiene hedores de cosa mal habida.
A un chico
argentino futbolista le preguntaron si no consideraba que Maradona gana mucho
en relación con un obrero: “No, no es que
Diego gane mucho, es que todos los obreros tendrían que ganar como Diego”.
Y un ministro, ante la pregunta de que si no temía que la corrupción se
generalizara, respondió: “Al contrario,
justamente lo que enfada a la gente es que ahora la corrupción beneficia a unos
pocos”. Fino humor político de Fontanarrosa, que expresándose en broma dice
más verdades que aquellos que hablando en serio provocan risa, como casi todos
los ministros. Ya lo dijo una vez un intelectual (y luego lo repitió otro, que
se adueñó del concepto cambiándole las palabras, como es de rigor en esta gente):
la grandeza de un país no está en el
volumen de sus cosechas, ni en la opulencia de su tierra, sino en la calidad de
sus habitantes. Y la
Argentina es tan preciosa, robusta y rica que ha conseguido
soportar la ineptitud de sus propios hijos.
Lo que está claro
es que nunca hay que darle nada a un pobre que no se lo gane a pulmón, pues le
puede pasar como a Don Quijote: después de liberar a los condenados que iban a
galeras de mano de sus guardianes, se volvieron contra él, le apalearon y le
quitaron lo poco que poseía. “Siempre he
oído decir, Sancho, que hacer bien a villanos es arrojar agua al mar”. Todo
en la vida es cuestión de sensibilidad, tanto para la opulencia como para el
hambre. Así vemos pobres que mendigan con pistolas en mano y ricos que mendigan
con obsequios a sus superiores. Pongan todos los pobres de las gradas de un
estadio de fútbol en el palco y actuarán con paquetería[2] y
almidón. Manda los directivos a las gradas, sumergidos en la multitud, y serán
salvajes.
Para finalizar,
quiero añadir: creo que hay mucha gente que no es que sea “gorda” sino son tan
generosos que son “grandes” porque necesitan un buen espacio para albergar un
inmenso corazón. A diferencia de los gordos despreciables de los dirigentes
greminales.
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