jueves, 19 de enero de 2017

NIÑOS II: ESA BENDICIÓN QUE NOS PROLONGA



 NIÑOS II: ESA BENDICIÓN QUE NOS PROLONGA

Yo debo tener carácter de madre en eso de adorar o putear a los hijos… ayer les escribí que un niño es la síntesis de la maldad o lo siniestro de lo angelical y hoy como poseído por una infinita ternura, me he dulcificado y cambiaré el registro con respeto a la visión de los pendejitos ya que ayer por la noche, después de haber reflexionado sobre mi escrito, recordé aquel gélido invierno del 78, cuando me fui de la Argentina... Aún tengo grabado a fuego la imagen de mis hijos de siete y ocho años durmiendo.



De ahí en más me hice a la idea de que siempre los padres (hombres) se van cuando los hijos duermen, quizás por temor a que si están despiertos te digan “¿Dónde te vas, papi? Quédate un ratito con nosotros que afuera está muy frío. Dale, un ratito nada más…” Mejor fue así... Mejor que estuvieran dormidos. Hubiera deshecho la maleta y... Mejor irse sin dar explicaciones para cosas que no tienen explicación ni nunca la tendrán ni para uno mismo, aunque se crea que con los años se esclarecerá todo. Y si así ocurriera, ¿qué se ganaría con ello? Cuando nos encorvamos a la hora del reuma, se te encorvan todos los viejos resabios, clamores, recuerdos, celos, pasiones; todo se nos seca con los años. ¿Qué importa que al final se comprenda todo si ya es tarde? Ahora mis hijos ya mayores, de casi 50 años, son los que reconstruyen gran parte de mi vida. No obstante que yo le ofrecía mejores oportunidades laborales, Néstor fue fiel a su tierra, a la geografía de sus primeras sensaciones, tarea difícil pues hoy los padres los apartamos del nido antes de que ellos opten por su propia decisión. Es como si lo viera, al Néstor... Camina con mis pasos de otro tiempo, volviendo descosido, con sobrecarga en las cervicales, a ese su barrio de viejos espectros, igual que yo, pidiéndole al futuro, creyendo que mañana le irá mejor... ¿Tomará un taxi? ¿Irá por la calle El Trébol que desemboca en la plaza solitaria donde está su escuela? Me parece sentirle niño todavía. Fantasmas que se asoman a las ventanas... ¡Si por lo menos fueran duendes, que estos sí tienen magia! Los sábados, domingos y festivos son especialísimos para ellos: salen a la puerta, no más allá del porche, a campanear un cacho de sol.



Barrio doliente, de hijos viajeros sin retorno...

Horizonte de manzanas como cajas vacías de zapatos.

Los dos juntos, El Rosedal y Los Naranjos,

de geografía casi gemela,

suenan a primavera, pero con poesía mentirosa:

Al Rosedal, se le secaron los pétalos;

Los Naranjos perdieron los azahares. Dos caras conocidas...



“¿Cómo está doña Blanca?”. “¡Hola, don Córdoba!”.

Cada vez más sola, Doña Blanca,

y cada vez menos asomado a la plaza, don Córdoba,

y más anclado a su guitarra.

Y tres también: cruzando la esquina, Don Rivarola,

espolvoreado por el tiempo, saluda de lejos con mano trémula.



Cuántas noches soñé que nunca salí de Córdoba y que mi hijo, ya mayor, me llamaba por teléfono a mi trabajo: “Papi, cuando salga de la Facu, te invito a una cerveza, y después nos vamos juntos al boxeo. ¿Tamos?”...”.



Aquella noche  me fui para siempre sin haberme ido nunca del lado de ellos. Muchas veces pensé que si yo le hubiera dicho a mi padre “quédate un ratito” el curso de mi vida hubiese sido diferente... Pero también dormía, con mis ocho años, igual que mis hijos... El azar inapelable así lo había decidido en una definición sin palabras, como un misterio se aleja a hurtadillas dejando la estela de un sentimiento laaaaaaargo... Tan largo que ni con toda una vida se logra interpretar el porqué pasan así las cosas. Sí, ya sé que eso del “azar” o la “casualidad” son palabras muy usadas por ignorantes como yo, y queda más correctos hablar de la causalidad que dicen los físicos, interrelación de causa-efecto, por lo cual una energía conducente es determinante de los hechos y fenómenos. El sabor salado no es porque sea “salado” (es un convencionalismo lingüístico) sino porque la sal como tal resulta de la unión del cloro con el sodio. Para mí que la casualidad es como la última gota que colma la causalidad. ¿Será como asevera la mayoría de la comunidad científica que la sacarina, la penicilina o la viagra se descubrieron por casualidad? ¿Dónde lo insertamos? ¿En el error, el despiste o el azar?



La causa de que me fue para la mierda determinó el efecto de pirarme a España. Aunque no es tan claro, ¡no!, lo de la causa-efecto (el eterno y tópico dueto físico-filosófico). ¿Y la “cualidad”? No basta decir, por ejemplo, “A causa de la irresponsabilidad de Pepito…”; se trata de una maraña de policausas imperceptibles aún al ojo del hombre, con consecuencias de multiefectos. Algo así como una vorágine de chips que juegan en el destino del hombre y la naturaleza, factores predisponentes, desencadenantes, determinantes, decisorios, condicionantes, acuciantes, estratégicos, oportunos, incidentales-accidentales, graves, agudos, crónicos… y así un laaaaaaargo etcétera.



¿Es casualidad o causalidad que los tres ídolos con mayor gancho popular en la Argentina de este siglo y del pasado sean hijos naturales (Gardel, Perón y Eva)? Los dos primeros peinados a la gomina y ella con el cabello tensado hacia atrás; los dos primeros con sonrisa firme y seductora y la de ella dulcísima expresión cual una cestilla de nácar cargada de panes y juguetes.



Y volviendo a mis hijos, se me hicieron mayores así, de repente. Raras veces jugué con ellos. ¡Con qué gusto volvería a cortarles la carne o pisarles las papas, darle el beso de las buenas noches! Es que mi profesión de periodista hacía que el trabajo fuera en la calle y a cualquier hora, y se llega tarde a casa... Nunca supe si sabían hacer los quebrados o el misterio de 3,1416. Les di una patada en el alma; les partí en dos algo que es más que una simple palabra: la familia; haciendo algo parecido a eso tan estúpido y mentado del que se fue a comprar cigarrillos y no volvió.



A los niños les sermoneamos como si fueran nuestros súbditos. ¿Víste, boludo? ¡Te dije que te iba a ocurrir!...Claro, ¿si no me das bola?. Total, que me perdí la preadolescencia y la adolescencia de ambos… me los encontré de golpe, hechos unos jovenzuelos.



Vuestros chicos se van haciendo mayores y ustedes con ellos. 

Nunca volvería a ver la casa de cuando eran chiquillos de cuatro o cinco años, porque las casas donde viven sugieren cosas, guardan en las paredes sus carcajeos y cabriolas, dejando grabados sobre su pintura las manos sucias emporcadas de dulce de leche. Casas con alma, que tienen alma si sus moradores la tienen; y si no la tienen, son como quirófanos silenciosos o gabinetes de oficinas bancarias. 

Echarán en falta las tardes ésas de cuando su hijo entraba con las zapatillas llenas de piedrecitas que hacían un chirrido terrible. Verán asombrados como, de golpe, le crece el bigote y ya estará para afeitárselo, para no ir "tan pequeño" al colegio. Y de golpe también, le crecieron las piernas. ¡Si hasta hace poco hacía los palotes! Y su nena, que jugaba a ser mujer con su lapiz de labios y el rimel, ya debe andar por pintarse, pero de verdad. Cambió el póster de las Spice Girls por el de Brad Pitt, y el ganchito del corpiño se le insinúa por debajo de la blusa. 

El ayer no se puede rebobinar como los cassettes... Uno no disfruta de los hijos: generalmente a la edad de los treinta y pico hay que trabajar duro y se llega tarde a casa. Ellos están dormidos, despatarrados (como duermen siempre), convertidos en una minúscula prueba de sus juegos, rabietas y energías.



Sin embargo, en todos los niños se encierran el prodigio de un ser nuevo y vivo. ¡Qué ternura indescriptible nos inunda mirándolos!, pues son vidas que son nuestras vidas. Las madres guardan a veces un lacito del pelo o los dientecitos de leche... o tal vez UN ZAPATITO.




Pasaron los años, y sólo me quedó el recuerdo y la imagen de aquel zapatito pequeño raído y viejo, con cortes negros en la punta de tanto gatear, y que siempre está fuera de la cuna. Tiene razón Kalil Gibrain: en el fondo, nuestros hijos no son nuestros hijos, pues la vida no es una foto fija; ni se detiene ni se entretiene en el ayer. Y llega un momento de la vida, hay un día, en que ese zapatito se ha quedado pequeño, y ya no son "nuestros niños". Un gesto nos dice que la infancia no volverá, se acaba como las pompas. Por eso hay que jugar y divertirse con ellos, estar cuando son carne flexible, divertida; y guardar un "zapatito", así toda esa ternura volverá a nuestras manos y ojos. Después, ya hombres o mujeres, no la tendremos más, porque los hijos no nos prolongan, ni nos reemplazan, ni son custodios de nuestros recuerdos; serán ellos y su problemática. Ningún hijo se hizo con papel carbónico. Hombres y mujeres que sufrirán dolores. ¿Cuándo tendrán la primera decepción? Es probable que cuando la tengan sus padres no estarán a su lado, y tendrán que aceptar el dolor como cosa natural, asumir que no es rozando la jeringa sino pinchándose el culo como se van a curar. ¿Cuándo se les caerá el primer mechón de pelo? ¿Qué tipo de mujer u hombre preferirán? ¿Cómo asimilarán los golpes de la vida, que es un combate a incontables asaltos? ¿En qué momento les asomará la primera cana, debido a qué o quién? ¿Con amigos o amores? Y cuando tengan el primer contratiempo o pelea, ¿con qué armas pelearán? ¿Qué pesará más en su bagaje de recuerdos, lo que les dimos en casa o lo que asimilaron en la calle?



En fin, habría que meterse en los misterios de la vida…

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