¿IMPACTO EMOCIONAL O GOLPIZA TRAUMATICA?
Mi gran amigo Arturo Jaimez me
mandó este recuerdo del Zurdo:
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Pido permiso para este plagio...
jajaja.
Para el inmortal Zurdo Rivadero. In Memoriam
Para el inmortal Zurdo Rivadero. In Memoriam
MUCHAS TROMPADAS:
LA HISTORIA DEL
ZURDO RIVADERO
El Zurdo no tenía nombre, bah yo
no lo conozco todavía. Para los amigos y los clientes que le compraban billetes
de lotería en la peatonal de Córdoba, era simplemente el Zurdo.
El sobrenombre tenía origen en
su pasado de boxeador. Era muy común en los gimnasios de la década del cuarenta
apodar así a los púgiles con guardia invertida. Un buen signo de distinción, ya
que como los entrenadores de esos años, no querían tener zurdos en su establo,
los convertían en diestros, por lo que no eran muchos los que usaban la derecha
adelantada.
Está claro por su actividad
actual, que el duro deporte de los puños y los dientes apretados no le había
sido muy amigable.
Aunque no son pocos los
boxeadores que luego de su reinado vuelven a caer en la mala, se notaba que
Rivadero no era el caso. Él nunca contaba mucho de su campaña deportiva y
cuando lo hacía se reía de su propio fracaso.
Una vez un periodista
riocuartense alertado por el mejor amigo del Zurdo, le hizo una entrevista y le
recordó el suceso.
- ¿Así que usted Rivadero combatió con Pascual Pérez?- Le consultó el
cronista, quien ignoraba por completo si la historia que el Negro Rodríguez le
había contado era cierta o una más de sus habituales bromas.
- Por supuesto.- Respondió el Zurdo sin parpadear ni mirar hacia
arriba y a la derecha, como dicen que hacen los mentirosos, tampoco se tocó la
nariz.
Ni el propio joven periodista
entendía que quería decir haber estado frente a frente con el gran
“Pascualito”. (Pascual Pérez, mendocino de origen, fue campeón olímpico y
mundial de peso mosca. Para muchos especialistas es el mejor boxeador argentino
de todos los tiempos inclusive por encima del enorme Carlos Monzón. El pequeño
gladiador ganó todos los campeonatos que se le pusieron en el camino como
aficionado, culminando su inmaculada carrera amateur con la medalla dorada en
los Juegos Olímpicos de Londres 1952).
Como profesional, primero fue
campeón argentino y luego mundial en épocas de ocho categorías y una sola
versión. Es decir que “Pascualito” fue uno de los ocho campeones mundiales que
hubo en el arranque de la década del cincuenta. Por otro lado Pérez ostenta un
record que hasta hoy no se ha podido quebrar en el boxeo argentino: es el único
compatriota que después de haber logrado una presea dorada en un juego olímpico
llegó a ser campeón del mundo como profesional. Sí, eso que para los yankis
podría ser algo común - por caso lo logró Muhamad Ali-campeón olímpico medio
pesado en Roma 60 y luego triple campeón mundial de los pesos completos-, para La Argentina el suceso no
se ha vuelto a repetir en casi sesenta y cinco años.
No hay dudas de que si la historia de Rodríguez y ratificada por Rivadero era verdadera, el choque entre el Zurdo y Pascualito tendría que haber sido allá por el año 1945. Las fechas cerraban, el Zurdo era del 29 y es posible que a los dieciséis años hubiese enfrentado a un Pascual Pérez novicio, del cual a ningún erudito se le hubiera pasado por la cabeza pensar, que en pocos años se iba a transformar en el primer campeón del mundo profesional del país.
Es decir que aún siendo cierta
la pelea en cuestión, el Zurdo no enfrentó al Pascualito consagrado, sino a un
proyecto de crack que cumplió su promesa algo más de un lustro después. La
aclaración no es un detalle menor, aunque no le resta mérito al enjuto y
simpático vendedor de lotería. Hoy con Pascualito elevado a la categoría de
mito y sesenta y pico de años después el Zurdo tiene derecho a contar la
anécdota con orgullo y aires de leyenda.
El combate, contaba siempre
Rodríguez, fue en el Córdoba Sport Club, una especie de Luna Park cordobés
donde nacieron a la fama los más importantes boxeadores de la provincia y los
mejores cuentos del humor mediterráneo. De hecho en ese palacio de los deportes
perdió su última pelea como profesional el mismísimo Carlos Monzón. Fue por
puntos y contra el sanluiseño Alberto “Pirincho” Massi. También nacieron allí
chistes memorables que supo contar el Negro ‘e La Juana entre otros famosos
cuentistas. Recuerdo aquel que surgió en una pelea de poca acción. Los
boxeadores no se pegaban y entonces un tipo de voz gruesa gritó desde la grada:
“Queremos ver sangre” mientras que otro de voz aflautada le respondió desde la
tribuna opuesta con una tonada cordobesa de museo: “Poné el ocote”.
El periodista sabía dentro de su
ignorancia boxística, que Pascual Pérez no era un nombre cualquiera. Le sonaba
en las historias que le contaba su abuelo, o algún tío viejo que juraba haber
escuchado el relato de Fioravanti en su pelea consagratoria con Yoshio Shirai.
Al muchacho le bastaba sentir la fonética del apodo Pascualito para saber que
no estaba entrevistando a cualquiera. Encima no era fácil para él llegar a los
grandes protagonistas del deporte nacional desde su pequeña FM del sur de la
provincia. Para él la nota cobraba trascendencia y para sus oyentes también. Si
la historia era cierta o no importaba poco. Además el chico la creyó de parto,
no lo había abrevado en los manuales de los periodistas inescrupulosos que
versan que “una mentira no debe arruinar una buena nota”. El pibe era inocente.
Además aclaro que, ni a la Federación Argentina de Box, le consta que el
combate haya o no existido, en tiempos donde las peleas entre aficionados no
guardaban registro.
En el grabador Panasonic de
cassette ya estaba documentado el escueto y seguro sí del Zurdo, ante la
pregunta sobre la tan mentada pelea, entonces el muchacho que no tenía mucha
experiencia arruinó la nota en la segunda y última pregunta.
Podría haber pasado por toda la
biografía del ex boxeador que habiéndose cruzado en el ring con el gran campeón
hoy vive para contarlo. Pudo haber repasado toda la carrera boxística de
Rivadero, sus éxitos y desventuras. Las razones por las cuales Pascualito llegó
y él debió resignares al retiro. Cómo es que la vida te consagra o te golpea. O
la ironía del destino que le dio todo a Pérez en lo deportivo, pero le quitó en
lo personal. Podría haberse floreado con comparaciones satisfactorias para su
entrevistado, de pronto el Zurdo no había llegado tan lejos como Pascualito
pero estaba vivo y feliz, mientras que el ídolo murió solo, alcohólico y engañado
por su amada.
Pero no, el periodista fue al
grano, fue a la pelea y con el cliché típico que fotocopian los nuevos
periodistas. Fue a la emoción, al sentimiento. Y el boxeo es una de las pocas
prácticas en las que lo importante no es competir, porque a los goles te los
hacen en la cara.
Entonces es mejor preguntar por
la pelea en sí. Por cómo se habían dado los sucesos. Si Pascualito era ya una
figurita dentro del amateurismo y, si lo era por qué lo habían puesto a él a
pelear con semejante estrella. Tal vez él también era un protegido del boxeo
cordobés como Pérez lo era para los cuyanos. O si fue un combate más y se
sorprendió después con la rutilante carrera de su ex rival. Si pudo verlo
tiempo más tarde. Si Pascualito lo recordó o si le fue imposible en sus más de
cien peleas como amateur. Si el pleito había sido por algún campeonato o si
había sido una simple pelea complementaria de otros grandes de la época.
Sin embargo, el tipito fue al
sentimiento y en verdad no estaba mal, simplemente que quizás debió meter la
muletilla gastada un par de preguntas más tarde. No estaba errado ir por el
sentimiento, porque estaba bueno preguntar si uno con el tiempo podía ser
hincha del adversario ante una pelea mundialista, si es cierto eso de que los
boxeadores intentan arrancarse la cabeza en el ring pero cando suena el último
gong se abrazan sin rencor. Ese refrán de Bonavena tantas veces mencionado,“que
hasta el banquito te sacan”, sumado al de Monzón: “Cuando llaman a pelear el
que está frente a vos se quiere quedar con el pan de tus hijos”. Y todo eso
ante el gran Pascualito.
Aquel periodista le preguntó al
Zurdo:
- ¿Qué sintió esa noche cuando subió al ring a enfrentar nada menos que al
inmortal Pascual Pérez?.
El Zurdo Rivadero lo miró, semblanteó a los amigos que lo acompañaban, se sonrió de queruza hacia la izquierda, como haciendo la seña del siete de oros, y cerró la nota en diez segundos. La respuesta no tuvo repreguntas. Entre carcajadas y las reflexiones del auditorio, el Zurdo respondió con la sabiduría del tipo de la calle:
- ¿Qué sentí, pibe? ¿Qué sentí?... ¡Muuuuuchas
trompadas!”…-
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