jueves, 7 de julio de 2016

EL CLINICAS...

EL CLINICAS...



En el año 1958 recalé en ese barrio, donde se empezó a “perder” mi juventud de Río Cuarto, pues escogí ir a Córdoba a estudiar odontología una vez acabé mi bachillerato...

¡¡Córdoba!!... La docta mediterránea... Lo primero que me sobrecogió de ella fue el eco colonial profundo y grave del pregón espectral de sus campanadas, cual si pusieran un dosel o un toldo de hispanidad “cubriendo” las cúpulas de sus numerosas iglesias.

El Clinicas. Aquí comencé a estudiar Odontología
¡El Clínicas…! Yo nunca había pisado esa ciudad ni ninguna otra de parecida importancia, solo conocía el lugar donde nací y algunos pueblos vecinos, puedes darte cuenta el temor y recelo que se apoderaron de mi; fui a vivir en la calle Sol de Mayo 79, ahí me hice erudito en supervivencia, emergiendo a la superficie gracias a las pulmonadas de mi vieja y viviendo de prestado en uno y otro lado, ahí aprendí que en el mundo quedaban personas generosas y solidarias. El cambio era profundo en todos sus matices. (Más que el cambio de Córdoba por Barcelona que hice posteriormente).

Reemplazar las “rasquetas”, típicas de Río cuarto, por las “chipacas” y “criollitos” de  Córdoba; la leche del  lechero por la embotellada “SanCor”, hasta el sabor del agua. A la hora de la siesta la radio tenia voz de “León de Francia” y música de la “Danza de la Gitana”; casi todos nos prendíamos con verdadera devoción al radioteatro de Jaime Kloner y Ana María Alfaro por la LV2.

Las “yiras” (prostitutas ambulantes) de ese barrio sí que nos hacían felices. Por un lado, sustituían a la familia lejana haciéndonos compañía y se establecía una corriente de afecto. Hacían prolongadas prestaciones de mujer y madre quedándose a vivir, hasta que se cansaban al final de estrujar y estrujar ropa amontonada en los piletones, que les dejaban como beneficio las manos percudidas, con olor a “Lavandina” y la comprobación de que ninguno de esos chicos sería para ellas. Pobres...

En cambio, para noviar, se organizaban en el barrio los asaltos (guateques), en una casa de familia, en los que las chicas se encargaban de la comida y los muchachos de la bebida; la más habitual era la Coca-Cola con Cubana Sello Verde (Cubalibre). ¡Y a bailar al sonido del Viejo Winco! Pero sin hacerse el piola, pues las viejas (en esa época todas gordas) hacían el papel de sargentonas sentimentales, sentadas en la orilla de la habitación mirando “distraídamente” que no nos pasáramos con las hijas, sobre todo a la hora de bailar “el lento” Siete notas de Amor del trío Los Panchos o el infaltable Ray Connif, corolario de la velada danzante, que se animaba también con los sones trepidantes de los primeros rock-and-rolls de Bill Halley y sus Cometas.

Cine moderno "La Piojera"
¡El Clínicas…! Mezcla de barrio y aldea (no global, sí felizmente utópica y pobre), lírica balada estudiantil hecha con mesa redonda de Arciniegas y lunita tucumana. ¡Ay! ¿Qué fue de ti, Marcela Tetta? ¿Estarás pensando en quién necesitará un colchón o una manta para dormir, o tal vez una empanada? Tú bien sabías que éramos casi niños y que al animal herido no se le aprecia el hombre, sino más bien el hambre… Como olvidarme de doña Marcela, roble tucumano con forma de mujer que daba comidas para estudiantes en su casa-almacén-hogar-boliche, en la esquina de Nueve de Julio y Chubut. Era la mamá de mi amigo Nené, el flaco Martín Tetta que ahora vive en Nueva York desde el año 74.

Nené fue mi primer compañero de facultad e integrante del conjunto folclórico “Los Calchaquíes” y el primero que me hizo conocer una casa de familia.

¡Y las universitarias de entonces…! Eran capaces de la vulgar terneza de guardar un pensamiento reseco entre las hojas de un libro… Quizás dulcificaban aquellos cuatro volúmenes catedralicios de anatomía; la sola mención de su autor, Testut Latarjette, desnudaba nuestra ignorancia hasta provocarnos miedo. Esas chicas no sabían como ahora de posturas... Sus únicos rebusques eran simplotes, como dar besos mariposa (eso de restregarse las pestañas con las del otro), hacer el toldo con la sábana de arriba y colcha también si hacía mucho frío... No faltaba nunca en las covachuelas de los futuros médicos los esqueletos de los anónimos que fueron a dar con sus huesos a otra parte, porque no tenían dónde caerse muertos.  Y aquella calavera que tenía grabado en el frontal el memorable “Yo soy lo que tu serás”... Osamentas parias sin limbo, cielo ni infierno. Altruistas esqueletos que cumplen mejor servicio que los donantes de órganos o velatorios como Dios Manda. Son y serán mejores por la sencilla razón que sirven para ayudar a los vivos a conocernos y para que los investigadores de la medicina puedan prolongar y administrar mejor la vida, amén de no sufrir el estatus de los muertos de tanatorio.

Fuente Plaza Colon
¡El Clínicas…! Barrio de poetas, artistas, médicos, guitarreros… Verdadero páramo urbano, geografía languideciente que invitaba al bostezo leonino (pero el de la Goldwing Mayer), refugio de casas, hospedajes y pensiones para estudiantes; inquilinatos promiscuos, algunos; complejo entramado de calles, muros y paredes descascarados, sin árboles y la botella verde de leche en la puerta todos los días al alba, con muchos guardapolvos blancos que salían en desbandada a jugar a doctores todas las mañanitas bien temprano (a eso de las doce)…

Ahí el dolor de cervicales se desconocía y se registró muy seguramente el índice más bajo de cardiopatías antes del By-Pass: se evitaban con vino Facundo.

¡Semana del estudiante! Con las tropelías etílicas de casi todos (otra que los del botellón actual). Era tan infernal el bochinche a tal punto que las familias que vivían en el barrio se recluían en sus casas para guarecerse de la horda, en caso de no querer participar en esas festicholas. Siempre odié la fiesta del estudiante, por masificadas, bárbaras y pelotudas.

¡El Clínicas…! De noche las ventanas abiertas, estudiantes en calzoncillos, en vigilia toda la noche, eufórica noche gracias al mate y el café, adictos la gran mayoría a las anfetaminas: estenaminas y actemin. Este último te dejaba los ojos abiertos como si tuvieses dos palillos entre los párpados. Fuí consumidor compulsivo de las dos al pisar los 19 o 20 años y del pucho, también, y el vino... para que hablar.

Ya despuntaba mi vicio de “viajero” que más tarde iba a marcar mi vida (más que la nicotina en los alvéolos y el alcohol en los hepatocitos). Cursando el segundo año de la carrera (1959), abandoné las materias desistiendo de ir a las clases y prácticas para conocer lo que era mi sueño de pibe: Buenos Aires... Me demoré lo suficiente para que me dejen libre en la facultad, no agoté mi periplo en la capital, sino que lo prolongué rumbeando en tren, lancha y ómnibus por las ciudades de Paraná, Santa Fe y Rosario.

¡El Clínicas…! Allí vivía con un peruano de Arequipa que era presidente de la Federación Juvenil Comunista de Córdoba y estudiante de medicina, a quien cada dos por tres metían preso, Jaime Alemán Valdivia.  Me enseñó a comer gatos, tiernecitos, de pocos meses, a quienes dábamos mucha leche para desintoxicarlos y luego él los mataba a balazos (yo nunca usé un arma).

Hasta que un día me dije: No puedo andar así, comiendo asados de gatos, robando gallinas, macetas de hierro forjados con figuras de cisne rematadas con hermosas plantas en el pico y las alas, lámparas de variado diseño y color para ornamentar el patio de la vieja casa que fue mi morada. Por esa causa sufrí mi primera detención en la seccional 11 de policía de Alberdi. Me tocó pasar solo una noche gracias a que el damnificado era un profesor de histología, el doctor Herrero (autor de la técnica histológica), cuyo hijo era amigo nuestro y le pidió a su padre que retirara la denuncia. La segunda vez que caí en cana fue en la seccional segunda por una trifulca a palos, botellazos y trompadas con estudiantes colombianos, a raíz de la cual recibí un garrotazo en un arco superciliar que me obligó a pasar por el hospital antes de pasar otra noche en el calabozo. Ahí perdí por varios puntos de sutura. Descubrí que eso de “soy toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno” no iba conmigo.

En tanto trabajaba en lo que podía, hasta me convertí en vendedor de vino ambulante con un grupo de cinco o seis chicos y chicas, íbamos casa por casa; desde el centro de Córdoba remontaba la calle 24 de Septiembre que conducía hasta San Vicente y barrio Altamira, los dueños de la “empresa”, unos inescrupulosos concesionarios nos descontaban hasta el boleto del tranvía o el ómnibus que teníamos que agarrar. No vendí nada, aún recuerdo el slogan de venta: “Buen cuerpo, graduación y mantenimiento…”.

También jugaba al fútbol en la Cuarta División de Universitario, junto al colorado Marcos Marchini y el Mario Balliano, nos dirigía el Pholo Toledo, un técnico amigo que más tarde fue renombrado en Córdoba. Como a él lo dejaron cesante en el cargo, nosotros hicimos causa con su problema y dejamos de pertenecer al plantel justo cuando éste nos iba a ascender a la reserva... no podía ser... siempre apaleado o desplazado, tenía que dar un brusco golpe de timón a mi vida. ¿Cantar tangos? Imposible, primero porque era una época en que había fanatismo por el folclore, sobretodo debido al auge de Los Fronterizos y Los Chalchaleros y en segundo lugar porque no sabía cantar.

Luego de esta descripción autobiográfica “tipo collage” o “pastiche”, con los temas descoordinados de mi vida, porque tampoco las cosas siguen un orden concertado… Y con todo, me siento realizado, aunque alterando un tanto el famoso tríptico:


He escrito un árbol,
He plantado un libro y
He tenido dos hijos
(Aclaro: mi ex esposa, pues ningún hombre sabe en realidad si son de él)


     

martes, 5 de julio de 2016

LA CRUELDAD DE LOS CHISTES DE GALLEGOS

LA CRUELDAD DE LOS CHISTES DE GALLEGOS


Cómo va a ser carne de humor una gente que venía del hambre, de epidemias de hambre, de la guerra, traían sólo la impronta del trabajo en el campo, el sonido de las campanas de las aldeas mezcladas con muñeiras y la melancolía del mar y sus barcos pesqueros. ¿Y eso es carne de humor para nosotros o motivo de risotadas grasientas de vino y chinchulín en nuestras peñas folklóricas? 

Se escuchan los reconsabidos chistes de alcantarilla: 
¿Saben que es un gallego acostado en una carretera? Un lomo de burro! Ja, ja, ja...
¿Y que hizó un gallego para congelar la imagen? ¡Puso cubitos arriba del televisor! Ja, ja, ja.... 
¿Por qué plantaron ajo los gallegos al lado de la carretera? Para mejorar la circulación Ja, ja, ja...

A esos "gallegos" jamás les molestó estos recursos de analfabetos; hasta se reían con nosotros, aplaudían nuestro "ingenio", sobre todo el del Cordobés para contarlos. Y eso que, en el fondo, les estamos diciendo que son como minusválidos de pensamiento.

Les escribo una pequeña lista de lo que se atrevieron a hacer en nuestro país estos “burros”: 
- Las escuelas agronómicas, bajo la presidencia de Sarmiento
- La asistencia pública de Buenos Aires y la casa de expósitos
- La primera fábrica de papel y la primera de tejidos
- El puerto de Concepción y el de Rosario (hablando de Rosario, me acuerdo que algunos hinchas de Talleres hacían asados en el parque Independencia, quemando el césped cuando su equipo enfrentaba a N.O. Boys) 
- La Sociedad Española de Socorros Mutuos por toda la nación 
- El Cuerpo de Bomberos, Colonias en Santa Fe
- El canal Zabala en Uruguay
- La Escuela Naval
- El Centro Lucense (club modelo en organización) y que batía récords de recaudación en los bailes de Carnaval
- Salvador Gómez fundó el Banco Nacional 
- Fueron los primeros que curtieron con tanino en nuestro país 
- Inventaron el radio-teatro, sobre todo el gauchesco
- El costillar en la vidriera asándose que hay en la calle Lavalle de Buenos Aires (tuvo émulos en todo el mundo)

Los ilustres gallegos que marcaron la cultura de Córdoba, familias tradicionales, procedían de inmigrantes venidos en su mayoría de Pontevedra (los Fragueiro, Martínez, Maceda, Caeiro, Lozada, Nores, del Vizo, etc.).  Y creo que fue Nores Martinez quien hizo cruzadas genéticas de alta valoración científica para crear el perro más feroz del mundo, el famoso Dogo Argentino.

Por empezar, reconozco que el gallego, sobretodo el campesino, suele ser tosco, tenaz y obscecado. Pero en cuanto a conociemientos generales para vivir la vida son años luz superiores a los argentinos. Hay un dicho que si encuentras a un gallego en una escalera, no sabés si sube o baja. Sin ir más lejos, los gallegos hablan tres idiomas, el suyo propio, el portugués (por País fronterizo) y el castellano.

Hasta más pelotas que nosotros tuvieron algunos emigrantes. Allá por los años veinte, pocos se atrevían a poner almacén y despacho de bebidas en el Abrojal de Córdoba; era la época del malevaje y el orillero. Fueron célebres los boliches El Aviador, del español Ramón Sánchez, o el almacén del Gringo Dovicce. Incluso las riñas de gallo las transculturó un gallego a Córdoba.


Antes, en casi todos los casos, emigraban los fuertes de cuerpo y espíritu, los que no arrugaban, los que estaban dispuestos a tutearse con la úlcera y el suicidio. Antaño emigrar era verse obligado a sobrevivir, a pasar necesidades, que eso marca tu valor como persona en la templanza. Estaban en desventaja, como el que sale de la cárcel. Antes uno se iba para siempre. Y también existía el verdadero dolor de los abuelos que no podían comunicarse con los nietos, por distancia y bolsillos flacos.

Era bastante difundido el dicho aquel de que Buenos Aires conformaba la quinta provincia gallega (por la cantidad de galaicos). Claro, ¿cómo no va estar fuera del contexto patrio si Buenos Aires es la Reina del Plata? 


La carne argentina es excelente, pero lo es más aún la gallega. Eso sí, habría que probar in situ, como todos los manjares, un entrecotte de buey o un costillar de ternera gallega.

Los argentinos comemos la carne seca, como corcho o suela de zapato. Bueno, cuestión de gustos...
La Avenida de Mayo, en pleno centro de Buenos Aires, tiene la impronta de los gallegos, que años atrás vinieron con una valijita de cartón... y más tarde, en base a sacrificio, tacañería y duro trabajo se adueñaron de la economía de la capital.

A nosotros, los argentinos, nos llaman "sudacas" como mote... ¿Cuántas veces al referirnos a los gallegos, pobres y analfabetos, que llegaban amontonados en la panza de un buque, les decíamos: “gallego, pata sucia”, “gallego de mierda”? Y vinieron los pobres a darnos una cultura de trabajo, un ejemplo de austeridad y rectitud. Más allá de los vilipendios, les quedó sólo el gallego. ¡Gallego! Y con qué respeto y cariño se lo decimos ahora, después de darles un abrazo. Si por los menos les hubiéramos llamado “españacas”, que suena parecido a sudacas… estaríamos empatados. 

¿¡Qué nos importaba aquella marea que huía despavorida de hambre!? ¿¡Qué más daba saber si eran andaluces, vascos, catalanes o extremeños!? Les bautizamos gallegos y sufrieron discriminaciones hirientes, que se me hacen presentes cada vez que escucho nuestros “graciosos” cuentos cordobeses, donde con frecuencia tendenciosa se hace hincapié en lo brutos o cuadrados que son. Y creo que es poco fino descalificar a una persona por su coeficiente intelectual. Además, ¿quién sino un idiota puede decir que es más listo que otra persona? Y con sádica intención, tal vez para expiar su propio complejo de bruto, le retuercen el cuchillo en forma de humor en la úlcera de su precariedad…

Al hablar del humor cordobés me viene a la cabeza la pureza humorística del estilo de Doña Jovita, enseñando que el humor es la destilación espiritual de las cosas simples, una ingeniosa elevación intelectual de lo aparentemente chabacano, surrealista y absurdo. Sus palabras dejan la doble sensación de provocar risa con una reflexión, plantar un pensamiento en el surco de la carcajada., igual que Miguel Gila, que hizo humor con la guerra, convirtiéndola en trinchera socarrona, para demostrar que puede hacernos reir. La gente bruta a veces dice: “Voy a reírme un rato”. Y no, no es eso. Tendría que ser: “Voy a enterarme de lo que pasa”, porque lo suyo, disfrazado de anciana de la sierra, es una crónica de la actualidad. 

También quiero compartir con ustedes una anécdota que me pasó en el bar restaurante del hotel Astoria, en Córdoba: 
Se hallaba un grupito de personas (la mayoría humoristas) alrededor de una mesa como improvisado escenario donde daban otra clase magistral de la picaresca, en la cual a lengua desatada y en medio de un carcajeo obsceno se humillaba cruelmente a una estirpe de gente modelos de laboriosidad, los gallegos. En esa mesa se repetia una vez mas el secular subdesarrollo mental de un hábito popular empeñado a través del chiste fácil, gratuito y humillante en degradar al español por extensión, porque se ve que en Córdoba a falta de desarrollo industrial y un eficiente sistema educativo, hay enormes y perfeccionadas fabricas de chistes de gallegos, con cadenas de distribución por el interior de la provincia. Ya los niños a partir de los 3 años balbucean sus primeros cuentos incorporandolos al acerbo pedagógico.

En otra mesa contigua se encontraba como siempre leyendo el periodico y saboreando su café el señor Garabato, dueño del establecimiento, que ante tanta munición verbal y sintiendose aludido pues es de origen gallego, templó la gaita, apartó la vista del diario y aprovechando una pausa les dijo:  
- Pues me haceís mucha gracia con vuestros cuentos, yo me rio mucho con vosotros, pero lo que mas gracia me hace, es que ustedes toda la vida se han pasado contando cuentos y nosotros tenemos la guita!!- 
Como se le debió subir la mostaza para que un gallego les ssalirea retrucando con un sarcasmo.  

viernes, 1 de julio de 2016

EL BANCO. Piérdaselo en el culo

EL BANCO
"Piérdaselo en el culo" 

Cuando en los '70, con mi título en la mano, fui a pedir crédito a un banco para adquirir un sillón dental, no me dieron ni para una tostadora...


De golpe comprendí que con el diploma no se come, te puede permitir comer. Comprobé que tienes que tener bienes para pedir u ofrecer algo, o para solicitar tanto. Si pides para jamón serrano, tienes que tener al menos mortadela, pero mejor con la garantía de propiedades. 

Chirolita y Mister Chapman
Ya al entrar a una entidad financiera es como si te estuvieran despidiendo. Siempre se espera la frase de remate: “Ademan, consígame el avalador. Por cualquier cosa, déjeme su teléfono” (este otario tendría que haberme pedido el teléfono, ya que jamás tuve uno en Argentina). Previamente, te hacían sentar en sofás enormes, donde te hundías hasta las orejas (con lo cual te empequeñecen aún más). Yo parecía Chirolita y el gerente Mister Chapman.

Pensé que los banqueros, en vez de la “víscera boba”, tenían una Whestinghouse dentro del pecho. Entonces me dije: “Laburo como un burro al punto de que me he convertido en un adicto al trabajo. ¿Y qué? ¿Qué gané?”. En radio tenía un trabajo constante pero poco sonante (no me refiero a la voz). Saqué en conclusión que se me iba acabando el tiempo sin darme cuenta y que los propósitos no retornan si no se cumplen, se agotan, van a parar al sumidero de las frustraciones personales. Y todo lo que se puede arreglar con dinero no conlleva problema. 
Caí en la cuenta de que el verbo "merecer" se conjuga en primera persona sólo para ciertos clientes, que los créditos únicamente se conceden a quienes no los necesitan y que hay que pedir mucho, pues si debes 10.000 por mes el problema es para uno y si debes 100.000 el problema es para el banco. 

Pase Señorita Díaz..
Me arrepentí sobremanera de no clavarle al gerente el cortapapel que reposaba sobre el grueso cristal de la mesa, ¡verde me puse! ¡Hasta el sobaco se me puso verde de la bronca!. ¡Y encima impaciente, el muy hijo de puta, porque siempre después de tipos pelagatos como yo, por rara fatalidad, le toca el turno a una yegua que da vértigo , es entonces cuando el gerente  grita imperativo al de la centralita: ¡Pérez, no me pases más llamadas! o a algún vividor acomodado con todos los requisitos en orden, ¡como suelen tenerlos los delincuentes, pícaros y estafadores que se burlan de la ley! Acerté: no fui presa de ningún préstamo, que siempre fueron usura legalizada. Gracias Discepolín por aquello de: “Hacete a un lao, que a nadie importa si naciste honrao”

Comencé a leer con avidez unos tratados sobre la moral aplicada a la promesa y el arte de esperar, ya que esperar era el mejor medio empleado por los pesquisas para localizar el dato. ¿Para qué? A las primeras páginas me di cuenta de que la necesidad tiene una letra, pero la promesa no tiene música. ¡Pobre boludo! Creía que los créditos se distribuían por orden alfabético y que los bancos eran las casas de los buenos espíritus. “El curso más barato de seguir es el de los acontecimientos”, me dije. Sentí la impotencia del pedigüeño para decir a bocajarro: “Piérdaselo en el culo”. Y que no me vengan con el versito ese de que la patria es la infancia, la banderita, el arrorró, los primeros olores, etc. etc. Al retirarme, crucé la calle y me atropelló el vacío de una existencia trunca... Peor no podía ser, solo me faltaba encender un cigarrillo del revés o caerme para atrás y quebrarme la pinchila. 

Suerte que al poco tiempo, opté por irme del País... y además comprendí de golpe que patria, para el inmigrante, es el lugar donde están enterrados los padres o donde a uno lo tratan mejor y le permiten que los hijos puedan comer dignamente, más allá del suelo que cobijó el parto de nuestras madres... Pero no se trata sólo de lo material. 

A mi país le presté muchas ilusiones; jamás me las devolvió. Tarde aprendí que en las profesiones de cada uno hay que cotizarse bien; si a la gente le cobras poco, en lugar de agradecerte se creen que sos un novato, un mecánico dental o que has estudiado por correspondencia; si se les llega a caer un postizo al comer un turrón en navidad, encima de no haberte pagado se cagará en todos tus muertos.

Es más, si les choreás bien, ganas en prestigio y te respetarán más; será por el famoso dicho que reza “si es caro es bueno”.

Había compañeros de facultad cuya única riqueza era el Diploma Universitario, pero ni siquiera podían colgarlo: no tenían dónde. 

"Váyase Negrito", me dijo cierta noche Don Cruz, mi mecánico dentista, con voz queda y sabia. "¿Usted no sabe que la suerte nos llama una sola vez en la vida? Váyase a España, que aquí, con su fama de bohemio, terminará siendo un dentista de las 3 P: atenderá sólo a parientes, putas y pobres. Y en la radio donde trabaja lo tienen como un loquito de los que tiran el maní y se comen la cáscara". Según mis amigotes, hacía derroche de un floreo, un decir y unos puntos de vista ciertamente calamitosos. Soy el único a quien en la radio le dieron las gracias por no hablar más. Y yo, a la vez, agradecido por quedar exento de responsabilidades penales. 
Don Cruz (mi mecánico y amigo), Zulema, Sol, Dr. Deza y yo

Aprendí a hablar durante una o dos horas sin argumentar nada en concreto, con lo cual fui un maestro en eso de formular una pregunta y responderla yo mismo; en tanto conseguí el título de dentista por cansancio y no me dieron el crédito en el Banco...