NIÑOS II: ESA BENDICIÓN QUE NOS PROLONGA
Yo debo tener
carácter de madre en eso de adorar o putear a los hijos… ayer les escribí que
un niño es la síntesis de la maldad o lo siniestro de lo angelical y hoy como
poseído por una infinita ternura, me he dulcificado y cambiaré el registro con
respeto a la visión de los pendejitos ya que ayer por la noche, después de
haber reflexionado sobre mi escrito, recordé aquel gélido invierno del 78,
cuando me fui de la
Argentina... Aún tengo grabado a fuego la imagen de mis hijos
de siete y ocho años durmiendo.

Barrio doliente, de hijos viajeros
sin retorno...
Horizonte de manzanas como cajas
vacías de zapatos.
Los dos juntos, El Rosedal y Los
Naranjos,
de geografía casi gemela,
suenan a primavera, pero con poesía
mentirosa:
Al Rosedal, se le secaron los
pétalos;
Los Naranjos perdieron los
azahares. Dos caras conocidas...
“¿Cómo está doña Blanca?”. “¡Hola,
don Córdoba!”.
Cada vez más sola, Doña Blanca,
y cada vez menos asomado a la
plaza, don Córdoba,
y más anclado a su guitarra.
Y tres también: cruzando la
esquina, Don Rivarola,
espolvoreado por el tiempo, saluda
de lejos con mano trémula.
Cuántas noches soñé
que nunca salí de Córdoba y que mi hijo, ya mayor, me llamaba por teléfono a mi
trabajo: “Papi, cuando salga de la Facu, te invito a una
cerveza, y después nos vamos juntos al boxeo. ¿Tamos?”...”.
Aquella noche me fui para siempre sin haberme ido nunca del
lado de ellos. Muchas veces pensé que si yo le hubiera dicho a mi padre “quédate un ratito” el curso de mi vida
hubiese sido diferente... Pero también dormía, con mis ocho años, igual que mis
hijos... El azar inapelable así lo había decidido en una definición sin
palabras, como un misterio se aleja a hurtadillas dejando la estela de un
sentimiento laaaaaaargo... Tan largo que ni con toda una vida se logra
interpretar el porqué pasan así las cosas. Sí, ya sé que eso del “azar” o la
“casualidad” son palabras muy usadas por ignorantes como yo, y queda más correctos
hablar de la causalidad que dicen
los físicos, interrelación de causa-efecto, por lo cual una energía conducente
es determinante de los hechos y fenómenos. El sabor salado no es porque sea
“salado” (es un convencionalismo lingüístico) sino porque la sal como tal
resulta de la unión del cloro con el sodio. Para mí que la casualidad es como
la última gota que colma la causalidad. ¿Será como asevera la mayoría de la comunidad
científica que la sacarina, la penicilina o la viagra se descubrieron por
casualidad? ¿Dónde lo insertamos? ¿En el error, el despiste o el azar?
La causa de que me fue para la mierda
determinó el efecto de pirarme a
España. Aunque no es tan claro, ¡no!, lo de la causa-efecto (el eterno y tópico
dueto físico-filosófico). ¿Y la “cualidad”? No basta decir, por ejemplo, “A
causa de la irresponsabilidad de Pepito…”; se trata de una maraña de policausas imperceptibles aún al ojo
del hombre, con consecuencias de multiefectos.
Algo así como una vorágine de chips
que juegan en el destino del hombre y la naturaleza, factores predisponentes,
desencadenantes, determinantes, decisorios, condicionantes, acuciantes,
estratégicos, oportunos, incidentales-accidentales, graves, agudos, crónicos… y
así un laaaaaaargo etcétera.
¿Es casualidad o
causalidad que los tres ídolos con mayor gancho popular en la Argentina de este siglo y
del pasado sean hijos naturales (Gardel, Perón y Eva)? Los dos primeros
peinados a la gomina y ella con el cabello tensado hacia atrás; los dos primeros
con sonrisa firme y seductora y la de ella dulcísima expresión cual una
cestilla de nácar cargada de panes y juguetes.
Y volviendo a mis
hijos, se me hicieron mayores así, de repente. Raras veces jugué con ellos.
¡Con qué gusto volvería a cortarles la carne o pisarles las papas, darle el
beso de las buenas noches! Es que mi profesión de periodista hacía que el
trabajo fuera en la calle y a cualquier hora, y se llega tarde a casa... Nunca
supe si sabían hacer los quebrados o el misterio de 3,1416. Les di una patada
en el alma; les partí en dos algo que es más que una simple palabra: la familia; haciendo algo
parecido a eso tan estúpido y mentado del que se fue a comprar cigarrillos y no
volvió.
A los niños les
sermoneamos como si fueran nuestros súbditos. ¿Víste, boludo? ¡Te dije que te iba a ocurrir!...Claro, ¿si no me das
bola?. Total, que me perdí la preadolescencia y la adolescencia de ambos…
me los encontré de golpe, hechos unos jovenzuelos.
Vuestros chicos se
van haciendo mayores y ustedes con ellos.
Nunca volvería a ver la casa de cuando eran chiquillos de cuatro o cinco años, porque las casas donde viven sugieren cosas, guardan en las paredes sus carcajeos y cabriolas, dejando grabados sobre su pintura las manos sucias emporcadas de dulce de leche. Casas con alma, que tienen alma si sus moradores la tienen; y si no la tienen, son como quirófanos silenciosos o gabinetes de oficinas bancarias.
Echarán en falta las tardes ésas de cuando su hijo entraba con las zapatillas llenas de piedrecitas que hacían un chirrido terrible. Verán asombrados como, de golpe, le crece el bigote y ya estará para afeitárselo, para no ir "tan pequeño" al colegio. Y de golpe también, le crecieron las piernas. ¡Si hasta hace poco hacía los palotes! Y su nena, que jugaba a ser mujer con su lapiz de labios y el rimel, ya debe andar por pintarse, pero de verdad. Cambió el póster de las Spice Girls por el de Brad Pitt, y el ganchito del corpiño se le insinúa por debajo de la blusa.
Nunca volvería a ver la casa de cuando eran chiquillos de cuatro o cinco años, porque las casas donde viven sugieren cosas, guardan en las paredes sus carcajeos y cabriolas, dejando grabados sobre su pintura las manos sucias emporcadas de dulce de leche. Casas con alma, que tienen alma si sus moradores la tienen; y si no la tienen, son como quirófanos silenciosos o gabinetes de oficinas bancarias.
Echarán en falta las tardes ésas de cuando su hijo entraba con las zapatillas llenas de piedrecitas que hacían un chirrido terrible. Verán asombrados como, de golpe, le crece el bigote y ya estará para afeitárselo, para no ir "tan pequeño" al colegio. Y de golpe también, le crecieron las piernas. ¡Si hasta hace poco hacía los palotes! Y su nena, que jugaba a ser mujer con su lapiz de labios y el rimel, ya debe andar por pintarse, pero de verdad. Cambió el póster de las Spice Girls por el de Brad Pitt, y el ganchito del corpiño se le insinúa por debajo de la blusa.
El ayer no se puede
rebobinar como los cassettes... Uno no disfruta de los hijos: generalmente a la
edad de los treinta y pico hay que trabajar duro y se llega tarde a casa. Ellos
están dormidos, despatarrados (como duermen siempre), convertidos en una
minúscula prueba de sus juegos, rabietas y energías.
Sin embargo, en todos
los niños se encierran el prodigio de un ser nuevo y vivo. ¡Qué ternura
indescriptible nos inunda mirándolos!, pues son vidas que son nuestras vidas.
Las madres guardan a veces un lacito del pelo o los dientecitos de leche... o
tal vez UN ZAPATITO.

En fin, habría que
meterse en los misterios de la vida…
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