EL LADO OSCURO DE LAS EXCURSIONES

- Buen día, Buenos días, vayan subiendo...-
Los viajes no se hacen para hacer un paréntesis en
nuestra vida de todos los días; implican la incorporación total de culturas,
paisajes y paisanajes. No es una maratón de traslados interminables donde el
más deleitoso recorte de campiña o serranía termina en cabeceo contra la
ventanilla o el hombro del compañero de asiento.
Hartos de monumentos que te hacen acordar de las clases
de historia y geografía (que en una hora interminable te metían en la cárcel de
los siglos, amén de que la historia en sí es una repetida crónica de infautos
sucesos), van contactando los pasajeros víctimas del traqueteo, conociéndose
más, hasta la familiaridad incluso. Y terminan conociéndose más entre ellos que
a lo que fueron a conocer, pues el suplicio de los compañeros de infortunio
crea hondas de afinidades: se intercambian teléfonos y prometen visitarse en
sus respectivos países. Y la verdad: ¡qué ganas de estirar en el hotel las
piernas entumecidas! Y el culo, también: horas y horas en la playa con la arena
enquistada en la raya. O habrá que moverlo (al culo) en la disco del hotel por
la noche.
¡Qué dolor en la nuca de tanto estar escorado mirando
hacia arriba como pájaro busca-nidos cuando el guía comienza con la historia de
los detalles arquitectónicos! Es el momento que se aprovecha para dormir un
ratito de pie. A eso se resumen las vacaciones... ¡Y dormir, dormir, dormir
cuatro días seguidos para reponerse de la tortura de tanto “monumentear” en esa
desgracia sobre ruedas!
Lástima que ya se ha pagado la excursión del otro
día...
¡Y mirar la tele en la habitación, después de la ducha!
¡Ay, si pudieran ver a Boca o a River! ¡O cualquier otro programa, para después
opinar con soltura si la programación de tal o cual país es mala o buena! Y, si
no, de última, prenderse en el teléfono y exclamar al hablar con un familiar: “¡Ah!
¡Si vieras lo espectacular que lo estamos pasando!”, en tanto se quita los
zapatos y suspira aliviado pensando que ya no aguantará más al guía, que
siempre deslumbra al inicio de la excursión por su precisa y florida narrativa,
pero que al caer la tardecita termina hablando para sí mismo.
Algunos, víctimas de la fatiga, buscan una mirada
inquietante entre el grupo y piensan en perderse en un vagabundeo de callejas
puestas sólo para una pareja, en encontrar la carnadura real de lo azaroso y
fortuito que escape a los siglos condensados en los museos.
Y lo que parece una tontería, se convierte en recuerdo
inolvidable. Y si no tienes un mínimo de interés cultural, a la pirámide de
Keops igual la disfrutas con una diapositiva en casa. No se debe viajar a
Camboriú porque es más barato que Ushuaia, ni a las islas Seychelles porque es
más exótico...

Lo que no aguanto de verdad, son las comparaciones
trufadas de ignorancia entre los pasajeros y sus “experiencias” en otros países.
Además no comprenderán nunca que la naturaleza no se compara: se disfruta y
punto. Pues no falta quien dice:
-“¿Los
Alpes suizos?… ¡Nada que ver con Bariloche!”
-
“Estuve en la Costa
Brava. ¡Nada que ver con Punta del Este!”.
Vaya usted a decirle a un Gaucho que la pampa, con su
rancho y el ombú y con Patoruzu o el perro Mendieta, no tienen gancho…
Sólo se puede comparar lo que ha hecho la mano del
hombre: si un auto es mejor que el otro, o si aquella trilladora tiene más
poder de corte que esta otra, o si tal o cual vino tiene más cuerpo, graduación
o mantenimiento que este otro, o si es de crianza o reserva, etc. Y recordar lo
que dijo una vez Cervantes: “La mejor forma de conocer el mundo, sin pasar
frío ni hambre, es leer historia y geografía”.
Viajar, viajar... parece ser el Leiv-Motiv la
razón existencial de las clases más o menos acomodadas dentro del marco
consumista de esta época.
Es claro que hay muchas maneras de hacerlo. Yo siempre
sostuve como premisa la peor manera de encarar un viaje es ir de prisa y
compulsivamente hacía cualquier lado, es la mejor manera de no ir a
ninguna parte en cuanto a goce y conocimiento.
El peor turista es la mujer. "¡Qué bien te sienta el blaiser!". Y
las sonoridades de besos, como aquéllos de Mickey a Minie, ¡chuik! ¡chuik! (besos
más falsos que pedo de diarrea). "¡Ya sé: ese perfume es de Cocó Chanel, se
nota!". Y se nota también que se odian, pero con ese odio de
chismorreo de comadres y de tal pobreza espiritual que apenas se ven, guardan
las "gillettes" respectivas con las que pensaban
"cortajearse" en el avieso comentario con otra amiga. Y no sé por qué
suerte de sutileza mental y sin que nadie les pregunte alguna siempre se las
rebuscaba para decirte que estuvo en un crucero por Cancún o Las Antillas… Que
ya se sabe, están más
allí de Alpa Corral o Calamuchita, nunca más aquí, en el
mapa de las minas “viajadas” de pueblo, que aún no aprendieron con los años a verse
a si mismas, su imagen es reflejada por el espejo social que las rodea. Es
común en estas palurdas que alguna amiga ignorante les pregunte: “¿Qué tal
es…?”. “¡Divino!” (???), responden casi siempre. Si algún día viajas
a Europa, o donde sea, y te preguntan: “¿Qué tal es…?”, tú diles:
“¿En qué sentido, boluda?”. Y ¿Qué tal es qué?”.
Pues viajar no es buscar lo más renombrado o conocer lo
más famoso, cargado de valijas a reventar, en odiosos tours de hotel en hotel y
aeropuerto en aeropuerto, que no te dan tiempo ni para saborear un plato
típico, sin intentar meterse en la peculiaridad de las cosas: los baños de
restaurantes y bares, que marcan mucho la educación de un país, los mercados,
las plazas de los barrios; en fin, lo cotidiano, puesto que la mirada del
recepcionista del Gran Hotel de Río Cuarto es la misma de uno de la cadena
Hilton y la sonrisa de las azafatas es igual tanto en un ómnibus de La Chevallier que en un
vuelo transoceánico, y el metro de arena que ocupas en la playa es casi igual
en el Caribe que en las Baleares. Total, no ven, no aprecian nada claro, por
esa estúpida manía de moverse muy deprisa que significa no ir a parte alguna. Y
disparar, y disparar fotos… Puede ocurrir que al retornar un pariente les
pregunte: “¿Qué tal Barcelona?”. “¡Ay Montjuïc! Lo más hermoso es la Fuente Mágica de la Cibeles, con luz y música…
¡Si la vieras! ¡Qué regia! ¡Ah, espera! Te compré una copia para vos de una
estrella Mironiana de Picasso”. Pero el recuerdo más gráfico y envolvente
son las toallas con el nombre del hotel que se afanaban en una supuesta
generosidad de este (aclaro que este souvenir toallero es debilidad de las
mujeres).
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