EL
INICIO DE LA LIBERACIÓN
PARTE
II
El otro
día les estuve hablando de los inicios de la liberación de las mujeres bajo mi
punto de vista (de muy estrecha dimensión).
A
finales de la década de los 50’,
comenzaban los primero escarceos en las relaciones entre jóvenes. De la
pubertad a la juventud hay tres o cuatro pasos… que conducen a los bailes del
centro, los cuales eran muy importantes para el despertar de los apetitos amatorios
o como yo diría “culiatorios”.
Y ya que estamos hablando del baile,
"bailemos" en un lugar que hizo época: Montecarlo. Ahí, en ese primer piso de la calle Rivadavia, entre
Sobremonte e Hipólito Hirigoyen, estaba el epicentro de toda la mezcolanza
étnica y social de Río Cuarto, con horarios familiares y noche, donde
concurrían las mujeres entraditas en años que habían tenido su
"oportunidad" en la vida o habían probado "su suerte". Muchas
de ellas pasaban a engrosar la lista de los "trofeos gastados",
corriendo por su sangre los últimos alborotos, en complicidad con el humo y las
luces tenues. Tenían soltura y discreción para campanear el “macherío” por
muchos años de tirar la chancleta[1],
pero en una de ésas eran como el auto viejo de un tacaño del pueblo: un
estertor resoplante de hierros viejos (había que tener la audacia de arrancarla
para saber) y lo sui generis del
tapizado de los asientos con desgarros, cortes y colgajos, igual que si dos
leones hubieran estado cogiendo adentro. Ya lo dijo Sofía Loren que es
fantástico que la gente sea capaz de enamorarse, tener un romance y hacer el
amor hasta el día de su muerte.

Siguiendo con las "rubias", eran TIESAS, TAN TIESAS... que
pasaban dos horas y ellas seguían inmutables con su peinado intocable rociado
de laca, aferradas a la cartera. Y la mesa llena de Coca-Cola o naranjada, pues no bebían alcohol, ni fumaban, ni...
¡ni!. Nadie, salvo algún arrojado y misterioso solitario las sacaba a bailar.
Además que todos sabían que tenían que tomar el último ómnibus de la noche,
para Higueras o Banda Norte. De "eso", nada tampoco. Parecían del
club de las virgencitas, somnolientas expresiones con cara de mal dormir y buen
“culiar”, que nunca se sabe bien.
De otro
linaje, con la mayor osadía que da el
renombre social: chiquillas, jovenzuelas o estudiantes, con maquillaje más
discreto y el pelo "artísticamente" despeinado, eran como un pan rasqueta
tierno y calentito de esos de las ocho de la mañana. Poseían el descaro de la
mocosa que se siente adulta... Pebetas de la Escuela Normal, el
Cristo Rey o Teresianas, da lo mismo. Iban de uniforme azul o marrón, niñas de
esas que se acomodan el calcetín de un pie con el dedo gordo del otro. Daba
gusto admirarles los pelitos rubios de sus fornidas piernas, cuando detenían la
moto en un semáforo. Las mismas crías volvían locos a los veteranos que las
miraban pasar desde la vidriera del Gran Hotel, mientras se escarbaban los
dientes con el mismo palillo de atrapar la aceituna y hablaban de política. Y
no faltaba alguno que le decía al amigo del bar en broma: "¡Ché, no mires tanto que puede ser tu hija!
¡Mirá que ya tiene un "lomazo" con los doce que tiene!”. Ésas pibas eran el mayor polo de atracción
del Montecarlo.
Otro tipo de
mujeres especiales que no faltaban nunca eran las que
tenían fuego en los ojos y whisky en la mesa, bien cutres, de esas que levantan
el dedo meñique al beber para irla de finolis; algo de gata, mediana edad, media
sonrisa y un cuarto de seno que sugiere. Son mujeres que tienen grabada una
determinación al mirar con persistencia: "¡A
éste me lo voy a coger!”. Y cuántos muchachotes tuvieron gracias al
Montecarlo su primer abrazo tembloroso o el primer vaso de whisky, o la
"encamada" ya en plan más reservado, y descubrir que a veces es mejor
"desarrugar que romper", si no te podían asustar con la Galli-Magnini, que
era por entonces el método de diagnóstico de embarazo. Ahora para casi todo te
pinchan un dedo y en una de ésas descubren que son hijos de Gardel. En la
puerta de ese mítico baile, presencié con doce años cómo las mujeres de Río
Cuarto se comían a besos al famoso cantante de boleros Gregorio Barrios; y el
recuerdo inolvidable en el año 59 o 60 de la orquesta de tangos de Aníbal
Troilo, con sus cantores, nada menos que Roberto Goyeneche y Roberto Rufino.
Muchos "chicos" que iban al
Montecarlo, una vez logrado el objetivo con la chica de turno, si ésta era de
humilde condición y pongamos por caso un día cualquiera paseando con una
persona de su clase (y más si era su novia) se encontraba por casualidad con
ella, no sólo era incapaz de las palabras o el gesto de saludo, o el chau, sino
que se cambiaban de vereda con cobarde disimulo, atisbando de soslayo lo ansioso
de su mirada. Se entiende: podía ser "sierva" de alguna de sus
"relaciones". Es el mismo cínico que la miró en el baile con el
deleite propio con que hubiese mirado a Jennifer Jones. Ella sólo sirvió para
que él dejara aquel domingo por la noche de practicar la habitual fecundación in inodoro de sus masturbaciones. La
"negrita" creyó haberlo hecho feliz, porque él le dijo en el momento
de la simiesca convulsión eyaculatoria las imbecilidades propias del jadeo
terminal, en donde la palabra amor, que es frecuente en ese instante, se
convierte en una palabreja rodeada de los tics electrificados, cuando viene el "¡me voy!, ¡que me voy!”. Y se fue
nomás todo al carajo. El muy cínico le negó el saludo y se cambió de vereda.
Ella se hubiera conformado sólo con hablarle o tomar un café. Él había
tenido ingenio para hacerla caer; ella sacó la ingenuidad o el candor que le
hizo creer que decir amor en esos momentos significaba algo importante.
Ahora es de señalar, empero, que las “morochas”
de ese calado generalmente son enfermas sentimentales, no están en sus cabales,
aman a quien no lo merece, en razón de un deslumbramiento masoquista hacia una
especie de “machito” de superior clase económica, como pasa en los culebrones sudamericanos.
Por sentido práctico, las mujeres, y de cualquier condición, se inclinan “donde
calienta el sol ($)”.
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La nobleza y honestidad al servicio de las familias |
No tengo la culpa de que esto sea así. Pero
“esas chicas” sirven para todo, especialmente las de cama adentro. Son
confidentes de la mujer, amantes del marido, iniciadoras de los escarceos
sexuales del hijo y factor de cohesión familiar por regular los horarios de las
comidas. Gracias a ella, la casa nunca estará vacía. Pero jamás le
pagaron bien, ni le pagarán, porque es sinónimo de palabras como siervo,
vasallo, esclavo.
Seguro que éste fue uno de los motivos
fundamentales de la rebelión de las mujeres que viro hacía el feminismo más recalcitrante,
que próximamente habaré en otro blog.
Y sigues prolífico…
ResponderEliminarAunque cansado,
Algo cínico,
Acento gastado
En lugar de labia
Palabras y palabras
Donde quedó la gracia
Del verbo y del alma?
Emigrante eterno
Desubicado crónico
Duro y tierno
Sutil, sardónico
Un complejo batiburrillo, mezcolanza infernal, triste, melancólica o depresiva y la vez alegre, espitosa y vivaz. Curioso personaje creaste…a mi me da igual. Te sigo admirando. Pero me debes un cortado, chantajista emocional.
Gracias por tu comentario, pero quisiera saber quien eres, Para felicitarte en persona e invitarte al cortado que dices que te debo. Y así me digas también a qué personaje te refieres que he creado
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